Las revoluciones democráticas que han estallado en el norte de África y Medio Oriente permiten identificar con mayor claridad la táctica de los revolucionarios para profundizar esos procesos – y otros que se gestan en diversos países –, hacia el fortalecimiento de un movimiento anti-imperialista y anti-capitalista de carácter mundial.
Casi un siglo después, la situación se asemeja al momento en que el pueblo ruso derrocó al Zar Nicolás Romanov (febrero/1917). En ese instante las potencias imperiales estaban concentradas en la 1ª guerra mundial y la burguesía rusa era extremadamente débil. El pueblo ruso pudo actuar con relativa libertad y avanzar a pasos agigantados.
Hoy las potencias capitalistas están enfrascadas en una cruda y aguda guerra monetaria y financiera. La debilidad fiscal de sus Estados hace extrema su vulnerabilidad económica y política. La estructura productiva basada en la energía de origen fósil (petróleo, gas, carbón), ya no da más. No es sostenible ni en lo económico, ni en lo ambiental, ni en lo tecnológico.
La diferencia es que – entonces – existía un partido de revolucionarios (bolcheviques), con una gran preparación teórica y práctica. Lo dirigía Lenin, un estratega genial. “Paz, pan y tierra”, era su programa de combate. Además, contaban con los gérmenes de un nuevo poder: los “soviets” o comités de obreros, campesinos y soldados.
Como era lógico, los imperios capitalistas quisieron encauzar la revolución hacia la “moderación democrática”. Kerenski fue su ficha clave. Hoy los gobiernos estadounidenses y europeos hacen todos los esfuerzos para que las revoluciones en Túnez y Egipto se canalicen hacia una “transición moderada”.
A los revolucionarios rusos no les sorprendió ese comportamiento. “Sólo tomaremos el poder cuando podamos defenderlo consistentemente”, – decía Lenin –, y por ello “debemos mantener en forma nítida nuestra independencia política”. Tenía una absoluta confianza en las potencialidades de su pueblo y conocía las posibilidades que ofrecía esa coyuntura.
Llamaba a desarrollar una táctica revolucionaria que consistía en:
- No participar en el gobierno provisional, exigiéndole – a la vez - el cumplimiento de las tareas revolucionarias. Sabía de antemano que la burguesía era incapaz de avanzar y que iba a traicionar la revolución.
- Llevar a los capitalistas hasta el límite. No sólo en términos políticos – exigiendo y ejerciendo la más amplia democracia –, sino levantando reivindicaciones sociales y económicas de beneficio para el pueblo.
- Entre tanto, la tarea central era organizar las fuerzas del proletariado y el pueblo alrededor del poder de los soviets.
- Llamaba a estar alerta e impedir el desangre de la revolución, dado que los reaccionarios siempre tienen en mente y preparan juiciosamente la contrarrevolución sangrienta. No dejarse provocar, era una de sus más importantes preocupaciones.
Paciencia, vigilancia, flexibilidad táctica, mucha audacia, eran las recomendaciones del eminente dirigente proletario.
Las extraordinarias condiciones del momento actual
En términos generales, la única salida a las crisis que tienen los capitalistas es incrementar la explotación de los trabajadores y extremar el saqueo de los recursos naturales de los países subordinados. Sin embargo, hoy éstos se resisten con mayor capacidad.
Los imperios capitalistas de todos los colores se han neutralizado a sí mismos. Se observan a leguas los estrechos márgenes de movimiento impuestos por la profunda crisis económica que se desató desde 2008. Ello se traduce en una colosal inestabilidad política. Incluso China y Rusia, con sus propios problemas internos, hacen y ganan tiempo. La tensión es de una dimensión inimaginable. El más mínimo error, lo pueden pagar caro.
El mayor indicativo de la fragilidad de la política imperial es el papel del presidente Obama. En la actual coyuntura representa a un histrión negro que hace de ventrílocuo del monstruo racista que está paralizado por el miedo a la rebelión popular. Juegan a ganar tiempo, a agotar a las fuerzas revolucionarias mediante negociaciones distractoras, mientras previenen nuevos estallidos revolucionarios en otros países y regiones.
El pueblo egipcio (árabe) ha mostrado una extraordinaria madurez política. No se ha dejado provocar ni arrastrar a la violencia. Exige con firmeza la caída del dictador Mubarack. Su fuerza se basa en que no se ha dejado dividir en torno a los asuntos de la fe religiosa. Musulmanes y cristianos coptos ya ejercen – de hecho – la democracia secular. Es un paso enorme, un verdadero salto cualitativo y un magnífico ejemplo de tolerancia popular “desde abajo”.
Las fuerzas políticas egipcias, que en su mayoría se sumaron vacilantemente a la rebelión, empezando por la Hermandad Musulmana, saben que si ceden ante la cúpula dictatorial van a ser castigadas por el pueblo en las próximas elecciones. Por ello, la tarea más importante del momento es propiciar el agrupamiento de las fuerzas transformadoras que representan al proletariado que – de nuevo – ha levantado su cabeza con altiva capacidad sediciosa.
Audacia y beligerancia pacífica – que no desarme ideológico –, es el arma de los pueblos ante la parálisis del imperio. Los capitalistas neo-coloniales saben que el mundo los vigila. Si se atreven a desatar abiertamente la violencia contrarrevolucionaria contra el pueblo egipcio, van a sufrir una derrota política de enormes proporciones.
Acaban de intentarlo usando hordas lumpenizadas, fuerzas policiales camufladas de civil y otras gentes violentas pagadas a sueldo. El pueblo se defendió en la justa dimensión pero no cedió a la provocación. Con ello, desenmascaró a Mubarak, Suleiman y todos sus compadres. ¡Por ahí es la cosa!
Popayán, 7 de febrero de 2011
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