Hoy, en el territorio llamado a ser ombligo del mundo, dos pueblos hermanos se enfrentan y llaman “enemigos” a razón de una pequeña isla que, antes de los acontecimientos aquí relatados, ninguno de los dos sabían que existía.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
(Fotografía: Laura Chinchilla y Daniel Ortega, presidentes de Costa Rica y Nicaragua, respectivamente).
El viernes 16 de septiembre, un día después del aniversario de la independencia de Centroamérica, el flamante canciller costarricense Enrique Castillo declaró a uno de los diarios de mayor circulación nacional en el país, La Nación, que Nicaragua continuaba siendo un “enemigo”.
Pocas veces hemos escuchado en América Latina que entre países hermanos, más aún, limítrofes, se haga este tipo de declaraciones. Llamar “enemigo” al vecino es muy fuerte, y pareciera estar reñido con la tradición costarricense no solo pacífica sino, además, mesurada en asuntos internacionales.
La declaración vino al caso a propósito de la disputa que ambos países mantienen en torno a una pequeñísima isla en la desembocadura del limítrofe río San Juan. Costa Rica acusa a su vecino de haberla ocupado, y Nicaragua lo niega tajantemente aduciendo que es a ella a quien pertenece. Han salido a relucir tratados históricos y mapas que cada uno considera que avalan su posición y el caso ha llegado a la Corte de La Haya. Ésta, lenta y parsimoniosa como buena señora burócrata internacional, augura varios años de deliberación pero, mientras tanto, ha ordenado que ninguna de las dos partes se aproxime al territorio en disputa.
El estratégico río San Juan ha sido objeto de disputas desde el siglo XIX. A través suyo sería posible construir un canal interoceánico similar al de Panamá, y esto lo vuelve objeto de deseo de las grandes potencias, ya sea para construir el canal de marras o para evitar que otro lo construya.
Ya en tiempos tan lejanos como los del reinado de Felipe II, el arquitecto italiano Juan Bautista Antonelli fue comisionado para explorar las posibilidades del paso interoceánico. Muchos años más tarde, los voraces Estados Unidos estuvieron a punto de construir el canal, que después fue el de Panamá, en ese lugar, pero se arrepintieron a última hora dada la alta sismicidad de la zona.
El sur del río San Juan se convirtió, en tiempos de revoluciones y contrarrevoluciones en la Centroamérica de los años ochenta, en retaguardia de guerrilleros sandinistas o contras, según cuáles fueran los tiempos, y los costarricenses brindaron su territorio abiertamente o a escondidas apoyando a unos u otros.
Ahora, además del potencial que tiene el río como zona de tránsito entre los dos océanos más grandes de la Tierra, parece haber gas y petróleo en las llanuras del norte de Costa Rica y el sur de Nicaragua. Una compañía norteamericana, la Mallon Oil Company, ha aparecido reclamando derechos de exploración y, eventualmente, de explotación en tierras costarricenses.
Para terminar de enredar la madeja, los nicaragüenses anuncian que a lo mejor construyen una represa sobre el río pero, al mismo tiempo, invierten dinero dragándolo como para asegurar la navegación por sus aguas.
Agreguemos un elemento más al ya complicado panorama: los ticos acusan a los nicas de usar políticamente el diferendo para exacerbar los ánimos nacionalistas y así aglutinar a la población en torno a Daniel Ortega, que va a elecciones en octubre; mientras los nicas, por su parte, consideran también que el gobierno de la señora Laura Chinchilla hace lo propio en su país.
Todo este enredadísimo panorama se ha visto salpicado por comentarios misóginos en Managua y extrañamente guerreristas en San José. En la prensa nicaragüense no han faltado las descalificaciones machistas de la presidente Chinchilla, pero esta no se queda atrás y trata de “cobarde” a Ortega y su gobierno. Es un torneo de dimes y diretes ofensivos de las dos partes.
El Tribunal de La Haya, mientras tanto, se toma su tiempo. En la tranquila ciudad europea los jueces internacionales no sienten apremio por resolver pero, si no lo hacen pronto, a como van las cosas, seguirán apareciéndole aristas a la disputa.
Esto no favorece a nadie. Los centroamericanos son países pequeños, pobres, situados en un área geoestratégicamente vital para los Estados Unidos. Simón Bolívar le auguró, en su célebre Carta de Jamaica, el papel de centro del mundo y, por ello, pensó en Panamá para realizar el congreso en el que tantas esperanzas puso para acercar a los pueblos de aquella que él llamaba la América Meridional.
Hoy, en el territorio llamado a ser ombligo del mundo, dos pueblos hermanos se enfrentan y llaman “enemigos” a razón de una pequeña isla que, antes de los acontecimientos relatados, ninguno de los dos sabían que existía.
Un encono digno de mejores causas
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