Aunque no la política de producción de la fábrica, sí habite en el interior del sujeto su producto mercantil, hace del sujeto mismo en cada caso un fabricante más; una pieza más de la fábrica que se ha convertido en su única pseudocomunidad de sentido y referencia.
Tamer Sarkis Fernández
1. Colonización participativa
Aunque el capitalismo se ha especializado en la producción de todo
cuanto podía contribuir a provocar el inflamiento de la rueda de la
acumulación de Capital -empezando, pues, por producir al sujeto
productivo mismo-, quizás lo más acertado hoy sea definir a tal sistema
como una hiper-centralizada fábrica de sentido. El movimiento es doble:
(1) De un lado, globalización de los
mercados y de las presencias fabriles. Producción multi-local y
fragmentaria con arreglo a un sistema jerarquizado de división
internacional del trabajo. Subcontrataciones. Irradiación planetaria de
las mercancías portadoras de esos sentidos pre-hechos. Participación y
cogestión ciudadana de los asuntos que atañen a la salud capitalista y a
los comunes intereses primermundistas parejos a las capturas
imperialistas de Valor. Municipalización de competencias y
empoderamiento corporativo, colegiado, de distrito, pequeño-accionarial…
En síntesis, expansión -o máximo intento expansivo- de una bomba que no
deja nada intacto y que todo lo capitaliza en una subsunción
satisfactoria para el estómago, para la identidad, para el recreo y para
el “buen pasar” cotidiano. Dulce guinda de un Valor no ya meramente
socializable, sino que urge socializar como antídoto a su propia
sobre-acumulación legada por superbeneficios.
(2) Del otro lado, en movimiento
simétrico a aquel descrito, monolitismo del sentido mismo de cada
experiencia y de todas las vivencias, emanando el sentido desde una
única torre evanescente ideológica que más allá de su ciudadela
amurallada levantó una y otra basílica especializada en producir “el
amor”, “la aventura”, “la noche”, “la salud”, “la vejez”, “el juego”,
“el turismo”, “la gastronomía”… Uno u otro momento de “la vida”. Así
pues, concentración superlativa de contenidos pareja y solidaria a la
poliarquía de espacios y de agentes mercantiles. Big-bang de la
acumulación llevado a sus últimas consecuencias. Repliegue en la
concreción de emisiones hasta alcanzar una partícula de materia
ideológica infinitamente compacta provista de un campo de irradiación
energética que esculpe cada mercancía, dicta cada relación social y
coloniza cada experiencia subjetiva.
Paradoja: aquellos a quienes se llama “creativos” son en realidad
especialistas en materia de tradición. Son profesionales de la
re-creación de un sentido que no deciden ellos más de lo que podría
hacerlo el destinatario de “sus” mensajes. Formados, no ya
académicamente sino en sus experiencias de sujetos sociales, por unos
sentidos-directriz incrustados en cada relación de la que han podido
tomar parte directa o distanciada, los “creativos” no hacen otra cosa
que añadir con astucia unos compuestos potenciadores del canto de las
sirenas en el interior de la corriente que todo se lo lleva. La
Psicología ayuda a encontrar las palabras adecuadas a la entonación del
hechizo.
Esta fábrica de sentido, lejos de ser fundamentalmente una mera
proyección mediático-cultural de contenidos vertidos a masas de mirones
apelmazados frente a la pantalla o ante la guía del ocio, manifiesta su
poderío cuando despliega de manera autónoma las interacciones en cuyo
seno los sujetos realizan cualesquiera de esas ideologías, las difunden y
las propagan, a ellas y a las realidades que les corresponden. “No debe
entenderse el espectáculo como el engaño de un mundo visual, producto
de las técnicas de difusión masiva de imágenes. Se trata más bien de una
Weltanschauung que se ha hecho efectiva, que se ha traducido en términos materiales. Es una visión del mundo objetivada” (Guy Debord, La sociedad del espectáculo).
El hecho de que, aunque no la política de producción de la fábrica,
sí habite en el interior del sujeto su producto mercantil, hace del
sujeto mismo en cada caso un fabricante más; una pieza más de la fábrica
que se ha convertido en su única pseudocomunidad de sentido y
referencia. Es por ello que el aislamiento decisivo a la hora de
favorecer la realización y la reproducción de esas ideologías y de sus
vivencias no es el aislamiento de un espectador solitario indefenso en
su vacío de interacción. Es el aislamiento de quienes se relacionan
reforzando mutuamente su colonización respectiva en una interacción
vacía de significados al margen. Así, la conjunción, la concurrencia, la
convergencia espacial pueden hallarse banalmente a la vista (y ser
aprovechadas por los apologetas de las posibilidades abiertas a la
actividad) mientras el aislamiento infinito lo es entre el sujeto y su
propia capacidad enajenada de producir realidad, tanto como entre los
interactuantes y sus capacidades enajenadas respectivas en mutua
incomunicación.
2. La metafísica de lo subjetivo
En el pasado toda una sociedad con sus sabios y filósofos a la cabeza
se preguntaba por la verdad de los conceptos tomándolos como si fueran
cosas. La pregunta metafísica central giraba en torno a una supuesta
verdad ideal de lo que no son sino realidades que los hombres inventan
en condiciones determinadas y que pueden llegar a destruir. El sujeto,
inconsciente en cuanto a sus dotes de creador, a la historicidad de
cuanto crea y a la suya propia, ansiaba penetrar en “las ideas” o
favorecer a los iluminados que pregonaran ser capaces de hacerlo (lo
vemos en Platón). Más tarde, derrotado y escéptico de esta posibilidad,
levantaba la bandera blanca para retirarse a su mundo fenoménico dando a
la realidad un estatuto de ininteligibilidad (lo vemos en Kant).
Hoy pocos son los que dan rango ontológico a la aventura, a la
creatividad, al bienestar o a la felicidad, pero la defunción de aquella
metafísica abre la flor plástica de la ilusa creencia en lo subjetivo
como ADN fundador de todo sentido justamente cuando la ideología
dominante toca más alto que nunca la marcha fúnebre al son de la que los
espíritus poseídos bailan “su” danza macabra. Este espejismo de “la
libertad de invectiva y de una imaginación desatada en cada uno que
estuviera en el origen de unas opiniones de valor relativo y personal”,
¿no será alimaña criada al calor de este desierto, de este vacío de
sentido extra-espectacular? Lo cierto es que, como poco, esta ilusión de
autonomía viene de perlas a la mesocracia primermundista sobre cuyos
gustos, visión y consideraciones de vida se han venido edificando todas
las realidades que luego ella puede empaquetar y vender a una sociedad
necesitada de consumir lo existente al tener insatisfecha su necesidad
de parir sentidos de cosecha propia ahora inexistentes.
Vendido a la mercancía, único ente con el que puede dialogar sin
mediaciones y al que reivindica toda inquietud vital que la mercancía no
puede satisfacer pero sí recuperar para sí como nuevo motor de consumo,
el alienado es un creyente postrado ante una divinidad que se hace de
rogar. A sus ojos no cabe ninguna verdad, pues la disonancia entre las
experiencias mercantiles y su inquietud de sí es total. Total es también
su presentimiento sin nombres a propósito de hallarse enterrado en una
totalidad falsificaciones. Y “por otro lado” no se imagina inventando
verdad en comunidad. Es sobre este abono de personalidad escéptica en
consonancia a la previa abolición de oportunidades vivenciales para una
edición comunitaria de sentido, donde triunfa provisionalmente la
percepción invertida basada en el libre albedrío interpretativo
individual. Basta atender a las mercancías predilectas y relacionar
éstas con las motivaciones y las expectativas de consumo declaradas para
desvanecer cualquier argumento del espejismo.
¿Cómo puede sostenerse en serio no ya masivamente, sino de forma casi
unánime, que los sentidos objetivos a que la alienación da lugar no
existen, siendo “lo que a uno le parece que son” y por tanto mutantes en
función de las mentes entre las que se muevan, y al mismo tiempo no
problematizar el “curioso” dato de que los contenidos de esos
“pareceres” sean también de coincidencias casi perfectas? Lo que tenemos
es un mundo en el que las imágenes se han cosificado con tal vigor que
curiosamente casi sería posible, por primera vez, una “metafísica” de
broma consigo misma en mitad de la parálisis total de actividad creativa
y por tanto de la historia. El capitalismo se habría encargado de
cumplir esos sueños platónicos o kantianos, quimeras un día, sólo que
para acceder a tales “auténticas realidades” no haría falta viajar
ningún Olimpo, ejercitarse en ninguna introspección mental y mucho menos
aún girarse hacia ningún pasado (donde el círculo del espectáculo no se
había cerrado todavía). Las únicas realidades que hoy dominan como los
únicos seres vivos, carroñeros, el páramo de lo social son aquellas que
se generan según la combinación múltiple de tres criterios sólo
separables en la bruteza lingüística: rentabilidad económica; necesidad
masiva de compensarse por la no realización activa de las necesidades y
los deseos; criterios valorativos que la clase dominante posee
honestamente -según lo que ha inscrito en ella la “deshonestidad” de su
quehacer en la economía- sobre la identidad de lo real y lo deseable.
Esa realidad ubicua y solitaria aludida forma parte de la realidad
causal que la contiene y de las miserias reales contenidas en aquélla.
De ella debe dar cuenta la crítica teórica que extrae sus materiales y
sus armas de observarla no más que de combatirla, así como la única
crítica consonante con su comprensión y su padecimiento no será ni más
ni menos que ajustarle las cuentas. A esta respuesta pretende aportar
algo este texto, y de la constitución de tal respuesta, de la mano de
condiciones que no pueden hacer otra cosa que producirla, es este texto
un efecto, un golpe más. No en vano, aunque el espectáculo sea la
parálisis misma de lo vivo por detener en seco la actividad generativa
de verdad en favor de su prefabricación a la manera burguesa, incluso
ese detenimiento de la vida es parte de un proceso que transporta junto a
su propia desenvoltura las contradicciones que harán de todo ello agua
pasada; un capítulo más del que al menos el final sí lo escribiremos
nosotros.
3. Sin-sentido en la producción enajenada = voracidad de colmarse de sentido en los productos del trabajo
Cuando afirmo que la centralización generativa de las vivencias
conforma la realidad de las vivencias no quiero dar a entender -por
supuesto- que esa operación sea a-causal. O al azar. O expresión de la
pura contingencia. O consecuencia de fuerzas inaprehensibles por las que
no cabe preguntarse. Cuando hablo de la producción -y no de mero
taponamiento- espectacular de realidad me refiero estrictamente a que
preguntas tales como “qué es el verdadero en sí” son en sí
mismas un error. Como un Nirvana feliz compendio de lo verdadero, al
que, eso sí, buena parte del mundo cree tender en respuesta a “la
llamada de sus deseos y consideraciones subjetivas” sobre “lo bueno de
la vida”, esa es justamente la manera en que se presenta a sí mismo el
espectáculo.
La crítica no puede cometer el error de hacer como aquellos “que se
creen profundos porque pescan en lagos profundos donde no hay peces; a
eso ni siquiera lo llamo yo superficial” (Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra).
Sentidos alternativos a la pobreza que nos domina no son conceptos
esenciales a descubrir. Son realidades por inventar a la altura de lo
que podemos dar de nosotros mismos. Pensar lo contrario es marcar un
límite sintomático de esa tendencia del poder a fijar los sentidos; es
trazar una órbita programada por el mismo incluso en la acción de
responderle. El espectáculo puede ser destruido; no caerá sino con el
trasfondo de alienación del que proviene y al que refuerza: “La crítica
de las ilusiones es la crítica de una realidad que necesita de
ilusiones” (Karl Marx, Crítica de la filosofía del derecho de Hegel).
“El espectáculo no debe oponerse en abstracto a la actividad social
efectiva, pues tal desdoblamiento está en sí mismo desdoblado. El
espectáculo, que invierte lo real, es efectivamente producido en cuanto
tal. La realidad vivida se halla materialmente invadida por la
contemplación del espectáculo, y al mismo tiempo alberga en sí el orden
espectacular, otorgándole su positiva adhesión. La realidad objetiva se
presenta en sus dos dimensiones. Cada noción fijada de este modo no
tiene más sentido que la transición a su opuesto: la realidad surge en
el espectáculo, y el espectáculo es real. Esta alienación recíproca es
la esencia y el sustento de la sociedad actual” (Guy Debord, La sociedad del espectáculo).
El velo ideológico del espectáculo tampoco se despliega esencialmente
entre los sujetos y unos sentidos históricos preexistentes a los mismos
que secuestrados esperaran a quienes los rescaten. El velo ideológico
del espectáculo se despliega cubriendo con neones de colores el muro
gris que antes el imperio de la burguesía hubo desplegado entre los
sujetos y toda oportunidad de vida entendiéndola como ocasión objetiva
de libre encuentro en que la afirmación pasional desate situaciones
desencadenantes, a su vez, de reacción interpretativa alimento para un
imaginario no mediado. El adueñamiento espectacular del sentido no es,
de este modo, una cuestión de “actitud”, de “aborregamiento”, de
“consumismo irracional desacerbado”, de “comodidad”, de “integración” o
de “estupidez”. Desposeyendo a las personas de su vida por la
instauración de ese muro de trabajo instrumental sin sentido
como don sociable ni como expresión de la necesidad de ser capaz y de
darse, más allá de sus objetivaciones de conveniencia, la práctica
económica burguesa estaba fundando una demanda latente para sus
prosaicas escenificaciones de sentido.
[…] “La crítica le ha quitado a las cadenas sus imaginarias flores,
no para que el hombre la lleve sin fantasía ni consuelo, sino para que
arroje las cadenas y tome las flores vivas. La crítica de la religión
desengaña al hombre para que piense, actúe, dé forma a su realidad (yo
subrayo) como un hombre desengañado, que entra en razón; para que gire
en torno a sí mismo y por tanto en torno a su sol real. La religión no
es más que el sol ilusorio, pues se mueve alrededor del hombre hasta que
éste empiece a moverse alrededor de sí mismo” (Karl, Marx. Crítica de la filosofía del derecho de Hegel).
4. Realidad sin historia
La colonización espectacular de no importa qué vivencia no se
comporta re-cubriendo cualquier sentido pasado u original, sino
re-generando radicalmente (desde su raíz) aquélla como un programador
que vaciara-reformateara el disco donde va a alojar un contenido nuevo.
Todo aquél que pretenda restaurar en el presente una partícula o un
espectro de sentido perdido, deberá mirar a la historia para trasladar
esa experiencia entre los en su abrumadora mayoría desmemoriados.
En no pocos casos, la reescritura burguesa perfilada con las tintas
de la productividad y la ganancia se nos vuelve clara mediante una
lectura a contraluz etimológica. El interés por el origen de las
palabras no se sucede aquí desde una mirada típicamente idealista:
apoyarse en unos sentidos primeros en la ficción de establecer el
“metasignificado”, más allá de todo cambio, a replantar en estos días
como si nada hubiera llovido. Caen ellos en una discusión “bizantina”.
La puesta en contrastación de los significados no remite su fin a la
metafísica que busca la verdad en una supuesta pureza pretérita del
lenguaje, sino a la vida: preguntarnos por cómo vivían y cómo valoraban
unos u otros episodios vitales aquellos seres que para esos episodios
acuñaron nombres acaba por revelarnos la verdad de tales subjetividades
antecapitalistas. Es entonces cuando traspasamos el horizonte tan
invisible como plomizo hasta cuya no-línea lejana se pierde el paisaje
que la burguesía ha ido montando sobre “nuestro” mundo. La solidez
evidente por no cuestionada se separa por sus junturas y empezamos a
considerar qué podemos hacer con ese caos informe en ebullición al que
desconocíamos por completo y que irrumpe ante nuestra atonía como un
ente todo poder e impaciencia. Lo más acertado será inhumarnos en él.
No cabe duda de que la dependencia del sentido con respecto a las
relaciones de poder es una constante histórica en todas las sociedades
de clases. Distinguimos en una y en otra a esa parte de la sociedad que,
siendo madre de realidades imagen y semejanza de su identidad, es al
mismo tiempo la sociedad entera: parte social funcionando según un
movimiento separado y fuera de autocontrol, todo porque produciendo
realidad está indirectamente produciendo su sociedad.
Pero lo novedoso del capitalismo hiperdesarrollado es el
hiperdesarrollo de esta intrusión hasta el punto de que la acumulación
cuantitativa de potencia de imagen eclosiona en un cambio cualitativo:
invasión total, substitución total, por la administración de imágenes y
sus consecuencias reales, de cualquier gesto colectivo que pudiera estar
más o menos incondicionado. En efecto, ¿hay ya relación social alguna
que mediar con imágenes?; ¿acaso no está la imagen fundando las
relaciones?; ¿no habría pasado a ser su genoma, su “esencia”? Raul
Vaneigem habla de una economía espectacular-mercantil que nos cuida
“como si fuéramos plantas de interior”. Sin embargo, la morfología de
los nutrientes escogidos en el cuidado, de la luz de invernadero y el
agua que impide a la planta la insumisión de no echar frutos, ¿no son
luego la savia misma, la planta misma? ¿Qué ocurre cuando el único
“desmelene”, la única “juerga” a la vista, distinguida, pensable,
consiste en tratar de pasar un día en consonancia a la juerga de la
pantalla, es decir, en consonancia a lo que la pantalla -ella
físicamente o el ejemplo real provisto por la juerga de otros; poco
importa- enseña? ¿Y cuando los niños abandonados ante la televisión “lo
saben todo acerca de la experiencia de ser madre”, “han aprendido en qué
consiste”, “han tenido la oportunidad de imaginarse siéndolo”, e
incluso escucharon que “la mujer tiene a partir de cierto momento de su
vida la necesidad interior de serlo”? ¿Y cuando la evidente realidad
capitalista de “la vejez”, siéndonos mostrada, nos prepara para “ser
viejos” escribiendo las coordenadas programáticas de la “etapa” y la
auto-experiencia antes de que acontezcan realmente?
5. La fábrica de sentido: estadio supremo del espectáculo
La vida es sometida a las leyes de la mercancía y éstas instauran el
trabajo llamado por Marx “abstracto”, un trabajo que no importa más que
en tanto produce valor. Mediante su actividad (la enajenación de la
producción genérica en mero trabajo utilitario) la mercancía construye
una sociedad-reflejo de sus necesidades de intercambio y de acumulación.
Esa sociedad llega a componerse de individuos impotentes que se
limitan a contemplar cómo la vida social se sucede sin que parezca que
puedan desviar o invertir su curso. Pueden (y están determinados a)
participar en realizar ese curso, pero no intervenir, hasta que,
desaparecida la intervención como posibilidad en y para la
sociedad mercantil, desaparece también como idea y planteamiento
indesligable de una actividad de ataque a la misma. Ello es así porque
la lógica de la mercancía que configuró la sociedad, les ha ubicado en
una posición y una identidad que deben ejecutar y que consiste en un yo
individualizado y particularizado. Individualizado por la necesidad
objetiva de subsistir. De tal necesidad se deriva ese peso pesado de la
ideología resumible en “Encontrar mi camino”. Ideología y camino que la
generalidad de los individuos, en su separación, comparte. Y, como digo,
se trata de un individuo particularizado, es decir, dotado de
contenido.
Llegado un punto en el desarrollo del fetichismo de la mercancía,
ésta supera la reificación del sujeto en productor-consumidor para
unificarla en una reificación total: la reificación del sujeto en
espectador. La alienación se ha desplazado desde el tener a la
apariencia, o, en palabras de Debord, “Todo lo directamente
experimentado se ha convertido en una representación”. El significado
del último término ha de tomarse aquí no en la acepción “dramatúrgica”
que cabría darle desde la sociología goffmaniana (representación como
fingimiento). Ha de tomarse en aquel sentido que el desglosamiento de la
palabra en sus componentes morfológicos muestra: un volver a presentar
la experiencia de cuya creación estamos privados, un “dárnosla hecha”
que pone el hecho consumado en el lugar del proceso posible; en
definitiva, re-presentación.
Esto no es más que la consecuencia inextricable de que la mercancía
se ha apropiado para sí -ha colonizado- las más variopintas experiencias
y momentos vitales, fijando su sentido según una triple adecuación:
i. Las limitaciones y orientaciones que impone la dimensión “física” de la mercancía en que el sentido se encarna.
ii. La ideología dominante, ya que los
productores de espectáculo comparten las expectativas espectaculares en
torno a “en qué consisten” una multiplicidad de experiencias debido a su
formación profesional y a su “mundo de relaciones”.
iii. La necesidad del propio espectáculo
de dirigir su propio movimiento, es decir, de gobernar una dinámica de
modificaciones y readecuaciones permanentes del sentido al ritmo en que
advierte signos de desmotivación en el espectador por el sentido fijado
en curso. La moda sea tal vez la manifestación más grosera a que da
lugar este obligado reciclaje del espectáculo sobre sí mismo. Tal
proceso de derrumbamiento de unos hechos consumados a favor de otros
“nuevos” -acostumbran a ser viejos- que toman su puesto no es sino
expresión del devenir activo del espectáculo en su totalidad y de su
acción sobre el espectador. Es, pues, lo contrario de la praxis, o, como
Debord dice del espectáculo mismo, “es el movimiento autónomo de lo
no-vivo”.
El espectáculo es la realización total de aquella realidad que Marx
advirtiera: “La ideología dominante es la ideología de la clase
dominante”, ya que ha acabado por implicar la ideología gobernando las
relaciones y dándoles un cuerpo. En su proceso de fortalecimiento ha
llegado a ser, en palabras de Debord, “la ideología materializada”. La
mercancía y su razón esencial de ser intercambiada, en su labor
directora de la existencia de los sujetos, se revela mortal. La vida, de
la que si de alguna manera puede hablarse es en tanto que actividad
creativa y cuya única característica esencial es la de redefinirse según
la dialéctica creatividad-condiciones de existencia, es aniquilada, y
queda su pseudo-uso: el espectáculo. Cuando la actividad social se
determina objetivamente con arreglo a la finalidad enajenada de la actividad y a sus outputs
de extracción utilitaria, en el paroxismo de dicho proceso tanto la
actividad social como su vivencia (la auto-concepción del
sujeto-experiencia) no pueden más que tomar la forma encarnada de esos
formatos teleológico-físicos de la alienación. La fábrica de sentido se
erige, pues, como la socialización integral de esa masa de producto enajenado, tomando en sí y reemplazando por sí la cualidad humana activa de producción social y (auto)experimentación del hacer desplegado como objetivación del sujeto.
El origen explicativo de la no-vida queda lejos de estribar
en el sentido que pueda estar distintivamente encarnado en la mercancía.
Hay que buscarlo en la política reproductora de la posición mundial
distintiva del sujeto-imperialista consumidor de sobre-producto global
diferido. Es el secuestro capitalista de la vida, con su alienación de
los seres humanos entre opresores y oprimidos, entre seres beneficiarios
de sobre-valor mundial capturado y seres expoliados de valor, el
proceso que deviene producción espectacular de una para-vida puesta en
el lugar de la vida extraviada. Es éste un boomerang consecuencial para
el mundo-MALL, donde los amos acaban siendo esclavos de su propio diseño
global de vida diferencial, mientras en vano tratan de realizar sus
capacidades humanas interactuando con una materialidad producida por su
esclavizada clase mundial doméstica “de color”. Guy Debord lo vio claro y
así lo expresó Anselm Jappe en su ensayo homónimo: el problema “no es
la ‘imagen’ ni la ‘representación’ en cuanto tal, como afirman tantas
filosofías del siglo XX, sino la sociedad que tiene necesidad de esas
imágenes.
https://twitter.com/DifusionRebelde
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