Por Carlos
Fonseca Terán.
El
viejo orden no caerá si no se le hace caer.
Decía
Lenin que el viejo orden nunca,
ni siquiera en las épocas de crisis, caerá, si no se le hace caer,1
y aunque las causas de ello fueron debidamente expuestas por él en
su época, hoy a la luz de experiencias exitosas y fallidas de luchas
revolucionarias, así como en la construcción del socialismo, y
teniendo además en cuenta los grandes cambios ocurridos en la
historia, podemos identificar viejas y nuevas razones que otorgan
vigencia a esta afirmación, tomando en consideración las ya
identificadas por el líder bolchevique.
Si
el socialismo como transición al comunismo es la racionalidad y
espiritualidad como componentes de la condición humana puestos a
disposición de ésta para la creación (por ello mismo consciente)
de la realidad social, el capitalismo por su parte es también la
máxima expresión de la racionalidad humana, pero puesta a
disposición de un orden social que actúa contra la misma, es decir
la racionalidad humana llevada a su máxima expresión en el ámbito
social, pero contra sí misma y por consiguiente, una diferencia
fundamental entre ambos es que mientras el socialismo sólo puede
construirse de manera consciente, el capitalismo se crea a sí mismo,
espontáneamente, lo cual es una de sus semejanzas con sistemas
sociales históricamente anteriores a él.
El
capitalismo es el único sistema de opresión científicamente
organizado, con posibilidades objetivamente inagotables de
autorreproducción hasta hacer colapsar con él a la civilización en
su conjunto, si no a la especie humana como tal; es decir, que contar
con su derrumbe espontáneo para su sustitución por el socialismo es
como esperar a que no haya sociedad humana que transformar mediante
la instauración del orden social que lo reemplazará.
La
autorreproductibilidad objetiva del capitalismo está subjetivamente
incorporada en los reflejos condicionados de los sujetos individuales
y sociales por él alienados (tanto opresores como oprimidos), lo
cual se ve facilitado por una característica distintiva del
capitalismo con respecto a los sistemas de opresión que le preceden:
la posibilidad de generar en sus víctimas ilusiones de mejoramiento,
como resultado de la movilidad social individual que también lo
distingue de los sistemas anteriores, lo cual impide que sus víctimas
(es decir, los oprimidos, que por lo general no vinculan su desdicha
con su condición como tales, de la cual generalmente no poseen
conciencia) puedan pasar a ser, de forma natural, luchadores contra
un sistema que además de oprimirles, crea su alienación espiritual
y el atrofiamiento de su racionalidad, precisamente como manera de
frustrar sus posibilidades de luchar por la sustitución de dicho
sistema por otro en el cual desaparezca esa opresión de la que tales
víctimas de la misma no son espontáneamente conscientes.
Para
que el capitalismo caiga como sistema sin que desaparezca con él la
civilización como tal o incluso la especie humana, debe ser
sustituido por el único sistema que solamente puede ser
conscientemente instaurado, que es el socialismo, en cuya razón de
ser está incorporado el fin de la opresión política y económica
(la explotación, en este último caso) entre los seres humanos,
mediante el control del poder político por las clases antes
oprimidas como producto de su condición de explotadas, y de la
producción y la distribución de la riqueza según el aporte de cada
uno a su creación, unidos ambos principios (el poder en manos de las
clases populares y la socialización de la propiedad sobre los medios
de producción) al aseguramiento de la protección social universal,
todo ello como condición previa a la distribución según las
necesidades (propia del comunismo), que requiere el predominio de las
motivaciones espirituales para el trabajo, rigiendo en ambos tipos de
distribución (la socialista, según el trabajo y la comunista, según
las necesidades) al principio de que cada cual aporte según su
capacidad a la producción de bienes materiales y la creación de la
riqueza.
El
mencionado cambio en el criterio distributivo resulta inconcebible
sin el predominio de determinados valores en la conciencia social,
los cuales según señala el Che (en lo cual consistía su principal
crítica al socialismo soviético) no surgen espontáneamente de la
estructura económica, sino que deben hacerse surgir de ella
intencionalmente mediante determinados mecanismos, lo cual se
corresponde con el hecho ya explicado de que el sistema sustituto del
capitalismo en el marco de la vida civilizada de la sociedad humana
es el único y primero en la historia que no se puede instaurar sin
su construcción consciente, incluyendo esto último el carácter
deliberado de dicha construcción social y el conocimiento de las
leyes objetivas que rigen la realidad correspondiente, para la
aplicación subjetiva de las mismas con el objetivo de generar los
cambios que se persiguen en dicha realidad, y que la misma demanda
históricamente.
El
socialismo como transición al comunismo, única alternativa
histórica civilizada no sólo frente al capitalismo, sino también
frente al neoliberalismo.
El
hecho de que la crisis del capitalismo no implique la inevitabilidad
de su sustitución por el socialismo no necesariamente significa que
sea viable una versión no neoliberal del capitalismo; viable tanto
en sentido civilizatorio como en sentido socioeconómico y político,
no solamente porque sin civilización no puede haber capitalismo ni
socialismo, sino porque como veremos, el capitalismo (sea neoliberal
o no) ha perdido viabilidad en todos los aspectos de la vida social,
lo cual sin embargo, no significa que dicho sistema no pueda
funcionar, pues suele confundirse su evidente inviabilidad para el
ser humano con su inextinguible viabilidad para sí mismo como
sistema; es decir, el capitalismo no resuelve los problemas del ser
humano y es contrario a la condición de éste como tal, pero
funciona, porque en él siempre hay un sector dominante a cuyos
intereses responde de forma indefinida en el tiempo, lo cual sumado a
las otras razones arriba planteadas, hacen de él el único sistema
social de la historia que no puede ser destruido espontáneamente por
sus propias contradicciones, aunque éstas sean propicias e
indispensables para su destrucción que sin embargo, no será real si
no es deliberada o intencional, tal como Lenin señalaba como
producto no solamente de lo acertado de la caracterización que hizo
de su época, sino de la capacidad que tuvo de anticiparse en muchos
aspectos a la actual.
Al
no ser viable socioeconómica y políticamente, el capitalismo
tampoco es útil como instrumento para el desarrollo de las fuerzas
productivas en un proceso social que vaya rumbo al socialismo, lo
cual no significa que sea viable suprimir la participación económica
de los grandes propietarios individuales sobre los medios de
producción en el desarrollo de un país con rumbo al socialismo,
sino que en un contexto de este tipo no es viable promoverlo como
modo de producción, siendo por tanto necesario promover formas de
propiedad y métodos de control popular de la producción y la
distribución que contribuyan a la transformación socialista de las
relaciones de producción en el marco de un proceso de cambio social
orientado hacia el socialismo o que tenga como meta la creación de
condiciones en caso de que no existan, para la instauración del
socialismo, independientemente de lo prolongado que deba ser el
tiempo a transcurrir para alcanzar ese objetivo.
Por
tanto, si se trata de un cambio social cuyo objetivo es el socialismo
o al menos la creación de condiciones para su instauración, la
única alternativa al neoliberalismo no puede ser otra variante del
capitalismo, sino la construcción del socialismo, que no debe
confundirse con su instauración, no siendo sin embargo ésta la
culminación de aquélla, ya que al instaurarse, el socialismo se
sigue construyendo debido a su carácter transicional con relación
al comunismo, cuya instauración no significa que llegue a su fin la
construcción consciente de la realidad social, sino que por el
contrario, ésta apenas comienza en toda su plenitud. Tal como
señalara el Che, las condiciones subjetivas para la distribución
comunista de la riqueza (es decir, según las necesidades) deben
crearse en el socialismo si se pretende que éste sea efectivamente,
la transición al comunismo, razón por la cual hasta cierto punto,
la construcción del socialismo y la del comunismo adquieren un
carácter simultáneo en lo que puede considerarse como la
construcción social consciente.
Ya
cuando Lenin planteó la imposibilidad de que el orden de cosas
establecido cayera por su propio peso en las condiciones del
capitalismo, por características de éste que pasaron a ser
decisivas en su fase imperialista de desarrollo (que él caracterizó
precisamente como la prolongación artificial del capitalismo cuando
sus contradicciones han puesto a la orden del día la inminencia de
su colapso), se imponía la necesidad también señalada por Lenin en
base a su caracterización del momento histórico y la identificación
que hiciera de las características en cuestión, de lo que se
constituía como la necesidad histórica de un nuevo sujeto político:
la vanguardia revolucionaria cuyas características la hicieran capaz
de crear o identificar las condiciones adecuadas para el cambio
revolucionario, convirtiendo la situación revolucionaria creada,
propiciada o identificada como tal por dicha vanguardia, en una
revolución cuyo objetivo fuera la sustitución del capitalismo por
el socialismo.
Las
características generales de esa vanguardia revolucionaria (que
hacen de ella una organización política de nuevo tipo para la época
en que esto fue planteado por Lenin y en comparación con el tipo de
organización política tradicional), son: El carácter permanente de
sus estructuras, regidas por un conjunto de principios que
constituyen el centralismo democrático; y la existencia de cuadros
políticos dedicados a la organización política como ocupación a
tiempo completo. El centralismo democrático, al igual que la
vanguardia misma, suele ser erróneamente asociado como tal a lo que
en realidad es una de sus variantes posibles. Con posterioridad
veremos cuál es la variante específica de vanguardia y de
centralismo democrático que se corresponden con la época actual,
distintas a las que fueron propias del siglo XX.
La
revolución electrónica, al poner en crisis las relaciones
salariales creadas por la revolución industrial – sin embargo,
expulsando ambas de la economía (cada una en su momento) gran
cantidad de fuerza de trabajo –, pone con ello en crisis la
intermediación como modo de ejercer el poder, que se manifiesta en
el caso del capitalismo en lo económico con la propiedad privada en
tanto creadora del burgués como intermediario entre el trabajador y
el control de la producción y de la riqueza producida, y en lo
político con los representantes y gobernantes como intermediarios
entre el ciudadano y el control de la institucionalidad, mientras en
el caso del viejo socialismo la intermediación como poder se ponía
de manifiesto en lo económico con el Estado y en lo político con el
Partido como intermediarios entre los mismos factores mencionados.
El
neoliberalismo es por ello el único capitalismo posible en estos
tiempos, ya que es la única manera que tiene éste de reducir la
intermediación como forma de poder, que le es sin embargo inherente,
contrario a lo que sucede con el nuevo modelo socialista actualmente
en construcción práctica y teórica, el cual como veremos, puede
suprimir en el seno de su propia esencia como sistema, la
intermediación ejercida como poder en lo económico y lo político,
mientras el capitalismo, además de su ya señalada limitante en este
sentido, a través del neoliberalismo como única fórmula
anti-intermediadora a su alcance, ni siquiera suprime a los
intermediarios que le son propios, sino a un intermediario ajeno,
propio del anterior modelo socialista, y solamente en lo económico:
el Estado como gestor directo exclusivo de la economía.
El
nuevo socialismo, en cambio, apunta hacia la supresión de la función
intermediadora como forma de poder ejercida por sus dos grandes
intermediarios. El Estado deja de ser intermediario económico al ser
ejercida la propiedad directamente por los trabajadores, pero sin
renunciar a su carácter como medio de ejercer un poder de clase en
tanto esto sea necesario, como tampoco renuncia a ello el capitalismo
neoliberal (menos aún, pues la necesidad del poder depende de los
antagonismos de clase, inherentes a los sistemas de opresión, de los
cuales el capitalismo es la más desarrollada expresión). En el
nuevo socialismo tampoco desaparece la propiedad estatal en las áreas
económicas cuyas características así lo requieren, dependiendo
ello de su naturaleza y de la situación política concreta. Por su
parte, el otro gran intermediario como sujeto de poder del antiguo
modelo socialista, que es el Partido, deja atrás en el nuevo modelo
socialista esa función, dejando de ejercer la intermediación
política entre los ciudadanos y las instituciones mediante las que
se controla el poder, pero sin dejar de cumplir su misión histórica
de conducir como vanguardia el proceso revolucionario.
El
ciudadano, las clases populares, la vanguardia y el problema del
sujeto revolucionario en relación con el carácter revolucionario de
un proceso de transformación social.
La
vanguardia en el nuevo modelo socialista ejerce su indispensable
papel conductor (sin el cual es inconcebible el carácter consciente
de la construcción del socialismo) ahora exclusivamente a través
del trabajo político e ideológico permanente de sus estructuras
presentes en todos los ámbitos de la vida social y en todos los
espacios institucionales creados como parte del modelo en
construcción para que desde ellos el poder político sea ejercido
directamente por los ciudadanos, que pasan así de ser los sujetos
individuales y pasivos de la democracia representativa legitimadora
del capitalismo o los sujetos colectivos subordinados de la
democracia burocrática del anterior modelo socialista, a ser los
sujetos sociales y activos-protagónicos de la democracia directa
como nuevo modelo político del socialismo y por tanto, sujetos
políticos protagónicos del nuevo modelo socialista, en tanto la
vanguardia sigue siendo el sujeto político conductor del cambio
revolucionario, ya sin sustituir en el ejercicio del poder a las
clases sociales cuyos intereses defiende, que son las clases
populares puestas de manifiesto como los ciudadanos en tanto los
sujetos sociales que éstos son.
Se
pasa así de la vanguardia como partido de nuevo tipo a la vanguardia
de nuevo tipo, que para ejercer eficazmente su papel conductor debe
estar abierta a la sociedad, lo cual entre otras cosas le sirve para
actuar con efectividad en el ámbito del pluripartidismo como
contexto político impuesto por las circunstancias históricas. Otro
elemento indispensable para la eficacia del papel conductor de la
vanguardia en la actualidad es la forma horizontal de dirección y
organización, que no niega el carácter jerárquico de éstas, sino
que garantiza los más altos niveles posibles de participación de la
militancia en la definición de las línea políticas y en las tomas
de decisiones de la dirigencia, para que las posiciones políticas a
ser promovidas desde los nuevos espacios del poder ejercido
directamente por las clases populares estén en correspondencia con
la voluntad popular, llevada al seno de la vanguardia por esa
militancia que se encuentra en sistemática y permanente vinculación
con el pueblo, que en tales circunstancias se autoeduca mediante la
acción decisoria que el modelo le atribuye, de manera que la
vanguardia revolucionaria define junto al pueblo las posiciones que
éste asumirá en todos los ámbitos de la vida política y social.
El
centralismo democrático como conjunto de principios que constituyen
el método científico para el funcionamiento de la vanguardia debe
ser transformado de igual forma que la vanguardia misma, adecuándose
a las nuevas características de ésta ya señaladas, de modo que
tales principios consistan en mantener el necesario carácter
jerárquico de estructuras y decisiones, unir la búsqueda de
consenso al principio de subordinación de la minoría a la mayoría,
y consolidar el método y el estilo de trabajo leninistas,
consistiendo el primero (el método) en el carácter colectivo del
trabajo, la dirección y las decisiones, el carácter único de estas
dos últimas, y el carácter individual de las responsabilidades; y
consistiendo el segundo (el estilo) en la vinculación con el pueblo,
el carácter perfectible y verificable del trabajo, y el carácter
constructivo de la crítica (frontal, fraterna, hecha en el momento y
el lugar adecuados).
Sin
lucha revolucionaria no hay vanguardia que logre crear y/o
identificar las condiciones objetivas para el triunfo revolucionario,
y sin vanguardia política no hay lucha revolucionaria que logre
convertir ese conjunto de condiciones en una revolución triunfante,
para lo cual hacen falta condiciones subjetivas, cuyo común
denominador es precisamente la existencia de esa vanguardia, con lo
que se plantea la presencia de lo que Lenin denomina una situación
revolucionaria,
que aún con la existencia y la acción de la vanguardia creando y/o
identificando las condiciones objetivas requeridas, no necesariamente
podrá convertirse en una revolución. En cuanto a las condiciones
objetivas necesarias (pero no suficientes) al respecto, Lenin plantea
que para el triunfo de una revolución no
suele bastar con que los de abajo no puedan, sino que hace falta,
además, que los de arriba no puedan seguir viviendo como hasta
entonces.2
La
revolución se puede hacer y el socialismo se puede comenzar a
construir aún cuando no hay condiciones, pues la revolución se hace
y el socialismo se construye desde el momento en que se comienzan a
crear esas condiciones, ya que desde entonces la revolución y el
socialismo comienzan a manifestarse en la conciencia social, que es
donde más necesidad hay de que esto suceda, y debido al carácter de
dicha misión histórica, ésta solamente puede ser asumida por la
vanguardia revolucionaria. Pero igual, aún habiendo condiciones para
la revolución y el socialismo, sólo una vanguardia es capaz de
hacer efectivas ambas cosas, debido al carácter de ellas. Cuando no
hay condiciones para construir el socialismo, las reformas pueden ser
el inicio de su construcción, pero no cualquier reforma, y en
dependencia de la manera en que las mismas se implementen.
Tales
reformas son el inicio de la construcción del socialismo cuando
adquieren carácter revolucionario, el cual consiste en que estén
deliberadamente orientadas hacia la creación de condiciones
apropiadas para la instauración del socialismo y que vayan
acompañadas de toda una pedagogía revolucionaria masiva, la cual
solamente la vanguardia (debido entre otras cosas, a las
características que la definen como tal) es capaz de poner en
práctica a través de su estructura política y su liderazgo, al
igual que sólo la vanguardia puede imprimir orientación socialista
a las reformas, pues éstas (cualesquiera que sean) siempre se
orientarán en otra dirección en ausencia de la conducción política
que sólo la vanguardia puede ejercer, debido al carácter consciente
de la construcción del socialismo.
Aunque
toda reforma puede ser orientada hacia el socialismo, puede haberlas
de un tipo cuya razón de ser esté únicamente en crear las
condiciones para su instauración, pero aún éstas quedan sin esa
razón de ser en ausencia de la vanguardia revolucionaria. Por otra
parte, la ausencia de este tipo de reformas impide que cualquier
conjunto de otro tipo de éstas pueda ser orientado al socialismo e
impide también que la vanguardia esté en condiciones de ejercer la
pedagogía revolucionaria en cuestión. Las características de tal
tipo de reformas sólo pueden ser definidas en el marco de cada
situación concreta dada y en base a los principios del poder al
servicio de los intereses de las clases populares, la socialización
de la propiedad sobre los medios de producción y la creación de la
conciencia social que se corresponda con el cambio que se pretende en
las relaciones de producción.
La
vanguardia revolucionaria está integrada por individuos que,
identificados con los intereses de las clases populares, han
alcanzado un mayor nivel de conciencia acerca de esos intereses y por
consiguiente, de la necesidad de impulsar la transformación
revolucionaria de la sociedad como la más alta expresión de la
defensa de los mismos. Es decir, la vanguardia revolucionaria no está
por encima de las clases populares, sino que es la manifestación
política organizada y más desarrollada de éstas, cuyos intereses
se corresponden con la transformación revolucionaria de la sociedad
(que desde el surgimiento del capitalismo consiste en la sustitución
de éste por el socialismo como transición al comunismo), debido a
que constituyen el conjunto de las clases sociales definidas por su
condición de explotadas en el capitalismo, razón por la cual el
ejercicio del poder por ellas es la característica política
fundamental del socialismo en general, así como en el ámbito
económico lo es la socialización de la propiedad sobre los medios
de producción.
Como
ya ha quedado en evidencia y planteado con anterioridad, al ser
posibles la revolución y el socialismo en todo momento, y al ser el
neoliberalismo la única variante posible del capitalismo en la era
de la revolución electrónica, la alternativa de la izquierda ante
la versión neoliberal del capitalismo no puede ser un capitalismo
nacional o cualquier otra variante del sistema socioeconómico y
político imperante, sino el socialismo. Éste, sin embargo, también
debe ser la alternativa frente a su versión histórica anterior, la
cual no puede responder a los desafíos de la época actual, por las
razones que hemos planteado antes.
La
construcción social consciente o lo que es igual, la construcción
del socialismo y el comunismo (secuencial y simultánea a la vez,
como hemos visto) es la creación por el ser humano, de una realidad
social a la altura de su condición como tal, es decir de su
racionalidad y su espiritualidad. La diferencia entre el socialismo y
el comunismo está más en la distribución que en la producción, de
modo que si bien el socialismo es un nuevo modo de producción en
relación con el capitalismo debido al control de la misma por los
trabajadores mediante la propiedad social sobre los medios para
llevarla a cabo, el comunismo es en lo socioeconómico sobre todo un
nuevo modo de distribución en relación con el socialismo (a cada
quien según su trabajo en el socialismo, y según su necesidad en el
comunismo), pero la principal diferencia entre el comunismo y
cualquier orden de cosas anterior está en el ámbito de la
conciencia social, destacándose como parte de ésta en el caso del
comunismo, la motivación espiritual para el trabajo y el aprecio de
lo propio, características de la conciencia sin las cuales es
imposible el modo comunista de distribución, siendo por tanto el
comunismo en relación con todo el orden social precedente, por
encima de todo, una nueva civilización, cuya característica
principal es la capacidad del sujeto de construir la realidad social
objetiva de acuerdo a su condición específicamente humana en este
caso, y con ello, de construirse a sí mismo en tanto que dicha
realidad es, al menos en última instancia, lo que necesariamente
determina las características del sujeto que la constituye.
En
lo relacionado con la motivación para el trabajo, el cual hace
posible la creación de la riqueza, si la distribución comunista de
ésta se aplicara siendo tal motivación de tipo material, nadie
trabajaría y no habría riqueza que distribuir, lo cual no significa
que la creación de la riqueza sea primero que la distribución de
ésta, pues de la distribución depende la manera en que la misma es
creada, de lo cual a su vez depende que llegue o no a haber
condiciones para la distribución según las necesidades. Es por eso
que el Che plantea la necesidad de los estímulos morales sin
descartar los materiales de tipo colectivo como creadores de las
motivaciones espirituales para el trabajo (aunque sin hacer en su
caso una diferencia explícita entre estímulos y motivaciones),
adquiriendo en la actualidad una mayor importancia que en su época
los estímulos materiales colectivos, debido a la tendencia a la
desaparición de la intermediación estatal como forma de poder en el
ámbito económico.
En
cuando a la capacidad de apreciar lo propio, sin ella no habría
manera de que las necesidades se autolimitaran, lo cual las haría
entrar en contradicción con lo limitado de los recursos naturales,
fuente de las riquezas según nos recuerda Marx en su Crítica
del Programa de Gotha, su
última obra y la misma en que define la diferencia entre trabajo y
necesidad como criterios de distribución que distinguen el
socialismo del comunismo en el ámbito socioeconómico, así como la
capacidad como criterio común a ambos para el aporte de cada
individuo a la creación social de la riqueza.3
Por
su parte, la falta de control real de la producción por los
trabajadores hizo que la mayor parte de los modelos socialistas en el
siglo XX fueran un nuevo modo de distribución y no de producción en
relación con el capitalismo, lo cual al contrario de lo que sucede
con el comunismo en relación con el socialismo en el ámbito
socioeconómico, es una anomalía que impide la transformación
socialista de las relaciones de producción y con ello, se ve
suprimida una condición indispensable para la creación de la nueva
conciencia social, a cuya importancia fundamental para la
construcción social consciente ya nos hemos referido.
Debido
a razones ya señaladas, la caída del sistema capitalista no es un
resultado espontáneo de sus contradicciones, sino de la acción
revolucionaria que lo hace caer, a partir del conocimiento y
aprovechamiento de dichas contradicciones con tal propósito. Esa
acción no será efectiva si no es llevada a cabo de manera
organizada por una vanguardia política cuyas características
difieran de las que tradicionalmente han tenido las organizaciones
políticas revolucionarias en otras circunstancias históricas,
debiendo destacarse al respecto que la nueva vanguardia no debe ser
sustituta de las clases populares en el ejercicio del poder, y que
debe ser políticamente abierta a la sociedad y organizativamente
horizontal en su vida política interna, lo cual no impide que al
inicio del proceso de instauración del nuevo modelo político sea
inevitable en cierto modo dicha sustitución, que debe ser eliminada
gradualmente en la medida en que las clases populares adquieran la
capacidad de ejercer directamente el poder o se transformen de
sujetos sociales en sujetos políticos.
Las
características del nuevo tipo de vanguardia tampoco pueden impedir
que en determinadas circunstancias ésta deba cerrarse o
verticalizarse, pues esto no es un asunto de principios, ya que
mientras existan los antagonismos de clase y por tanto, mientras el
poder sea necesario y como consecuencia de ello deba ejercerlo una
clase o grupo de éstas, la democracia será un instrumento
legitimador al servicio del poder de clase existente o en formación,
mientras por su parte el poder en el caso del movimiento
revolucionario, es un medio para la transformación revolucionaria de
la sociedad, y el sentido que tiene por tanto el ejercicio directo
del poder político por las clases populares no es tanto la
instauración de la democracia como un principio ético, sino su
instauración como algo indispensable para que existan condiciones
adecuadas a la creación deliberada de la conciencia social requerida
para lograr en el largo plazo la distribución comunista de las
riquezas.
Una
razón adicional a las ya señaladas para considerar que la única
alternativa posible e histórica civilizada frente al neoliberalismo
no es una nueva variante del capitalismo, sino el socialismo, es que
para los revolucionarios, ejercer el poder no tiene sentido si no es
para hacer la revolución, pues de lo contrario surge la frustración,
se dividen las filas revolucionarias y retrocede la conciencia social
alcanzada hasta ese momento. El poder surgió para oprimir, no para
hacer la revolución, pero es indispensable para esto último, porque
si no lo ejercen las clases populares lo ejercerán las clases
pudientes, mientras existan los antagonismos de clase y por tanto,
mientras el poder sea necesario.
El
poder por tanto, es indispensable para hacer la revolución, pero es
reaccionario por naturaleza, razón por la cual si no es ejercido en
concordancia con los principios revolucionarios y las metas de la
transformación revolucionaria de la sociedad (es decir, si no es
ejercido de modo tal que deje de ser necesario en un largo plazo
histórico al desaparecer las condiciones que lo definen como tal,
sobre todo los antagonismos de clase), en lugar de un medio (tan
indeseable como necesario) para la transformación revolucionaria de
la sociedad, puede terminar siendo un medio para la deformación
reaccionaria de los revolucionarios que pretenden mediante él,
llevar a cabo dicha transformación.
Puede
afirmarse, por tanto, que el poder es tan dañino para los que lo
ejercen si éstos son revolucionarios, que no vale la pena ejercerlo
si no es para hacer la revolución. Y la única manera de hacerlo de
manera tal que sea para eso, es asegurando que sea ejercido
directamente por las clases populares y garantizando la vinculación
con ellas de la vanguardia, pues el poder deforma a los individuos,
pero educa a las clases sociales que lo ejercen. Las clases
pudientes, en este sentido, tienen la ventaja de que desde el punto
de vista de la conciencia social que les es favorable, el ejercicio
individual del poder no se contradice con el ejercicio del poder por
la clase social cuyos intereses defienden los individuos que lo
ejercen.
Debe
dejarse claro, sin embargo, que la defensa del orden establecido
necesita instituciones, pero los cambios revolucionarios necesitan
líderes que inspiren confianza para contrarrestar el temor
naturalmente humano a lo desconocido, y es más fuente de seguridad
algo concreto como una persona capaz de encarnar los anhelos
revolucionarios del pueblo que un conjunto de ideas abstractas cuya
identificación es mucho más complicada y prolongada que la de un
líder. Es por eso que el liderazgo personal (como encarnación – y
en tanto lo sea – del liderazgo de la vanguardia revolucionaria
organizada) juega un papel crucial en la primera etapa de un proceso
revolucionario, porque aunque la revolución la hagan los pueblos y
las vanguardias revolucionarias, esos pueblos y vanguardias no
tendrán el imaginario colectivo revolucionario requerido para el
impulso revolucionario primigenio sin ese liderazgo personal al que
hacemos referencia, y al que sin embargo le sería casi imposible
cumplir su cometido si se concibe como sustituto de los métodos
científicos de dirección, que incluyen el carácter colectivo de
ésta como parte del centralismo democrático; sustitución que
implica un gran peligro de que el líder se transfigure en un
caudillo cada vez más divorciado de lo que el proceso revolucionario
requiere de su actitud y su conducta.
Las
revoluciones, pues, necesitan líderes; en cambio, la defensa del
orden que la revolución debe cambiar sólo necesita administradores
que pueden ser relevados cada cierto tiempo sin mayores problemas.
Esta es una ventaja política de la derecha, que puede así presentar
propagandísticamente a los líderes revolucionarios como aferrados
al poder a título personal. Otra ventaja de la derecha en este
sentido es que la necesidad del liderazgo personal dificulta la
incorporación en el imaginario social, de que es un nuevo proyecto
de sociedad lo que está en marcha y de que por tanto, no se trata
simplemente de un buen gobernante que se preocupa por el pueblo, sino
de un proceso revolucionario cuyo sostén está en la lucha
revolucionaria de los sectores más conscientes del pueblo, más que
en la presencia personal de un líder, lo cual es decisivo en la
formación de la nueva conciencia social, y en lo cual,
paradójicamente, la labor educativa del líder es fundamental, y
parte indispensable de la misión que al respecto tiene la
vanguardia, sin cuya presencia con todos sus atributos aumenta
exponencialmente el peligro de que el líder no juegue un papel
revolucionario o que deje de jugarlo en determinado momento. Sin
liderazgo no hay revolución, y sin vanguardia política organizada
no hay liderazgo revolucionario.
En
vista de lo planteado sobre el nuevo modelo político socialista, el
principio rector apropiado para describirlo puede ser: la
vanguardia para dirigir (como
el sujeto político de la nueva revolución con rumbo al socialismo,
o lo que es igual, sujeto conductor del proceso revolucionario) desde
su presencia organizada permanente en todos los ámbitos de la vida
social y en los espacios institucionales creados por la revolución
para que desde ellos el pueblo ejerza directamente el poder; el
pueblo para mandar (las
clases populares puestas de manifiesto en la nueva figura del
ciudadano en tanto sujeto social y político protagónico de la
democracia directa como modelo político del nuevo socialismo)
mediante su potestad decisoria ejercida desde una institucionalidad
creada y/o estimulada con tal propósito por la vanguardia
revolucionaria; y el
gobierno para obedecer lo
que el pueblo mande a través de esos nuevos mecanismos
institucionales (es decir: la
vanguardia para dirigir, el pueblo para mandar y el gobierno para
obedecer).
Una
muestra de la necesidad de la vanguardia es el hecho de que los
ciudadanos de la democracia representativa, por lo general, no
demandan el poder colectivo para sí mismos, limitando sus
aspiraciones a que el poder se ejerza de alguna manera en su
beneficio, al igual que sucede con los trabajadores sindicalizados,
los cuales como clase en sí, no demandan espontáneamente el poder
político para la clase a la cual pertenecen, sino reivindicaciones
enmarcadas en un sistema que incluye el ejercicio del poder por las
clases sociales que les son adversas; de modo que solamente una
vanguardia revolucionaria que sea la expresión organizada de los
individuos que han trascendido la subjetividad del ciudadano
individual y pasivo para alcanzar la del sujeto social activo y que
encarnan la conciencia de las clases populares como clases para sí,
tiene la posibilidad y la capacidad de crear un nuevo poder, que al
ser ejercido directamente por las clases cuyos intereses se oponen al
carácter reaccionario del poder como tal, termine perdiendo su
carácter como medio de dominación política para convertirse en la
capacidad del ser humano para controlar su propia existencia social;
es decir, la vanguardia revolucionaria (y sólo ella) crea un poder
que no es para sí misma (y que sólo ella puede crear), sino para la
clase cuyos intereses defiende esa vanguardia, los cuales tienen como
máxima expresión la transformación revolucionaria de la sociedad y
la construcción social consciente, que constituyen la razón de ser
de esa vanguardia revolucionaria.
El
socialismo como nuevo modo de producción y distribución. El
comunismo como nuevo modo de distribución y como nueva civilización.
Por
su parte, el nuevo modelo económico socialista consistiría en la
socialización autogestionaria o cuentapropista de la propiedad sobre
los medios de producción para el ejercicio directo de la propiedad y
el control de la producción por los trabajadores. En el ámbito
ideológico-cultural, vinculado estrechamente con el económico
(productivo-distributivo), la clave estaría en el peso creciente de
los estímulos morales y materiales de tipo colectivo para el trabajo
capaces de generar el aumento gradual de las motivaciones
espirituales para el mismo, haciendo así posible el paso de la
distribución según el trabajo a la distribución según las
necesidades, en el marco del también creciente control de la
producción por los trabajadores.
El
límite de las necesidades tendría que pasar por la ya mencionada
incorporación en la nueva conciencia social, de la capacidad de
apreciar lo propio, la cual junto a la motivación espiritual para el
trabajo, depende del aprecio de lo espiritual por encima de lo
material, en oposición al inviable aumento irracional de las
necesidades materiales tan característico de la mentalidad humana en
la sociedad de consumo, una de tantas razones por las que el Che
contradecía la afirmación marxista manualesca de que el principio
fundamental del socialismo es la satisfacción de las necesidades
materiales crecientes de los individuos, planteando en su lugar su
postulado marxista revolucionario de que la ley fundamental del
socialismo es la planificación, lo cual podemos interpretar a la luz
de sus demás planteamientos, como la capacidad de la sociedad para
saber lo que es necesario para su más pleno desarrollo espiritual y
a partir de ello, definir las necesidades de su desarrollo material
que si bien es determinante en última instancia, por eso mismo debe
colocarse al servicio de lo anterior; algo que en su relación con lo
anterior también lo plantea Raúl Sendic citando a Gandhi en el
sentido de que no
se trata de multiplicar las necesidades hasta el infinito, sino
aislar las esenciales y solucionarlas.4
La iniciativa personal y el funcionamiento propio de una sociedad
racionalmente organizada y espiritualmente definida mediante valores
predominantes que se corresponden con la condición humana, se
encargan del resto.
Estamos
refiriéndonos, pues, al paso del viejo socialismo (estatista en lo
económico y burocrático en lo político) al nuevo socialismo
(autogestionario o cuentapropista en lo económico y protagónico en
lo político), el cual como nuevo modelo histórico se encuentra en
construcción práctica y teórica. En América Latina y el Caribe (a
excepción de Cuba) se trata de un modelo socialista del siglo XXI
surgido directamente del capitalismo, mientras en Asia y Cuba son
modelos correspondientes al socialismo del siglo XX en proceso de
adecuación a las nuevas condiciones históricas, a excepción de
Corea del Norte, donde se mantiene un modelo socialista con
características culturales propias y que no ha sufrido
transformaciones significativas desde su instauración a mediados del
siglo XX. En el caso de Cuba, su particularidad ha estado en la
fuerte influencia de las concepciones marxistas del Che (que sin
embargo, no siempre prevalecieron en la conducción política
revolucionaria cubana) y la fuerza del liderazgo de Fidel Castro,
firme partidario e inspirador en gran medida, de los planteamientos
guevarianos.
Hacia
el mayor grado posible de invulnerabilidad e irreversibilidad de los
procesos revolucionarios.
Pero
cada nación, país y región tiene sus propias particularidades en
el marco de un mismo contexto histórico, de donde surgen los modelos
socialistas territoriales, precisamente originarios del modelo
histórico, que es común a todos ellos, porque es de la práctica
que nace la teoría, aunque sin ésta la primera pierde su sentido de
orientación y se frustra. Igual sucede con la estrategia de lucha
revolucionaria a nivel mundial. Pero para definir el nuevo modelo
socialista histórico, indispensable en un cambio de época como el
que vivimos; para diseñar una estrategia revolucionaria mundial y
continental, algo vital en un mundo en el cual, más que nunca antes,
lo que sucede en una parte de él influye en otras y en todas partes;
para que los modelos alternativos regionales y las estrategias de
lucha nacionales puedan enriquecer el modelo histórico y la lucha
revolucionaria a nivel global, es necesaria la organización mundial
de vanguardia del movimiento revolucionario.
Las
características específicas de tal organización (que permitan
combinar la acción conjunta de los revolucionarios del mundo con
respeto a la diversidad territorial y cultural, y que impida cometer
viejos errores de otras experiencias históricas similares) son ya
otro tema, al que nos hemos referido en otros momentos. Lo importante
es no tan sólo saber que esto es necesario, sino hacer algo al
respecto y sobre la marcha, definir lo que la realidad demande. De
ahí el llamado simultáneo que a finales de 2010 hicieran líderes
como Hugo Chávez y Daniel Ortega, a organizar lo que el primero
llamara la Quinta Internacional y el segundo, la Internacional de los
Pueblos.
Si
algo está demostrando el imperialismo es que piensa y actúa
globalmente, aunque esa acción se manifieste inicialmente a nivel
local, mientras ciertos gurúes a su servicio, profetas de la eterna
miseria espiritual y material, nos llaman a pensar globalmente y
actuar localmente. Si la tendencia que se impone en las filas
progresistas y revolucionarias en el mundo es a no trascender lo
territorial, la izquierda y el movimiento revolucionario serán
derrotados y esta vez, sería para siempre, perdiendo una oportunidad
histórica irrepetible cuando lo que está en juego es la
supervivencia misma de nuestra especie.
O
se impone la irracionalidad y la falta de principios con la ayuda
indispensable de nuestros cálculos mezquinos y estúpidos alentados
por el carácter reaccionario de las diminutas parcelas de poder que
ejercemos, y la humanidad sucumbe; o se impone la racionalidad y la
espiritualidad propias de nuestra condición humana, gracias a la
indispensable trascendencia de lo individual hacia lo social en la
actitud revolucionaria ante la vida, según la cual el sentido de
ésta es la revolución, de manera que la humanidad sobreviva y se
supere a sí misma como es capaz de hacerlo el ser humano a nivel
individual y como lo haremos todas y todos cuando así lo propicien
las nuevas condiciones sociales que habremos creado con el triunfo
del movimiento revolucionario, con el triunfo de los pueblos y con la
derrota final y total del imperialismo.
La
reacción mundial a través de sus formidables centros de poder
promueve en estos momentos la estrategia de los golpes de Estado
light
contra gobiernos considerados hostiles a las políticas hegemónicas
de las grandes potencias imperialistas. Tales golpes de Estado se
caracterizan por surgir de situaciones artificialmente montadas sobre
la base de ciertos temas debidamente manipulados y alrededor de los
cuales se generan determinados estados de opinión mediante la
industria mediática y los ejércitos cibernéticos que actúan desde
las redes sociales para crear realidades cuyo origen virtual no evita
su condición práctica, y que aunque también pueden ser utilizadas
en contra del sistema mundialmente dominante, las fuerzas
revolucionarias dispersas no lo han hecho eficazmente, pues la mayor
parte de los simpatizantes y militantes de izquierda o aislados
individuos antisistema que hacen uso de estos medios no trascienden
la virtualidad del ciberespacio por esa dispersión como expresión
de la falta de organización, creyendo en muchos casos que se puede
hacer la revolución sin pasar de las redes sociales virtuales a la
organización social y política real, única capaz de llevar a la
práctica el cambio revolucionario.
Los
golpes de Estado en cuestión son tales no siempre por el hecho de
que una parte del Estado violenta el orden legítimamente constituido
imponiéndose contra el mismo a la otra parte, sino porque los
poderes fácticos locales y/o mundiales imponen su voluntad al poder
institucional legítimamente constituido, lo cual se disfraza
convenientemente como levantamiento popular, cuando en la mayoría de
los casos son bandas de perturbados a quienes de pronto se les hace
sentir dueños de una situación que en realidad está controlada por
esos grandes centros de poder causantes de todas las desgracias
sociales imaginables, incluyendo las que atraviesan algunos de
quienes se involucran en tales situaciones.
Lo
que podríamos llamar la versión “guarimbera” de esta variante
intervencionista tiene en Venezuela la particularidad de ser el
primer ensayo de este tipo en las actuales circunstancias mundiales,
en un país donde se desarrolla un proceso revolucionario de
construcción del nuevo modelo socialista histórico, además de ser
el impulsor de la actual ofensiva política de la izquierda en
América Latina y el Caribe, que a su vez se constituye como la
avanzada de la nueva oleada revolucionaria mundial después del
colapso de los viejos modelos socialistas en la Unión Soviética y
Europa del Este. En este caso se ha combinado la incidencia de los
poderes fácticos en franco debilitamiento y aprovechando lo que
sería su última oportunidad de acción en alguna medida efectiva,
con la participación de poderes institucionales locales que cuentan
con el peligroso control jurídicamente legítimo de personal armado
(policial y de seguridad), aunque muy limitados y sin posibilidad
bélica alguna en comparación con las fuerzas armadas, en las que
hay una clara hegemonía revolucionaria.
Algo
que no podrán comprender las fuerzas reaccionarias es que la
fortaleza política de la Revolución Bolivariana hace que esta
aventura de la reacción mundial en el país sudamericano sea
inviable para el derrocamiento del poder revolucionario. La tendencia
actual indica el gradual debilitamiento de la ofensiva derechista en
ese país, en gran medida gracias a la inteligente y aleccionadora
estrategia de la dirigencia bolivariana, de responder inmediatamente
a la histeria guerrerista contrarrevolucionaria con alegría pacífica
revolucionaria; es decir, la estrategia de responder a la violencia
con paz, al menos mientras las condiciones lo permiten y haciéndolo
de modo que se pueda evitar el advenimiento de condiciones distintas
en ese sentido.
Una
derecha que ha batido récords en derrotas políticas consecutivas
sólo puede tener como salida la desestabilización y si fuera
posible, la guerra. Por la trascendencia continental de lo que ocurre
en Venezuela, todo lo que allí sucede adquiere dimensiones
continentales. El sorpresivamente ajustado resultado electoral en El
Salvador es una muestra de ello, y convierte en una verdadera proeza
sin precedentes ese triunfo histórico del FMLN frente a la campaña
sucia del miedo basada en la situación que llegó a crear
artificialmente la ultraderecha fascista en Venezuela. La maniobra de
la derecha cavernaria salvadoreña (célebre por sus crímenes de
lesa humanidad) de presentar los hechos protagonizados por sus
homólogos venezolanos como algo que sucederá en El Salvador, llegó
a tal extremo que estuvieron empeñados en “guarimbear” El
Salvador aún antes de asumir el gobierno Salvador Sánchez Cerén.
Situaciones
como estas, pero también cualquier otra situación definitoria del
futuro en el continente y muy posiblemente en el mundo, solamente
pueden ser encaradas exitosamente por el movimiento revolucionario
desde una vanguardia organizada a nivel continental y mundial,
independientemente del nombre y eso sí, con características que la
hagan efectiva y superior a otras experiencias históricas similares.
Esto no invalidaría los espacios de convocatoria ya existentes a
nivel continental y mundial, pero cuya naturaleza es otra y que sin
embargo seguirían siendo necesarios, como el Foro de Sao Paulo y el
seminario anual de partidos progresistas y de izquierda convocado
desde los años noventa por el Partido del Trabajo de México, que
son hoy por hoy, las más notables expresiones de convocatoria de la
izquierda a nivel mundial, aunque deben dar pasos sustantivos en
busca de una mayor efectividad práctica de sus deliberaciones, como
lo ha hecho ya el Foro de Sao Paulo en cierta medida y en gran parte
producto, precisamente, de este debate sobre la necesidad de mayores
niveles de organización de la izquierda a nivel continental y
mundial, acerca de lo cual nadie debería olvidar el llamado de Hugo
Chávez en el XVIII Encuentro del Foro de Sao Paulo en Caracas, a
contar no solamente con análisis, discursos y listas de acciones a
realizar, sino también con el Plan de Batalla, el Comando y sobre
todo, el Ejército Revolucionario para librar una lucha que no podrá
triunfar si no adquiere ese nivel organizado continental y mundial en
términos estratégicos y programáticos que aún no tiene, y que
urgentemente debe tener.
Desde
nuestro punto de vista, lograr la meta de la organización mundial
revolucionaria de vanguardia (sin la cual disminuyen dramáticamente
las posibilidades de sobrevivencia y consolidación del proceso
revolucionario latinoamericano y caribeño, así como el paso a la
ofensiva del movimiento revolucionario a nivel mundial) sería la
mejor manera de mantener presente entre nosotros (en nuestra acción,
nuestro pensamiento y nuestros sentimientos revolucionarios) a ese
líder revolucionario mundial de estos nuevos tiempos que fue y es
Hugo Chávez. Ya es momento de que pasemos de las loas solemnes a las
acciones prácticas como homenaje a referentes revolucionarios tan
universales como el Che y Chávez, entre cuyas características
comunes estuvieron su rechazo a las loas y solemnidades, y su
verdadera pasión por poner de manifiesto sus ideas en la práctica.
La
organización de la vanguardia revolucionaria a nivel mundial y la
apropiación del proceso revolucionario por las clases populares
mediante el diseño e implementación del nuevo modelo en lo político
y lo socioeconómico, así como a través de su instalación en la
conciencia social, son indispensables para lograr el mayor grado
posible de invulnerabilidad e irreversibilidad de los procesos
revolucionarios, lo cual no significa que éstos puedan ser
invulnerables e irreversibles en términos absolutos, pues como bien
señala Mao Tse-tung, no hay recetas generales suficientes para hacer
lo necesario en cada momento histórico y en cada situación
específica, de modo que cada circunstancia sociohistórica requiere
de la iniciativa suficiente para la creación intelectual que permita
saber cuál es la acción específica que demanda el momento y el
lugar donde la revolución o la construcción del socialismo están a
la orden del día.
Es
interesante lo que dice al respecto Gérard Boulakian en su
sobrecogedora obra El
testamento de Mao,
en el sentido de que para Mao no
basta poner en práctica hoy los valores de mañana con el
convencimiento de que ello sólo ayudará a conseguir la sociedad del
futuro (…) Mao creía que los hombres deben ser aguijoneados sin
cesar (…); la Revolución no morirá si se “está encima de ella”
(…) Mao intuyó que el líder revolucionario no ha de emplear
siempre las mismas técnicas, sino que ha de idear continuamente
otras nuevas. Sin ello, la Revolución sucumbiría…5
Las
ideas revolucionarias, a diferencia de las reaccionarias, apuestan a
la capacidad del ser humano para tomar el control de su existencia
social creando una realidad socioeconómica y política que se
corresponda con su condición o lo que es igual, con su racionalidad
y su espiritualidad; es decir, su capacidad para crear una realidad
social a la altura de sí mismo; algo además indispensable para que
lo ya hecho en similar medida con la realidad material no termine
siendo una catástrofe que ponga fin a la existencia humana.
Las
ideas revolucionarias tienen la gran ventaja sobre las reaccionarias,
de que las grandes metas que de ellas se derivan no pueden ser
presentadas por sus adversarios como algo no deseable para el género
humano, sino a lo sumo como algo imposible de lograr. Por tanto, la
diferencia entre las ideas revolucionarias y las que no lo son es que
al contrario de éstas (que invitan al ser humano a no creer en sí
mismo), las ideas revolucionarias tienen como punto de partida la
convicción de que el ser humano es capaz de crearse a sí mismo
mediante la creación de una realidad social en correspondencia con
la mayor sabiduría imaginable y con los más preciados valores
forjados en la formación de su espiritualidad, máxima expresión de
la condición humana misma.
Ser
revolucionario es creer en la capacidad de realización espiritual a
nivel de toda la humanidad mediante la superación de sí mismo que
cada individuo es capaz de lograr en determinadas circunstancias,
llevada a nivel de toda la sociedad; es por tanto, creer en la
posibilidad de la felicidad para toda la sociedad humana, creando las
condiciones adecuadas para ello; adquirir y si es posible, crear el
conocimiento científico y la sabiduría que son necesarios para
hacer de esa posibilidad una realidad; convertir eso en razón de
ser, luchar organizadamente para lograr ese objetivo y dedicar a eso
la propia vida; es por tanto, ser protagonista consciente de la lucha
del ser humano por crear una realidad social a la altura de su propia
condición como tal, es decir de su racionalidad y espiritualidad.
Las grandes metas de la revolución son por eso mismo como la
felicidad: Se alcanzan en el camino que conduce a ellas. Quizás por
eso en Nicaragua a nuestra Revolución Sandinista, por costumbre
guerrillera, le pusimos un pseudónimo: el Proceso.
Aplicando
en Nicaragua las ideas aquí expuestas nos ha ido muy bien. Lo sabe
cualquiera que esté medianamente informado y en otras ocasiones nos
hermos referido a ello, por lo cual aquí solamente nos referiremos a
que hemos aprendido el peligrosísimo arte de vencer al enemigo con
sus propias reglas del juego llegando al extremo de casi ser partido
único a punta de votos en el contexto de la democracia
representativa que estamos sustituyendo gradualmente por la
democracia directa. Justo es decir que nuestros logros habrían sido
imposibles sin el apoyo de la Unión Soviética, el ejemplo y el
apoyo de la Revolución Cubana y el apoyo vital que recibimos de la
Revolución Bolivariana.
En
1959 triunfó la Revolución Cubana, que inauguró toda una época,
destruyendo el mito de la “cortina de hierro” y recuperando para
América Latina el carácter revolucionario del marxismo a partir del
pensamiento de nuestros próceres. Veinte años después, en 1979,
triunfó la Revolución Sandinista, que dejó atrás el mito de la
excepcionalidad del triunfo de la lucha armada en Cuba y la
consiguiente imposibilidad de otra experiencia similar en nuestro
continente. Luego de otros veinte años, en 1999, triunfó la
Revolución Bolivariana, dando inicio a la actual ofensiva
revolucionaria en América Latina y destrozando el mito del fin de la
historia y las ideologías, y de la irreversibilidad de la más
grande derrota sufrida por el movimiento revolucionario en su
historia con el derrumbe de la Unión Soviética.
Falta
poco ya para se cumplan otros veinte años desde el triunfo de la
Revolución Bolivariana. Los revolucionarios no podemos esperar a que
suceda algo: Debemos hacer que suceda lo que debe suceder. La
necesidad histórica no actúa por su propia cuenta: es la vanguardia
política revolucionaria organizada, producto ella misma de una
necesidad histórica, la que debe actuar para responder a ésta, como
lo es en este momento la organización de la vanguardia
revolucionaria mundial que, consensuando una estrategia y definiendo
con mayor nitidez el nuevo modelo socialista histórico en la
diversidad de realidades existente, logre la consolidación de los
actuales procesos revolucionarios y modelos alternativos, y el avance
de la lucha contra el sistema imperante, extendiendo la ofensiva
revolucionaria al mundo entero, justo a tiempo para que la humanidad
sobreviva a su negación por un sistema que es causante de todas sus
desgracias y se encamine hacia una realidad en la cual la sociedad
humana se corresponda con la condición que le es propia.
1
Lenin, Vladimir I., La bancarrota de la II Internacional,
Editorial Progreso, Moscú, sf, p. 13.
2
Lenin, Vladimir I., Idem.
3
Marx, Carlos, Crítica
del Programa de Gotha.
Https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gotha/gotha.htm#i.
4
Sendic, Raúl, Reflexiones
sobre política económica, Mario
Zanocchi Editor, 1985, p. 59.
5
Boulakian, Gérard, El
testamento político de Mao…, pp.
149 y 150, Plaza y Janés, Barcelona, 1977.
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