Me tocó conocer a Hugo Chávez en 2007, cuando se me encomendó organizar el primer acto político masivo en el que participó en nuestro país, el cual se realizó en la ciudad de León, capital del departamento en el que yo era por entonces Secretario Político del FSLN. Volví a verlo de cerca dos veces más, en actos similares (uno de ellos todavía en el departamento de León). Lo que más me llamó la atención fue su conducta sencilla, la extraña combinación de naturalidad y convicción con que expresaba las cosas y el cariño que emanaba de cada palabra o gesto suyos. Ya antes, en 2005, tuve la rara oportunidad de estar presente en el sencillo acto en unas propiedades ocupadas por el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, adonde llegó Chávez a proclamar por vez primera que su lucha era por el socialismo, lo cual reiteró días después en el Foro Social Mundial celebrado ese año en Porto Alegre.
América Latina (y con ella el mundo, pues hace tiempo que no pasa nada importante fuera de nuestro continente) ha tenido tres grandes momentos desde que pasó a ser el epicentro de la lucha revolucionaria mundial: La Revolución Cubana, la Revolución Sandinista y la Revolución Bolivariana. Fidel Castro, Daniel Ortega y Hugo Chávez han sido los líderes revolucionarios que han emergido con dichos procesos. Entre el triunfo de una y otra de estas tres revoluciones han transcurrido casi exactamente, veinte años. A diferencia de las dos revoluciones que le precedieron, la Revolución Bolivariana inauguró una época de triunfos revolucionarios en una especie de efecto dominó, llegando la izquierda al gobierno en varios países latinoamericanos, pero eso no es todo. El proceso continental inaugurado por la Revolución Bolivariana (inconcebible sin el liderazgo de Chávez, el cual tampoco se puede concebir sin el contexto del cual surge) se ha constituido a nivel mundial como el renacimiento de la izquierda (inesperado para muchos) luego de ese Apocalipsis que fue para el socialismo mundial la desintegración de la Unión Soviética. Chávez, además, se destacó por su beligerancia como promotor principal de la unidad continental latinoamericana y como uno de los principales impulsores de la multipolaridad mundial, en alianza con Rusia y China, principalmente.
Chávez ha sido pues, protagonista de un momento decisivo en nuestra historia; su estatura rebasa ampliamente las fronteras venezolanas y en la historia de su país, será considerado sin duda alguna la personalidad más importante después de Simón Bolívar. Su carisma, su voracidad intelectual, su facilidad para expresarse y comunicarse, así como su forma directa y sin rodeos de decir las cosas (entre ellas, algunas que habitualmente no dicen los políticos, aunque las piensen) contribuyeron a hacer de él un personaje de esos que aparecen en el mundo con muy poca frecuencia. En cuanto a la relación entre Chávez y el pueblo venezolano, ésta fue descrita recientemente por Diosdado Cabello con el término más apropiado que pueda encontrarse: enamoramiento. Chávez y el pueblo venezolano están enamorados, dijo. No creo equivocarme al afirmar que es la personalidad mundial cuya muerte ha conmovido, convocado y movilizado a la mayor cantidad de seres humanos en el mundo si hacemos excepción de la del Che en Bolivia. Como una muestra de ello, que yo recuerde ninguna personalidad mundial ha reunido en sus honras fúnebres una cantidad semejante de mandatarios y de delegaciones extranjeras.
A pesar de que nunca se negó a pelear con quien fuera cuando de defender las ideas revolucionarias se tratara, todas las personalidades y organizaciones políticas de todos los signos ideológicos a nivel mundial se ven obligados a expresar su respeto por esta singular personalidad histórica. Es por ello que la derecha está teniendo mucho cuidado con su discurso (se ha visto claramente en el enfoque que ha dado CNN a la muerte de Chávez), pero por eso mismo puede ser efectiva inoculando ciertas baratijas ideológicas y pasando por magnánima, al reconocer al Chávez socialmente sensible ante los problemas de los desposeídos, pero separándolo del Chávez “populista”, políticamente “autoritario” y buscapleitos; y separando al Chávez promotor de la unidad continental del Chávez que “dividió” al pueblo venezolano.
Me referiré primero a la más evidentemente burda de las acusaciones disfrazadas: la de “autoritario”. Es el Presidente que más veces ha sometido su cargo al veredicto popular en la historia universal, y por iniciativa propia. ¿Para qué más? Me concentraré ahora en las dos concepciones más elaboradas de esta campaña subliminal: el populismo y la división de una sociedad. Para la derecha, subsidiar a los ricos es inversión productiva, pero subsidiar a los pobres es derrochar los recursos; a esto último, le llaman populismo. Una variante del populismo desde la óptica de la derecha, es el “clientelismo político” del que se suele acusar a Chávez y a todos los líderes de izquierda latinoamericanos, el cual según quienes se presentan como sus críticos, consiste en dar cosas a la gente a cambio de su voto. Ojalá todos los políticos hicieran campaña resolviendo los problemas de la gente, o sea cumpliendo lo que prometen. Dicen que el populismo resuelve problemas sociales de forma no sostenible, porque se le da a la gente el “pescado” y no se le enseña a “pescar”. Sí, hay gente que mientras aprende a pescar necesita el pescado para no morir de hambre. Pero si pescar significa competir de manera individualista para triunfar a costa del fracaso ajeno, ciertamente no es eso lo que enseña al pueblo el socialismo del siglo XXI. Le enseña, eso sí, a desarrollar y/o poner en práctica su capacidad productiva y su iniciativa, pero practicando la solidaridad en sustitución de la competencia, como se demuestra en la infinidad de empresas colectivas populares (cooperativas, asociativas, etc.) y emprendimientos económicos familiares, surgidos como producto del apoyo estatal a los sectores más desposeídos en los países gobernados por la izquierda en América Latina.
Sobre la división de la sociedad venezolana (principal caballito de la disimulada batalla mediática de la derecha en este momento contra el chavismo), ya ésta estaba dividida antes de Chávez. Estaba dividida, como siempre ocurre en el capitalismo, entre explotadores y explotados. El problema era que los explotados no alzaban su voz ni se rebelaban contra los explotadores, y Chávez logró que lo hicieran. Es decir, la subversión del orden establecido como expresión de la acción de los oprimidos contra sus opresores no es lo que divide a la sociedad, sino la opresión contra la cual se rebelan aquéllos y que se manifiesta principalmente en la explotación; esa subversión de los oprimidos lo que hace es, en todo caso, poner en evidencia o visibilizar la división de la sociedad entre explotadores y explotados, entre opresores y oprimidos. La lucha de los oprimidos contra la opresión (lucha que promovió Chávez) es pues, un efecto y no una causa de la división de la sociedad. Más bien, esa lucha hará posible la unidad verdadera de la sociedad al desaparecer la explotación y la opresión, y con ellas los antagonismos de clase y finalmente, las clases sociales mismas.
Por extraño que parezca a algunos, el imperialismo y la derecha venezolana y mundial tienen poco de qué alegrarse. Venezuela va a unas elecciones presidenciales en las que la derecha se va a enfrentar, irónicamente, a un Chávez más fuerte que el de la campaña presidencial del año pasado, porque este Chávez lleva la aureola del mito que corresponde a los inmortales. Y lo peor, por razones políticas de elemental sentido común esa derecha tendrá que ocultar su júbilo por una muerte que tiene consternados en el caso de sus partidarios, impactados en el caso de casi todos, a millones en Venezuela y el mundo entero, mientras el chavismo no tiene nada de qué cuidarse ni razones para medir sus palabras, aunque también tiene el reto nada fácil de evitar que los partidarios de Chávez y de la Revolución caigan en provocaciones que seguramente promoverá la derecha como su única carta en aras de la inestabilidad política del país (las últimas declaraciones de Capriles no dejan lugar a dudas al respecto). Es por todo esto que considero muy probable un triunfo del chavismo en Venezuela aún mayor que el último obtenido en vida de Chávez; triunfo cuyos alcances serán estratégicos a nivel mundial, por ser la Revolución Bolivariana el motor de arranque para toda una época histórica.
Por nuestra parte, los revolucionarios del mundo y sobre todo en América Latina, debemos ahora hacer el doble que antes para llenar de alguna manera al menos en parte, ese hueco que como el impacto de un gran meteorito, deja la muerte de una personalidad tan gigantesca. Y al menos en nuestro caso (es decir, en el de los que nos proclamamos revolucionarios), es recomendable comenzar a enjuagarnos las lágrimas y tratar de hacer aunque sea tan sólo una pequeña parte de lo que ya Chávez no hará directamente, pero sí a través nuestro: convertir en realidad la organización mundial de la vanguardia revolucionaria para avanzar con la debida celeridad y como sólo puede hacerse si se identifican los puntos comunes en las estrategias de lucha y en el modelo socialista a construir, tal como él lo pidió primero, con su llamado en el desierto, a organizar la Quinta Internacional; y luego, cuando reiteró sus acertados criterios al respecto en la clausura del Foro de Sao Paulo en Caracas el año recién pasado, al preguntar dónde está el Estado Mayor, el Ejército y el Plan de Batalla para alcanzar los objetivos que en dicho evento se definieron.
Aunque era aún muy temprano para que se nos fuera, Chávez lo hizo luego de haber cumplido su misión histórica, y quizás en algo pueda ayudar a comprender esto el hecho de que pudo luchar tres veces más tiempo que el Che y vivir casi veinte años más que él, y seis años más que Lenin. Finalmente, quiero referirme al heroísmo con que Chávez enfrentó una última vez más la posibilidad de la muerte. A sabiendas de que con ello estaba acortando dramáticamente el tiempo de vida que podía quedarle, él decidió como buen estratega, dejar ganadas las elecciones presidenciales del año pasado para asegurar el futuro de la Revolución, ganando así (aún después de muerto) el tiempo necesario para que la dirigencia bolivariana, después de estas elecciones que casi con toda seguridad serán ganadas por el chavismo, logre a punta de lucha, conciencia, unidad y organización, llenar en Venezuela el inmenso vacío que deja la ausencia física de un líder mundial al frente de ese proceso revolucionario del cual depende en tan alta medida la suerte de la humanidad misma en este momento.
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