Si hemos hecho esta larguísima introducción a nuestra crítica de la nota publicada por La República, ha sido para que se entienda que muy probablemente el editorial al que hacemos referencia sea un texto plantado con un objetivo muy preciso, el de echarle tierra a un gobierno identificado como aliado al del coronel Khadafi en un momento en que el pueblo libio está siendo bombardeado salvajemente sino, además, el de hacerlo por la izquierda - lo que es lógico, ya que la mayoría de los que reaccionan contra la agresión imperialista contra el pueblo libio son gente de esa tendencia. Entonces, ¿por qué no aprovechar y matar (tómelo literalmente, si quiere) dos pájaros con un mismo tiro?
Haciendo todo un alarde de clarividencia política, el autor del editorial "se atreve a pronosticar" una victoria del sandinismo "por un margen mayor al que ganó las pasadas elecciones". Hay que aclarar que esa lucidez del editorialista de La República es compartida por todos los analistas políticos del país independientemente de sus afinidades ideológicas, así como por todas las encuestas de opinión publicadas hasta el momento. Es imposible ocultar el heho de que el respaldo popular al gobierno sandinista es muy importante y ha ido en aumento, especialmente durante los últimos dos años en los que las políticas sociales llevadas adelante con los fondos del ALBA han ido beneficiando a cada vez más nicaragüenses.
Esta es otra frase clave del tipo de textos destinados a la demonización de aquellos gobiernos que son objeto de políticas desestabilizadoras del imperio, da lo mismo que se trate de un Chávez, como de un Sadam, de un Milosevic, de un Evo Morales o, en este caso, de un Daniel Ortega. Aquello que es irracional es legítimamente intervenible.
Como la victoria electoral del Frente Sandinista parece imposible de detener, como el "sufrido pueblo de Nicaragua" parece decantarse por "Ortega", se hace necesario reforzar el ya voluminoso cerco sanitario que las transnacionales de la propaganda disfrazadas de medios informativos han implantado en las conciencias occidentalizadas en torno al sandinismo. Ganarán los sandinistas, pero no como revolucionarios, sino como una caricatura que defraudará al "sufrido pueblo de Nicaragua", razona el editorial de La República.
"Aquella Nicaragua que iluminó con su Revolución a los pueblos de América a fines de la década del 70, no tiene absolutamente nada que ver con la actual situación política" escribe Gustavo González.
"La inversión de Venezuela vía Alba en Nicaragua, es efectivamente millonaria, más de doce empresas, que no las controla el Parlamento Nacional, sino el partido de gobierno", lo que "le permite en estos momentos a Ortega tener una política de 'contención de la pobreza' a través de una serie de subsidios casi totales por parte del Estado a amplios sectores del Movimiento Popular".
Efectivamente, el gobierno nicaragüense ha creado una joint venture con Venezuela por medio de la cual la mitad de la factura petrolera que paga el país es revertida en proyectos sociales de todo tipo, desde un vaso de leche en las escuelas y la alfabetización de más de medio millón de personas declarando al país libre de analfabetismo hasta créditos casi sin interés a más de 90 mil mujeres cabezas de familia (Usura Cero) y la entrega de aves de corral, vacas e insumos a decenas de miles de familias campesinas (Hambre Cero). La batería de programas sociales y productivos con enfoque de género, edad y etnicidad financiados con los fondos del ALBA es demasiado grande para ser siquiera esbozada en este texto, mucho más grande que el bono solidario para los trabajadores del sector público al que hace referencia el autor de la nota y que es de sólo 25 dólares mensuales y no de 50 como él escribe.
Además, de estos fondos y de otros préstamos blandos que Nicaragua gestiona, sobre todo a través del ALBA, el gobierno subsidia el agua, la luz, el transporte urbano, la salud (que es gratuita), la educación (que también es gratuita), programas de construcción de miles de viviendas populares (construidas bajo diversas modalidades, y no solamente "llave en mano" como escribe el autor del artículo), etcétera. Los subsidios no son generales ni, como descuidadamente escribe el autor del editorial de La República, "casi totales". Se trata de subsidios destinados a beneficiar el consumo básico de los sectores populares, no de los ricos.
Asimismo, de los fondos del ALBA, del aumento de las recaudaciones del estado producto de una administración más eficiente y de una nueva ley fiscal que por primera vez desde 1990 introduce el concepto de progresividad, así como de la gestión de préstamos de las más diversas fuentes, y del propio aumento de las exportaciones del país, Nicaragua puede llevar adelante un plan de desarrollo nacional que, entre otras cosas, incluye la meta de ganar la batalla por el sexto y por el noveno grados de educación, el cambio radical de la matriz energética del país para liberarlo de la dependencia del petróleo, e importantes proyectos productivos que van desde la refinería más grande de Centroamérica hasta grandes mataderos, complejos agroindustriales, puertos de aguas profundas, aeropuertos, etcétera.
El autor del artículo de La República menciona con especial preocupación el hecho de que los fondos de la factura petrolera sean administrados bajo la forma jurídica de empresa privada, lo que la sustrae del control del parlamento y del control del Fondo Monetario Internacional. Es precisamente este colchón económico del ALBA el que le permite al Frente Sandinista ir construyendo una mayoría política que le de un mandato sólido para poder liberar definitivamente al país del yugo del sistema neoliberal; y es ahí donde radica la importancia que las elecciones del 6 de noviembre tienen para Nicaragua. El Frente Sandinista va a ganar, pero necesita ganar con el mayor margen posible para tener una mayoría parlamentaria que le permita acelerar el proceso de cambio de modelo para el país por otro en el que la propiedad social y asociativa-popular jueguen un papel decisivo.
La clase política nicaragüense en su vertiente derechista es profundamente corrupta. Viene de las llamadas "paralelas históricas" de la era somocista en la que liberales y conservadores se repartían espacios de poder, de los grupos cleptoterroristas que florecieron durante la guerra contrarrevolucionaria de "baja intensidad" financiada por Washington, y de una serie de desprendimientos de la élite revolucionaria de los 80s que lograron hacerse su lugarcito bajo el sol del neoliberalismo de los 90s a través de una intrincada red de ONGs financiadas por las mismas potencias euroestadounidenses interesadas en las políticas privatizadoras y los Tratados de Libre Comercio. Demás está decir que el interés de esta clase por los fondos del ALBA no tiene nada que ver con su correcta administración, los resultados de la cual están a la vista de todo aquel con ojos para ver, que del papel que éstos juegan para enterrar el sistema de privilegios que oprime a la mayoría de los ciudadanos.
"En uno de los países con mayores índices de pobreza, estas propuestas sin dudarlo hacen que la gente vea en el gobierno las salidas a su problemática", escribe Gustavo González, que erróneamente explica que sólo basta con tener 5 por ciento de ventaja sobre el más cercano competidor para ganar las elecciones - además hay que obtener como mínimo el 35% de los votos, nivel que todas las encuestas aseguran será ampliamente superado por el Frente Sandinista, que en realidad apunta a obtener más de un 50 o 60 por ciento.
En un desborde de superficialidad azuzada por la mala fe, Gustavo González escribe que "el capital y sus dueños no tienen ningún problema en Nicaragua, los salarios de los trabajadores privados y públicos son miserables pero no pasa nada, el capital no se toca, la redistribución de la riqueza por el momento no se aborda".
Esta es una deformación alevosa de los hechos. Por ejemplo, los salarios de los trabajadores agrícolas han crecido en más del 100 por ciento desde que los sandinistas han llegado al poder. Es cierto que las demandas salariales se han mantenido por debajo de las expectativas de los sindicatos, que también comprenden la importancia de apoyar al gobierno para poder construir las mayorías políticas que les permitan lograr una victoria estratégica. También es cierto que los programas sociales financiados con los fondos del ALBA han funcionado como una especie de colchón que amortigua la presión salarial. Pero es que también los mismos sindicatos y el gobierno entienden que si no se pueden elevar aún más los salarios, sí se puede avanzar en otros aspectos, como los derechos de los trabajadores, la legislación laboral, la lucha contra la tercerización y la flexibilidad laboral, etcétera. Y todo esto es lo que se ha venido haciendo.
La siguiente deformación alevosa del editorial de La República es la de hablar de una "banca sólida, en una plaza financiera que cada vez embolsa más réditos, al punto que el FMI catalogó como mejor calificado al país de toda la región Centroamericana por su corrección fiscal". Es cierto, los bancos hacen grandes ganancias y van a ser puestos en vereda tan pronto el sandinismo obtenga un mandato popular sólido para hacerlo. En realidad, prestan muy poco dinero a los productores, y sólo es la presión de los créditos blandos proporcionados por los fondos del ALBA, la demanda que esos proyectos de inversión en necesidades sociales y productivas genera, la que está lentamente haciendo que los grandes banqueros a regañadientes empiecen a ofrecer créditos en ciertos rubros. Sin embargo, son los políticos de la derecha vinculados al sector financiero los que son apoyados por Washington.
El gran capital nicaragüense se encuentra en una situación muy incómoda. Por un lado, los fondos del ALBA le permiten sustraerse a los peores rigores de la crisis capitalista mundial; por el otro, saben que esos fondos, y el partido que los ha traído al país, son una amenaza para el mismo sistema de privilegios sobre el que descansa su poder. No pueden, como lo hicieron en los 80s, dedicarse a desinvertir a la espera de una derrota del sandinismo, no pueden arriesgarlo todo a la carta de una Casa Blanca que no les promete que en un futuro no serán reemplazados por otros capitales, pero tampoco pueden aceptar pasivamente ver cómo el sandinismo se hace más fuerte con cada día que pasa. No pueden aparecer ante el pueblo como la verdadera mano tras una clase política derechista y desquiciada, ni como los títeres de Washington, pero tampoco pueden renunciar a tener un instrumento político. Son tiempos difíciles para la gran burguesía nicaragüense. La otra burguesía, la pequeña, que no posee bancos o grandes ingenios, se decanta cada vez más por el sandinismo, al menos lo tolera cada vez más. Todo esto genera enormes tensiones a lo interno de la clase capitalista que se expresan en una agudización de sus divisiones y pugnas políticas intestinas.
Este complejo entramado de relaciones sociales es ignorado completamente por el editorialista de La República, que sólo ve que "un discurso confuso, un debate ideológico ausente, políticas clientelares en nombre de la 'Revolución, el cristianismo y la solidaridad', dejan a este pueblo en la más absoluta orfandad política de un cambio profundo a corto plazo". El lector que vea a Nicaragua a través del editorial de La República, verá al país a través de los ojos de un tuerto.
La Nicaragua de hoy no es, evidentemente, la de 1979. La mayoría de los vivos en este país, o eran niños o ni siquiera habían nacido en esa época. El programa sandinista de hoy en día obedece a estos tiempos pero se nutre del mismo aliento que lo ha nutrido siempre: La lucha por la soberanía nacional y el socialismo. La Nicaragua sandinista es, como dice el eslógan, ”cristiana, socialista y solidaria”. ¿Qué tiene de malo eso en un país en el que la gran mayoría de la población es creyente? ¿Qué tiene de malo decir, como lo hace el Comandante Daniel Ortega, que ”la voz del Pueblo es la voz de Dios”?
Al pueblo nicaragüense se le obligó, en 1990, a votar en contra de su revolución con una pistola en la cabeza. La manera elegante de proferir el chantaje se llamó "Paz" con el apoyo de los Estados Unidos. El pueblo nicaragüense no quiere otra guerra como la de los 80s. Pero ya aprendió el costo y el significado de esa "paz" que le prometieron los políticos apoyados por los Estados Unidos. Esa "paz" neoliberal de cederle el país a una banda de delincuentes ya no es viable en Nicaragua. Cuando los sandinistas llegaron al poder, había apagones todos los días porque los neoliberales jamás invirtieron en generación de electricidad, la mayoría de la población no tenía agua potable, el transporte urbano era inaccesible, nada funcionaba. Las palabras de la revolución en la Nicaragua de hoy se llaman pan, paz, trabajo, educación, solidaridad, ese el el "lenguaje confuso y desideologizado" al que sólo puede hacer referencia un observador superficial y fuera de contacto con lo que verdaderamente significa ser pobre en uno de los países más pobres del continente, un país que va empezando a redescubrir conceptos como independencia y dignidad, desterrados con métodos de terrorismo de estado hace 20 años.
El autor de la nota escribe sobre "un debate ideológico ausente, políticas clientelares" cuando ve cientos de miles de almas vestidas de rojo y negro en una plaza llena de mujeres, jóvenes, niños, ancianos, campesinos, trabajadores, desocupados, pobladores originarios, etcétera. No ve, y se horrorizaría de sospechar, que esos cientos de miles cada día se organizan un poco más, cada día aprenden un poco más, cada día se alfabetizan un poco más en todos los sentidos. Los sandinistas están creciendo como los hongos después de la lluvia, van saliendo debajo de cada piedra, en cada cuadra, en cada barrio y en cada comarca del país.
Gustavo González observa correctamente que en Nicaragua "aún la inmensa mayoría de los sectores populares hablan y creen en la Revolución", pero las preguntas que pone en la boca de esos sectores son producto de su pura y exclusiva imaginación o, seguramente, de la necesidad de construir una narrativa demonizadora de la Nicaragua Sandinista: "¿cómo es que ahora el comandante Ortega va a la reelección con la llamada Resistencia (ayer la contra)?", "¿es cierto o no el pacto Alemán-Ortega?", se pregunta. Estupideces puras, desde el punto de vista de las clases populares nicaragüenses, propaganda machacona de los diarios de la derecha y de los sectores aburguesados disociados por la propaganda.
El problema de los sandinistas jamás fue con los contras de a pie, sino con los Estados Unidos que los reclutaron, financiaron, entrenaron y dirigieron. La oligarquía y el imperio, que usó a los contras como carne de cañón, jamás cumplió sus promesas de tierra y trabajo, lo que hizo que en 2006 esos sectores se cansasen y se aliaran con los sandinistas.
Es cierto que hubo pacto, no sólo con Alemán, sino también con su sucesor Bolaños. ¿Qué partido político en el mundo no hace pactos para negociar espacios de poder? ¿Que Arnoldo Alemán es un ladrón que debería estar en la cárcel? Sí, cómo no, y también lo es el liberal Eduardo Montealegre, que se robó decenas de millones de dólares de bancos a los que ayudó a quebrar. A la cárcel irán los dos algún día. La diferencia de catadura moral entre Alemán y Montealegre pasa solamente por el nivel de aceptación de que gocen en la embajada estadounidense.
En 1990, a Nicaragua la obligaron a entregar la administración del estado a una banda de delincuentes. Los sandinistas lograron conservar una influencia sobre la policía y el ejército que impidió la entrega total y final del país, porque a partir del 19 de julio de 1979, Nicaragua dejó de ser un protectorado de los Estados Unidos. Eran esas las condiciones bajo las cuales el Frente Sandinista tuvo que actuar sin promover una nueva guerra que hubiese hecho de Nicaragua un "estado fallido" en manos de los carteles de la droga e intervenido "humanitariamente" como un Haití centroamericano.
"La tarea central está en que esos miles de sandinistas 'a pie', los que la sufren a diario, los que cargan aún a sus muertos y desaparecidos, los que fueron capaces de decirle al mundo en el 79 ¡Cayó Somoza! y viva la revolución sandinista, vuelvan a encontrar un debate a fondo, que les permita desenredar el cúmulo de contradicciones que hoy están planteados en el escenario político", escribe Gustavo González.
Bueno, en eso están, en los cientos de congresos municipales que tuvieron lugar como parte del V Congreso extraordinario del Frente Sandinista hace unas semanas, en los cientos de congresos de mujeres sandinistas que están teniendo lugar en todo el país en estos momentos, en las organizaciones del Poder Ciudadano, que cada vez van siendo más sólidas, en la Federación de Estudiantes de Secundaria, en La Juventud Sandinista 19 de Julio, en los sindicatos, en fin, en todos esos grupos de "sandinistas de a pie" que cada día ponen más gente en las plazas, pero a los que la derecha, igual que en la década de los 80s, despectivamente llama turbas.
Escribe Gustavo González que "no le cabe duda" de que el pueblo nicaragüense tiene una "inmensa reserva moral y política", pero que ese pueblo y los mártires que dieron su vida no luchaban "precisamente por el 'bono solidario'."
En estas líneas creo haber dado suficientes datos que apuntan a que la política sandinista consiste en mucho más que un "bono solidario". Fuera de Nicaragua, el discurso superficial del artículo de La República podrá pasar por izquierdista, pero dentro de Nicaragua, es el mismo de los diarios de la derecha y de una embajada estadounidense que, viendo un inevitable triunfo sandinista, busca las formas de crear el caos para así producir un incidente que les dé los pretextos adecuados para ejercitar su imperialismo humanitario sobre el pueblo de Sandino.
Así como en los 50s la Central de Inteligencia Americana atiborró las páginas de los diarios uruguayos y latinoamericanos con una caricatura del gobierno de Jacobo Arbenz para hacer pasar su intervención militar por un conflicto interno, en la actualidad lo hace para preparar una posible acción desestabilizadora contra Nicaragua, tal y como lo puede hacer con cualquiera de los otros países del ALBA. Como a estas alturas es evidente el desprestigio de la derecha a lo interno del país centroamericano, la tarea de neutralizar la solidaridad de la izquierda en caso de una intervención “humanitaria” de la ”comunidad internacional” se vuelve especialmente crítica.
(*) Periodista uruguayo radicado en Suecia.