Sin sombrero, Zelaya ni parece Zelaya. Pero basta verle su andar de presidente sin presidencia para saber que es el mismo hombre, el que en junio de 2009 pasó de ser el desconocido mandatario centroamericano a figura internacional, por la desgracia de y gracias a un golpe de Estado. Es Manuel Mel Zelaya y se define en una frase: “Llegué con la derecha y goberné con la izquierda”.
En Honduras, esa afirmación provocaría muchos reclamos, pero Zelaya anda ahora en un acto de izquierdistas –vino a México a invitación del Partido del Trabajo– y se acomoda al escenario: “Soy un liberal pro socialista”.
Desde que el nuevo gobierno hondureño le permitió la salida de la embajada de Brasil, Zelaya vive en República Dominicana, en calidad de “huésped distinguido”. Los dominicanos, informa él mismo, se encargan de su manutención: casa, transporte y colegiaturas de sus hijos y nietos. “Chávez me dio un cargo, pero hasta ahora no me han pagado nada”, dice, sin que suene a queja.
Fotografiado y grabado hasta el cansancio durante los largos meses de la crisis hondureña, el presidente derrocado hace batallar al reportero gráfico de La Jornada. “Discúlpame”, dice, con su hablar hondureño que mata el acento. “Es que ese chasquido parece metralleta”, dice de la cámara.
Zelaya se sienta frente a la grabadora, pide unos huevos rancheros (“mira cómo me gusta la comida mexicana”) y habla poco más de una hora. Luego, sin micrófono, se explaya dos horas y media más, muestra las fotos de sus nietos, habla con detalle de la situación actual de su país y, sobre todo, reconstruye episodios de la saga del golpe de Estado.
El capítulo local es su fallido exilio en México.
El exilio y el frente
Cuenta Zelaya que el gobierno de Felipe Calderón aceptó recibirlo y que el gobierno de facto estuvo de acuerdo. Pero en esos primeros días de diciembre de 2009, cuando el canciller de los golpistas, Carlos López Contreras, preparaba el salvoconducto, vino la contraorden, a cargo de dos tenientes coroneles que se apersonaron en su oficina. Poco después, el encargado de negocios de la embajada mexicana era recibido por López Contreras, siempre con los militares detrás. El avión que Felipe Calderón había enviado dio vuelta en el aire.
Zelaya sostiene que cuando “los gringos” se enteraron de que vendría a México consideraron que era “riesgoso” tenerlo “tan cerca” y sabotearon su salida. “Si alguien me quiere ir a ver a Dominicana sólo el pasaje de avión cuesta mil dólares”, se queja ahora.
En esos días, sin embargo, la cancillería mexicana sugirió que Zelaya no había aceptado la calidad de exiliado, pues pretendía que se le recibiera como “huésped distinguido”, como hizo el presidente dominicano Leonel Fernández.
Con todo, Zelaya está lejos de ser el presidente derrocado que escribe sus memorias en una isla. Es coordinador del Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP), que agrupa a buena parte de las fuerzas que se opusieron al golpe de Estado, cosa que pagaron –y siguen pagando– con una alta cuota de represión.
El frente reúne sindicatos, organizaciones sociales, movimientos populares y campesinos, fortalecidos, paradójicamente, con el golpe de Estado. Pero no son los ñángaras (como se llama despectivamente a la gente de izquierda en Honduras) quienes preocupan más a los golpistas que aún controlan el Poder Judicial y otros órganos del Estado hondureño.
Los mismos que sacaron al presidente en piyama no se han atrevido a expulsarlo del Partido Liberal, bajo cuyas siglas llegó Zelaya al poder. Zelaya sigue siendo un factor de poder electoral y, para muchos, es la única opción para que los liberales retornen al poder.
Zelaya y el 2013
–¿Qué será del Partido Liberal?
–Está muerto, pero puede revivir –dice Zelaya, quien con la grabadora encendida no quiere adelantar más sobre su ruta electoral en 2013, sea a través de su esposa, Xiomara Castro (ya “destapada” como candidata por algunos líderes), o bien de otro de los dirigentes de los “liberales en resistencia”.
“Mis decisiones políticas, en este momento que soy el coordinador del frente, están orientadas a una agenda: restitución del sistema democrático mediante una Asamblea Nacional Constituyente, cese de la persecución, retorno de los exiliados, justicia para las víctimas. Es una agenda política, no electoral”, dice, y ante la insistencia se niega a trazar un futuro en la disputa del poder.
Manuel Zelaya asegura que su derrocamiento beneficia al Comando Sur y a las trasnacionales estadunidensesFoto Francisco Olvera
“Cuando venga mi retorno a Honduras, si acaso se da, si EU lo aprueba, entonces tomaré decisiones políticas. Yo me debo a las bases del frente de resistencia. Si dentro de un año toman una decisión, yo voy a respetarla. Es una nueva organización luchando por el poder y por reformas para la transformación del país. Pero en este momento definir sería antidialéctico.”
Unos meses después del golpe, el notable historiador hondureño Matías Funes, que nada tiene de zelayista, decía a este diario: “La oligarquía cree que se libró de Zelaya; no, hombre, lo van a tener ahí cuatro años más. Y si se quita la no reelección, en 2013 les gana”.
¿Cómo putas no iba a ser amigo de Chávez?
No hay pregunta de por medio, pero el presidente venezolano salta de manera obvia en la conversación: “A Estados Unidos me lo eché encima porque me hice amigo de Hugo Chávez, que me ha dado en un año a mí lo que los gringos me han dado en diez. ¿Cómo putas no iba a ser amigo de Chávez? Están locos los gringos”.
Su pecado, dice Zelaya, fue recortar las ganancias de las trasnacionales del petróleo. “Las quité y me eché encima a Bush, a Europa, y entonces me agarraron a balazos y me sacaron de la presidencia. Ésa es la verdad práctica. Claro, me acusaron de socialista, de comunista, de que me quería quedar en el poder, cosa totalmente falsa. Yo no tenía ninguna necesidad, había hecho lo suficiente para pasar a la historia.”
–Es una idea extendida que usted no pretendía quedarse, sino volver tras la reforma constitucional.
–No es mi vocación estar administrando un país, y menos un país que es dominado por fuerzas internacionales. En Honduras lo que Estados Unidos debería hacer es poner un gobernador, porque el presidente no manda absolutamente nada.
“Los militares hondureños se negaron a liquidarme”
Zelaya vuelve al golpe. Cuenta que en una de sus estancias en Nicaragua, la esposa del presidente Daniel Ortega, Rosario Murillo, le puso al teléfono al principal ejecutor del golpe, el general Romeo Vázquez Velásquez.
“El me confiesa entonces que todo estaba preparado para mi liquidación en el momento del asalto a mi casa.”
–¿La orden era asesinarlo?
–Toda la intención de los que estaban en contra mía era esa. Él me lo confiesa a mí y después lo ha dicho en la radio de Honduras. Ahora el gobierno de Lobo tiene una comisión de la verdad. ¿Por qué esa comisión no llama a Romeo para que explique el capítulo?
–¿Y por qué no lo mataron?
–Romeo argumenta que los comandantes de las fuerzas armadas hondureñas se opusieron a mi liquidación. ¿Quién puede dar un golpe de Estado por encima de los militares de un país? Solamente el Pentágono o el Comando Sur.
–A usted no le queda duda, aunque es muy difícil probar esa intervención directa de EU.
–El principal sospechoso de un crimen es el que se beneficia de él. Y del golpe de Estado de Honduras los mayores beneficiados son las trasnacionales estadunidenses y el Comando Sur (que tiene una base en Honduras). Todas las medidas que se han tomado desde el golpe son para favorecerlos a ellos. Aclaro y salvo a la parte diplomática, que no se metió. Más bien estuvo tratando de balancear. Ésa es la parte de Barack Obama, que al final termina apoyando al golpismo, porque son más las fuerzas internas de derecha en EU.
–Cuando llegó a la frontera, ¿por qué no entró?
–Porque lo impedían directamente los militares.
En este punto, Zelaya explica que Nicolás Maduro lo comunicó con Andrés Izarra, director de Telesur, quien le informó que uno de sus equipos había grabado “un ensayo” de su captura en la frontera. Luego de explicarlo con detalle, remata: “Sabíamos el plan, era ridículo autoflagelarme, porque ahí iba a ser liquidado”.
Maximilien Arvelaiz, ahora embajador de Venezuela en Brasil, contaba de una tarde en Managua, cuando Zelaya se les perdió a los venezolanos “para buscar un sombrero porque había olvidado el suyo en el avión”. Ahora se le ve muy cómodo sin sombrero, aunque mantiene la misma postura sobre su posible retorno a Honduras: “Todo depende de Obama”.
En Honduras, esa afirmación provocaría muchos reclamos, pero Zelaya anda ahora en un acto de izquierdistas –vino a México a invitación del Partido del Trabajo– y se acomoda al escenario: “Soy un liberal pro socialista”.
Desde que el nuevo gobierno hondureño le permitió la salida de la embajada de Brasil, Zelaya vive en República Dominicana, en calidad de “huésped distinguido”. Los dominicanos, informa él mismo, se encargan de su manutención: casa, transporte y colegiaturas de sus hijos y nietos. “Chávez me dio un cargo, pero hasta ahora no me han pagado nada”, dice, sin que suene a queja.
Fotografiado y grabado hasta el cansancio durante los largos meses de la crisis hondureña, el presidente derrocado hace batallar al reportero gráfico de La Jornada. “Discúlpame”, dice, con su hablar hondureño que mata el acento. “Es que ese chasquido parece metralleta”, dice de la cámara.
Zelaya se sienta frente a la grabadora, pide unos huevos rancheros (“mira cómo me gusta la comida mexicana”) y habla poco más de una hora. Luego, sin micrófono, se explaya dos horas y media más, muestra las fotos de sus nietos, habla con detalle de la situación actual de su país y, sobre todo, reconstruye episodios de la saga del golpe de Estado.
El capítulo local es su fallido exilio en México.
El exilio y el frente
Cuenta Zelaya que el gobierno de Felipe Calderón aceptó recibirlo y que el gobierno de facto estuvo de acuerdo. Pero en esos primeros días de diciembre de 2009, cuando el canciller de los golpistas, Carlos López Contreras, preparaba el salvoconducto, vino la contraorden, a cargo de dos tenientes coroneles que se apersonaron en su oficina. Poco después, el encargado de negocios de la embajada mexicana era recibido por López Contreras, siempre con los militares detrás. El avión que Felipe Calderón había enviado dio vuelta en el aire.
Zelaya sostiene que cuando “los gringos” se enteraron de que vendría a México consideraron que era “riesgoso” tenerlo “tan cerca” y sabotearon su salida. “Si alguien me quiere ir a ver a Dominicana sólo el pasaje de avión cuesta mil dólares”, se queja ahora.
En esos días, sin embargo, la cancillería mexicana sugirió que Zelaya no había aceptado la calidad de exiliado, pues pretendía que se le recibiera como “huésped distinguido”, como hizo el presidente dominicano Leonel Fernández.
Con todo, Zelaya está lejos de ser el presidente derrocado que escribe sus memorias en una isla. Es coordinador del Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP), que agrupa a buena parte de las fuerzas que se opusieron al golpe de Estado, cosa que pagaron –y siguen pagando– con una alta cuota de represión.
El frente reúne sindicatos, organizaciones sociales, movimientos populares y campesinos, fortalecidos, paradójicamente, con el golpe de Estado. Pero no son los ñángaras (como se llama despectivamente a la gente de izquierda en Honduras) quienes preocupan más a los golpistas que aún controlan el Poder Judicial y otros órganos del Estado hondureño.
Los mismos que sacaron al presidente en piyama no se han atrevido a expulsarlo del Partido Liberal, bajo cuyas siglas llegó Zelaya al poder. Zelaya sigue siendo un factor de poder electoral y, para muchos, es la única opción para que los liberales retornen al poder.
Zelaya y el 2013
–¿Qué será del Partido Liberal?
–Está muerto, pero puede revivir –dice Zelaya, quien con la grabadora encendida no quiere adelantar más sobre su ruta electoral en 2013, sea a través de su esposa, Xiomara Castro (ya “destapada” como candidata por algunos líderes), o bien de otro de los dirigentes de los “liberales en resistencia”.
“Mis decisiones políticas, en este momento que soy el coordinador del frente, están orientadas a una agenda: restitución del sistema democrático mediante una Asamblea Nacional Constituyente, cese de la persecución, retorno de los exiliados, justicia para las víctimas. Es una agenda política, no electoral”, dice, y ante la insistencia se niega a trazar un futuro en la disputa del poder.
Manuel Zelaya asegura que su derrocamiento beneficia al Comando Sur y a las trasnacionales estadunidensesFoto Francisco Olvera
“Cuando venga mi retorno a Honduras, si acaso se da, si EU lo aprueba, entonces tomaré decisiones políticas. Yo me debo a las bases del frente de resistencia. Si dentro de un año toman una decisión, yo voy a respetarla. Es una nueva organización luchando por el poder y por reformas para la transformación del país. Pero en este momento definir sería antidialéctico.”
Unos meses después del golpe, el notable historiador hondureño Matías Funes, que nada tiene de zelayista, decía a este diario: “La oligarquía cree que se libró de Zelaya; no, hombre, lo van a tener ahí cuatro años más. Y si se quita la no reelección, en 2013 les gana”.
¿Cómo putas no iba a ser amigo de Chávez?
No hay pregunta de por medio, pero el presidente venezolano salta de manera obvia en la conversación: “A Estados Unidos me lo eché encima porque me hice amigo de Hugo Chávez, que me ha dado en un año a mí lo que los gringos me han dado en diez. ¿Cómo putas no iba a ser amigo de Chávez? Están locos los gringos”.
Su pecado, dice Zelaya, fue recortar las ganancias de las trasnacionales del petróleo. “Las quité y me eché encima a Bush, a Europa, y entonces me agarraron a balazos y me sacaron de la presidencia. Ésa es la verdad práctica. Claro, me acusaron de socialista, de comunista, de que me quería quedar en el poder, cosa totalmente falsa. Yo no tenía ninguna necesidad, había hecho lo suficiente para pasar a la historia.”
–Es una idea extendida que usted no pretendía quedarse, sino volver tras la reforma constitucional.
–No es mi vocación estar administrando un país, y menos un país que es dominado por fuerzas internacionales. En Honduras lo que Estados Unidos debería hacer es poner un gobernador, porque el presidente no manda absolutamente nada.
“Los militares hondureños se negaron a liquidarme”
Zelaya vuelve al golpe. Cuenta que en una de sus estancias en Nicaragua, la esposa del presidente Daniel Ortega, Rosario Murillo, le puso al teléfono al principal ejecutor del golpe, el general Romeo Vázquez Velásquez.
“El me confiesa entonces que todo estaba preparado para mi liquidación en el momento del asalto a mi casa.”
–¿La orden era asesinarlo?
–Toda la intención de los que estaban en contra mía era esa. Él me lo confiesa a mí y después lo ha dicho en la radio de Honduras. Ahora el gobierno de Lobo tiene una comisión de la verdad. ¿Por qué esa comisión no llama a Romeo para que explique el capítulo?
–¿Y por qué no lo mataron?
–Romeo argumenta que los comandantes de las fuerzas armadas hondureñas se opusieron a mi liquidación. ¿Quién puede dar un golpe de Estado por encima de los militares de un país? Solamente el Pentágono o el Comando Sur.
–A usted no le queda duda, aunque es muy difícil probar esa intervención directa de EU.
–El principal sospechoso de un crimen es el que se beneficia de él. Y del golpe de Estado de Honduras los mayores beneficiados son las trasnacionales estadunidenses y el Comando Sur (que tiene una base en Honduras). Todas las medidas que se han tomado desde el golpe son para favorecerlos a ellos. Aclaro y salvo a la parte diplomática, que no se metió. Más bien estuvo tratando de balancear. Ésa es la parte de Barack Obama, que al final termina apoyando al golpismo, porque son más las fuerzas internas de derecha en EU.
–Cuando llegó a la frontera, ¿por qué no entró?
–Porque lo impedían directamente los militares.
En este punto, Zelaya explica que Nicolás Maduro lo comunicó con Andrés Izarra, director de Telesur, quien le informó que uno de sus equipos había grabado “un ensayo” de su captura en la frontera. Luego de explicarlo con detalle, remata: “Sabíamos el plan, era ridículo autoflagelarme, porque ahí iba a ser liquidado”.
Maximilien Arvelaiz, ahora embajador de Venezuela en Brasil, contaba de una tarde en Managua, cuando Zelaya se les perdió a los venezolanos “para buscar un sombrero porque había olvidado el suyo en el avión”. Ahora se le ve muy cómodo sin sombrero, aunque mantiene la misma postura sobre su posible retorno a Honduras: “Todo depende de Obama”.
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