Por Fabrizio Casari*
Monseñor Silvio Báez, obispo auxiliar de Managua, de corazón somocista y más acostumbrado a leer Twitter que el Evangelio, ha caído en su ego. No tenía la menor idea de que lo estaban grabando y, al intervenir en una reunión, ante la inquietud de actuar como guía política para el golpismo, tropezó en su propia lengua, exponiendo trama, protagonistas y objetivos del intento de golpe de Estado y los movimientos futuros de su congrega.
En la grabación se escuchan frases inequívocas sobre su responsabilidad y de casi toda la Conferencia Episcopal de Nicaragua en el intento de golpe de estado que durante meses ha ensangrentado a Nicaragua. Además de declarar el deseo de enviar al presidente nicaragüense Daniel Ortega y la vicepresidenta, Rosario Murillo, al pelotón de fusilamiento, ha instado a la oposición a que integre sus filas con cualquiera: "abortistas, homosexuales, drogadictos, narcotraficantes y cualquier persona disponible", especificó.
Agradeciendo a Estados Unidos ("nos ayudan", dijo) por las leyes piratas que afectan a los dirigentes de Nicaragua, expresó su desprecio por el Ministro de Relaciones Exteriores y el Ejército y llamó a la oposición a una organización mas beligerante. Sin embargo, siempre concertando sus pasos con la iglesia. ¿La consigna? Elecciones anticipadas o terror.
Básicamente, Báez confirma cómo la Conferencia Episcopal ha sido el auténtico liderazgo político del fallido golpe de estado y que también guía el proceso político que debería llevar a la oposición a las elecciones de 2021. Nadie de buena fe consideraba que las jerarquías eclesiales nicaragüenses no estaban relacionadas con el plan de golpe de Estado, menos todavia el obispo Báez, a pesar que se propone oficialmente como mediador en el conflicto entre el gobierno y el golpismo.
El clamoroso error cometido por Báez es propio de un conspirador chismoso y narciso, que reivindica haber dado origen y forma tanto a las barricadas o tranques donde se cometieron las peores atrocidades (Báez los llamó "una idea extraordinaria") como de la autodenominada Alianza Cívica, asignando a la Conferencia Episcopal de Nicaragua la paternidad ("la inventamos y la construimos").
El papel de Báez, como el del obispo Mata y del obispo Álvarez, fue el de ser jefes de la Curia y de la Contra, y esto no es nuevo para los que han seguido el curso de los eventos nicaragüenses. Un trío de fanáticos del horror que invocaron la guerra hasta que la policía fue retirada a los cuarteles y luego apelando a la paz cuando las fuerzas de seguridad salieron para restablecer el orden en el país. Los obispos, cubiertos por la inmunidad diplomática, trataron de proponer una cara respetable al intento de golpe de Estado.
Mientras se propusieron como mediadores, amenazaron de muerte al presidente, instigaron los enfrentamientos, difundieron mentiras sobre los hechos y participaron directamente, como muestran algunos videos, incluso la tortura infligida a los militantes sandinistas y los policías que cayeron en manos de los terroristas. Intervinieron directamente en apoyo de los líderes del golpe y aseguraron la logística con la que contaban los terroristas que desde detrás de las barricadas aterrorizaban a la población. Sin modestia y sin decencia, al extender la bandera del Vaticano en sus jeeps, llevaron comida, ropa y dinero a los golpistas; escondieron arsenales y dinero en el sótano de las iglesias y disfrazaron a los representantes de los maras como religiosos para dejarlos escapar de la ira de la población.
Báez públicamente exhortó a los líderes golpistas a no abandonar la pelea.
Báez recibió la solidaridad la de los empresarios del Cosep y de la Conferencia Episcopal de Nicaragua (CEN), que en una declaración confirma su apoyo al obispo, como lo confirmó Brenes personalmente en una entrevista radial, donde se queja de que Báez ha hablado sin sospechar que lo estaban grabando.
Pero la solidaridad incondicional ofrecida por la CEN a Báez, sin siquiera expresar una incomodidad por lo que se hizo público, confirma que no nos enfrentamos a declaraciones de un prelado ambicioso y narciso, indecente como imprudente; no se trata de una responsabilidad personal (que las hay, obviamente), sino que nos enfrentamos con la confirmación directa, aunque involuntaria, del plan de golpe concertado por la CEN. La iglesia, como muchos habían entendido y ahora todos, incluso los más ciegos, pueden ver, fue un elemento central y activo en la subversión terrorista.
Actuó en concierto con los otros actores del golpe: Cosep, liberales, conservadores, MRS, ONG nicaragüenses y extranjeras, la embajada de los Estados Unidos en Managua, y su papel de liderazgo subraya su profunda identidad. De hecho, se trata de líderes golpistas, no de mediadores en el conflicto entre gobierno y oposición, que en el marco de la intentona fue un conflicto entre legalidad e ilegalidad, entre constitucionalidad y golpe de Estado. Exactamente porque el papel de la Iglesia en el intento de golpe de Estado es tan evidente, a la inversa, es aún más comprensible y compartible la decisión del Presidente Ortega de negar a los golpistas en sotana cualquier función de mediadores y testigos en un posible diálogo nacional.
Entre las declaraciones registradas de Báez también está la ironía con la que recuerda que hace meses el Ministro de Relaciones Exteriores de Nicaragua, que quería informar al Vaticano de lo que estaban haciendo los prelados, no pudo reunirse con el Papa. Con más urgencia el Vaticano, que también había defendido, en parte inevitablemente, el trabajo del CEN, tocará ahora tomar nota de cuan correctas eran las acusaciones que el gobierno nicaragüense formulaba hacia los obispos. No hubo una acusación política generalizada, sino una responsabilidad penal verificada de los obispos. No desempeñaban un papel pastoral, sino criminal.
Para la Santa Sede, la oportunidad de disociarse de un grupo obsceno de golpistas vestidos como prelados es propicia. Es de esperar que en San Pedro puedan comprender que el trabajo de las jerarquías eclesiásticas locales es la causa de la progresiva redución a un rol marginal de la Iglesia en el panorama sociopolitico y del masivo abandono popular de las actividades religiosas en Nicaragua. Porque sí, es un país de fe y sabe perdonar, pero sabe leer en la oscuridad y no quiere olvidar.
(*) *_Periodista de la agencia Otra Noticia. www.altrenotizie.org_*
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