¿Tú qué eres, etarra o chavista? Por ahí empieza cualquier intento de discusión política para la derecha política y mediática española. Y ahí termina. Si consiguen colocarte una de las dos etiquetas (o las dos a la vez, mejor), ya no hay debate posible, nada de qué hablar: quedas encerrado en un círculo argumental del que no hay salida, en el que todo gira en torno a lo mismo: ETA, Venezuela, ETA, Venezuela, ETA, Venezuela…
Aclaro que yo soy las dos cosas: etarra y chavista. No me considero ni lo uno ni lo otro, pero a ojos de algunos lo soy sin duda. Como lo es cualquiera que asome un pie fuera del tiesto del discurso único y se le ocurra siquiera mostrar matices, no digamos ya dar otros puntos de vista. Pues eso, que yo empiezo diciendo que soy etarra y chavista, y me ahorro los toqueteos previos, pasamos directamente al asunto.
El uso de ETA y la Venezuela bolivariana como armas arrojadizas viene ya de lejos, pero no pierde vigencia. Todavía hoy, en cuanto aparece una nueva voz discrepante, no falta quien se lanza a rebuscar las hemerotecas y en youtube hasta encontrar algo, por nimio que sea, que permita la conexión etarra o chavista.
Desde el primer día algunos adivinamos que ese sería el principal flanco débil de Podemos, donde concentrarían los golpes sus adversarios. No era ningún secreto que sus principales promotores llevan años expresando en público opiniones heterodoxas sobre el conflicto vasco (“Ah, ha dichoconflicto vasco, ¡etarra!”), pidiendo soluciones políticas para acabar con la violencia; o rechazando la histeria antichavista que desde hace más de una década domina a políticos y medios extremadamente sensibles con la calidad de la democracia venezolana, pero solo la venezolana. Algunos de los promotores incluso han trabajado en Venezuela, como tantos activistas, investigadores y colectivos de todo el mundo que han querido conocer de primera mano la experiencia bolivariana. Y sí, han defendido todo lo que había defendible en Venezuela.
Así que ahí está Pablo Iglesias, enfrentado en cada entrevista a las mismas preguntas; siendo conminado día sí y día también a condenar, que aquí somos mucho de exigir condenas en voz alta para dar el carné de demócrata. Iglesias está conociendo lo mismo que antes que él ya sufrieron otros grupos de izquierda política y social, dirigentes, activistas y periodistas.
¿Qué hacer ante eso? ¿Ignorar los ataques, cambiar de tema, escapar por la tangente? ¿O entrar a discutir a fondo el problema vasco (“Hala, ha dicho problema vasco, ¡etarra!”) y la realidad venezolana? ¿Es esto posible? ¿Hay de verdad disposición a discutir en quienes tienen el argumentario desenfundando para sacudirte en cuanto abras la boca? ¿Se puede hablar en serio, sin tener que empezar con los obligados gritos de rigor que ya te sitúan en el terreno del otro y te encierran en su círculo tramposo? ¿Es posible levantar la voz sobre tantos años de intoxicación informativa? ¿O no merece la pena ni intentarlo con según qué interlocutores?
Y la pregunta principal, la que imagino se hacen los responsables de Podemos estos días: ¿le importa esto tanto a la gente? ¿Tienen efecto esas acusaciones a estas alturas? ¿No estamos ya todos escarmentados por el abuso que han hecho de los mismos recursos para destruir al adversario? Cuando oímos que los de siempre acusan a alguien de proetarra o chavista, ¿no debería provocar en nosotros el efecto contrario, pensar “este es de los míos, si tanto lo acusan”?
Podemos tiene mucho que explicar todavía sobre muchos asuntos, y hay por dónde criticarlos. Pero si todo lo que sus adversarios pueden hacer es acusarlos de proetarras y chavistas, están de suerte.
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