En el sexagésimo-noveno aniversario de su independencia nacional:
La República Árabe Siria es de acero y humanidad. El imperialismo es un tigre de papel
Los sirios de hoy día somos Saladino uniendo tras su cabalgadura a los pobladores árabes del Levante mediterráneo, no importa si musulmanes o cristianos. Pues árabes cristianos y árabes musulmanes combatimos contra el invasor cruzado, quien bajo la cruz disfrazaba la fe del oro. Juntos le dimos al mar de comer los navíos de aquellos monjes guerreros que escudaban las flotas mercantes burguesas; barcos armados con el Tesoro de aquel Vaticano.
Hoy Roma se ha (digámoslo así) “secularizado”. Sus satélites la han hecho casi omnisciente. Su capacidad de gasto militar la ha hecho casi omnipotente y, su red global de prensa, casi omnipresente. Habla mil lenguas y una sola lingua franca, se sienta sobre cien tronos, es Ama del dinero de los demás y surca los vientos desde el Atlántico Norte, mientras, tal que ayer, sigue jugando la carta de enfrentarnos. A lo que nosotros seguimos respondiendo como Saladino, el soberbio jinete kurdo; el Héroe Nacional de los sirios. Que somos sunníes y no lo somos: somos sirios. Que somos cristianos y no lo somos: somos sirios. Que somos alawíes y no lo somos: somos sirios. Que somos chiíes y no lo somos: somos sirios. Que cada uno de nosotros es un armenio y un kurdo y un caldeo y un druso y un maronita y un siríaco y un asirio y un turquemano… Todo eso cada uno. Pues somos árabes sirios.
Nuestra tierra entera, del mar hasta la ribera del Éufrates, es la tierra de todos los sirios. Por eso es la tierra de los kurdos sirios, y de los armenios, y de los asirios… No hay tierras privadas para kurdos ni para alawíes ni para sunnitas…, aunque las grises camadas del imperialismo, a través de forzar desplazamiento y vaciados poblacionales, estén obrando en este sentido de etnificación. Desde antiguo hallamos, a las poblaciones que componen nuestra nación, desarrollando vida en toda variedad de puntos y latitudes geográficas. No permitiremos la segregación. Compartimos hábitat. Somos convecinos. No a los planes del sionismo ni a sus micro-estados. No a los Estados de supremacía: no a un Estado kurdo yezidí. Denunciemos el éxodo obligado y el exterminio de poblaciones no kurdas hasta ayer residentes en esas regiones sirias que la propaganda y sus crédulos llaman, con falacia, “el Kurdistán”. No a un nuevo Israel en el corazón del Oriente Árabe. Por nuestro futuro como pueblo, estamos condenados a velar siempre en guardia contra la táctica divisionista predilecta de nuestros enemigos, y a enfrentarla. Kurdos y no kurdos, sirios nos sumamos, a la común resistencia nacional.
Los sirios somos mi familia y yo invitados a una boda por nuestros vecinos sunnitas en aquel tiempo en que vivimos en Damasco. Somos un miliciano de Hezbu Allah partiéndose el pecho en la defensa de una iglesia. Somos los soldados que parten al alba sobre camiones ataviados con retratos del Che. Somos una joven alistándose a los Comités Populares de Defensa. Somos la antiquísima sinagoga de Jobar (Provincia de Damasco), una de las más añejas en la historia, despreciando con hondura a los sicarios del judeo-supremacismo mientras estos la profanaban “en nombre” falso de un “islam” prefabricado.
Puede sorprender, visto desde fuera, cómo los sirios continúan su vida sin desestructurar sus relaciones a pesar del colosal escarnio al que llevan siendo sometidos, desde hace más de cuatro años, por el imperialismo: por sus atentados, por su sabotaje, por su incendio, por su bloqueo económico y comercial, su envenenamiento y toxicidad. No se fractura la sociabilidad. Esto es, por supuesto, una cuestión militar y de tenacidad colectiva. Pero también una cuestión de ideología y vínculo entre las gentes. En países limitados por otra estructura de individualidad (la del Homo Economicus), habría cesado la fraternidad bajo los golpes cruentos de la escasez. Individuos atomizados y grupos tribalizados estarían despedazándose unos a otros siguiendo estrategias competitivas de supervivencia típicas de condiciones extremas. Esto no les ha ocurrido a los sirios. Es éste un pueblo del que enorgullecerse. El cerco imperialista, cierto, ha sacado lo peor de los comportamientos. Pero también ha estimulado a sacar lo mejor. Y esto último pesa más en la balanza sociable. Honor y gloria a la grandeza ética de nuestro pueblo.
La ideología arabista interiorizada por las masas, llama a mirarse en el otro como en un espejo. Así se disuelve el otro en el Yo común. Bien es verdad, sin embargo, que, de no ser por la persistencia de estructuras económicas de Estado, la férrea consciencia de solidaridad acabaría por disolverse ella también entre el escombro, la desertificación, la angustia subsistencial y el apuro cotidiano. El Estado aún redistribuye, subvenciona productos, vela por la propiedad campesina de los cultivos. Soberanía alimentaria; esfuerzos por recuperar la Soberanía energética del expolio al que ha sido sometida por señores de la guerra localmente entronizados; para producir ese futuro que hay que ganar, se mantiene la enseñanza nacional gratuita incluida la universitaria; de las ruinas se extrae la piedra para la vivienda a reconstruir; se intenta preservar la producción independiente de medicamentos y de respuesta sanitaria; las telecomunicaciones siguen sin depender del capricho monopolista “occidental” y de sus chantajes; las ramas sindicales proveen los locales en propiedad a los jóvenes profesionales; contra los mercenarios que han secuestrado los bancos nacionales o rurales cooperativos para cobrarse sus favores al imperialismo con la sangre de los sirios, el Ejército Árabe Sirio actúa implacable. Sin estructuras materiales orientadas a la necesidad social, la conciencia se degrada. Sin conciencia, las estructuras se desvirtúan. Las estructuras son del Pueblo. El Pueblo las defiende. Contra esa síntesis humana superior de materia y conciencia, no podrán jamás ni el imperial-sionismo ni sus grupúsculos de apologetas idealizadores, por mucha “revolución” que invoquen para disfrazar su parasitario asalto de rapiña.
¡A más de cuatro años del inicio de la invasión, el pueblo sirio, nuestro país y nuestro Estado
Continuamos en pie!
¡Siria –la humanidad, el proletariado- vence!
¡En firme combate hacia nuestra segunda y definitiva independencia!
Comitè Antiimperialista
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