Entre los restos del naufragio de la oposición de derecha al gobierno
sandinista de Nicaragua es difícil distinguir algún asomo de programa
económico independiente de la ideología imperialista en bancarrota de
los Estados Unidos. El académico y ex embajador de Nicaragua en los EEUU
y Canadá, Arturo Cruz, trató de mitigar un poco esa limitación
mostrando algún vestigio de rigor intelectual en un ensayo de 2013
titulado "La reforma política en Centroamérica: ¿Está en riesgo la institucionalidad democrática?". Hace poco, Cruz revivió sus argumentos en una serie de charlas con el título de “La caja chica se complica”.
En síntesis, el argumento de Cruz explica el éxito ampliamente
reconocido de la gestión del Gobierno Sandinista como el resultado de su
habilidad para combinar unas políticas de libre mercado sanas con su
capacidad para satisfacer las crecientes demandas, tanto de las propias
bases sandinistas, como las de los amplios sectores del pueblo que antes
apoyaban a los partidos de la derecha liberal, en un sistema que Cruz
etiqueta como "populismo responsable". Sin embargo, dice Cruz, con el
virtual colapso de la ayuda Venezolana a causa de la crisis económica y
la caída de los precios del petróleo, al Gobierno Sandinista ya no le
alcanza la "caja chica", necesaria para hacer funcionar el sistema, lo
que podría dar lugar a un período en el que su control del poder
político sería puesto a prueba. El académico se ve obligado a hacer una
serie de omisiones a la hora de probar su punto; en realidad, su serie
de charlas debería haber llevado el título de "Yo, haciendo de tripas
corazón".
El argumento de Cruz sirve como una apología de la clase capitalista
de Nicaragua y su expresión política derechista en un período histórico
en el que las clases populares empobrecidas han emergido como sujetos
económicos, además de políticos e ideológicos. En 200 años de historia
independiente, las élites capitalistas centroamericanas han sido
incapaces de formular un proyecto político propio y soberano,
dependiendo mayormente de las redes imperiales de influencia política y
económica. Ahora la derecha política de Nicaragua necesita argumentos
contra la emergencia de una sociedad revolucionaria y soberana. Los
argumentos de Cruz ofrecen un alibi poco convincente para ese fracaso
histórico de la burguesía, tanto en lo político como en lo intelectual.
Cruz tiene una visión elitista de las mayorías empobrecidas del pueblo
nicaragüense como una masa de "clientes" con poco sentido de la
ciudadanía y cero conciencia estratégica de sus necesidades. Este es un
extracto de lo que Cruz escribía allá por el año 2013:
"Hoy, las expectativas de consumo de los nicaragüenses son
indiscutiblemente modestas (lo que debería facilitar la repartición de
aquello que es escaso), pero también son inmediatas, ancladas al
presente, con poca consideración para el futuro, sin capacidad para un
mínimo de abstracción. El cliente -- contrario al ciudadano, que espera
mucho de su gobierno, pero no lo que él puede resolver con su ingreso
familiar - -, esta atento a lo más básico, a la libra de frijoles, a la
lamina de zinc, convencido que la función principal del gobierno es
servirle de muleta."
Más claro, echarle agua: Le importa un comino que las familias
empobrecidas vivan en la miseria más deshumanizadora, lo importante,
segín Cruz, es que miren más allá de su hambre y de sus techos con
goteras y que se comporten como "verdaderos ciudadanos". A decir verdad,
éste argumento de Cruz explica en gran medida por qué el apoyo a los
partidos de derecha en Nicaragua ha colapsado.
Lo que Cruz hace es refritar una distorsión hace ya tiempo
desacreditada acerca del uso que hace Nicaragua del financiamiento para
el desarrollo de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA).
Si hay algo que ese financiamiento para el desarrollo no es, es
precisamente una "caja chica" para tapar agujeros, sino más bien un
marco bien regulado para el comercio justo basado en principios
solidarios. Parte de ese marco implica que la mitad de las importaciones
nicaragüenses de petróleo venezolano son pagadas al contado mientras
que el resto es pagado a lo largo de 20 años a una tasa de interés
concesional, liberando así recursos para combatir la pobreza. Hasta el
FMI se vio obligado a admitir que el financiamiento al desarrollo del
ALBA no aumenta las obligaciones de deuda soberana del país. El
financiamiento del ALBA a Nicaragua ha sido estructurado de una manera
equivalente a un programa de gasto deficitario (deficit spending)
imposible de realizar dentro de los mecanismos de ayuda al desarrollo y
deuda dominantes en Occidente.
Ideólogos académicos como Arturo Cruz, tal vez de manera deliberada,
omiten reconocer que la compleja estrategia socialista de redistribución
de la riqueza y de reducción de la pobreza del Gobierno Sandinista es
un proyecto dirigido a fortalecer las bases económicas del país así como
el ingreso nacional. Esta estrategia ha creado un creciente mercado
interno para las empresas nicaragüenses al mismo tiempo que ha generado
muy necesarias inversiones productivas, por ejemplo, para acabar con la
dependencia de Nicaragua del petróleo para la generación de
electricidad. Lo más probable es que el propio Cruz conozca esto muy
bien, y que la élite que representa, que por años se ha beneficiado de
estas políticas, también lo sepa. Lo que les molesta es la amenaza a su
averiada ideología de libre mercado que representa la democratización
económica implementada por el gobierno del Presidente Daniel Ortega. De
ahí su reconfortante, auto-justificador pero en última instancia fallido
recurso a una falsa distinción entre clientes y ciudadanos.
La oposición derechista de Nicaragua se reconforta de manera perversa
con las intratables dificultades que Venezuela está enfrentando gracias
a la dramática caída de los precios del petróleo, la guerra económica
del imperio y errores propios (que, por ejemplo, discutimos aquí),
las que no son un secreto para nadie. Sin embargo, en el caso de
Nicaragua, una de las prioridades políticas de la Segunda Fase de la
Revolución Sandinista iniciada a partir del año 2007, fue precisamente
la de diversificar las relaciones comerciales y de desarrollo. Esa
política partía de la experiencia de los problemas derivados del bloqueo
económico de los Estados Unidos en los años 80s del siglo pasado, por
ejemplo, la excesiva dependencia de la ayuda de la Unión Soviética y sus
aliados. Comprometido con el principio de un naciente mundo multipolar,
el Presidente Daniel Ortega, desde el inicio de su segunda presidencia
en 2007, desarrolló relaciones independientes con un muy diverso
conjunto de naciones dispuestas a llevar adelante proyectos de
desarrollo en el país. Esa política también creó mercados de exportación
que las clases capitalistas nunca antes habían tenido.
Pero la omisión más importante sobre la economía realmente existente
en Nicaragua que hace gente como el ex-embajador Cruz, es la de su
democratización, el papel jugado por gente común y corriente que se
organiza económicamente a nivel de base. A pesar de haber perdido el
poder político en 1990, la Primera Fase de la Revolución Sandinista tuvo
un impacto económico muy significativo para el país en términos
históricos. La Revolución no solo extirpó el tumor económicamente
debilitante del imperio de la familia Somoza, sino también, de manera
efectiva y dramática, llevó adelante la redistribución de la riqueza. Ni
la pérdida del poder político en 1990 ni el subsecuente período de
gobiernos neoliberales disfuncionales entre 1990 y 2007 pudieron
eliminar esos logros históricos. Bajo el régimen de Somoza, las
propiedades de 50 manzanas o más constituían la mitad de la tierra
arable del país. Hoy, ese número es sólo de el 18%, el resto
permaneciendo en las manos de pequeños agricultores y cooperativas,
tanto de sandinistas como de ex-contras.
La unidades familiares, asociativas y cooperativas en Nicaragua,
referidas como una "economía popular, no-capitalista" son uno de los
principales actores económicos en el país, contribuyendo con cerca de un
53% del PIB calculado según la producción (y con más del 60% del PIB
basado en el ingreso disponible), a la vez que emplea a un 70% de la
fuerza de trabajo. En Nicaragua, donde 90% de los alimentos consumidos
son de origen nacional, 85% de la comida es producida por cooperativas.
En el sector servicios, actividades como el transporte público están
totalmente controladas por cooperativas. Con 50,000 socios, el banco
cooperativo CARUNA se ha convertido en un importante recurso financiero,
independiente del sector financiero privado. En el comercio minorista,
los mercados populares son los principales distribuidores de bienes
importados a la población. En esos mercados, los comerciantes
organizados trabajan codo a codo con las autoridades (por ejemplo,
combatiendo movidas especulativas o garantizando la seguridad en todos
los sentidos) a la vez que concentran la mayor parte de las remesas
familiares que los nicaragüenses fuera del país le envían a sus
familiares, haciendo así una realidad de la vieja consigna
revolucionaria de "¡Solo el pueblo salva al pueblo!"
Como lo escribe el científico social nicaragüense Orlando Núñez, "si
el socialismo es definido como el control de los productores asociados
sobre la economía, entonces Nicaragua cuenta con una fuerte base para
emprender el camino" de construir dicho orden social. (1)
Esas son las realidades que académicos de derecha como Arturo Cruz
ignoran cuando hablan acerca del futuro de la economía nicaragüense. Le
esquivan el bulto al fracaso estratégico de la oposición derechista
derivado de la evidente realidad de que el libre mercado capitalista
excluye a las mayorías empobrecidas del país. Por el momento, la clase
empresarial de Nicaragua, siguiendo el dinero, continúa apoyando el
exitoso programa de democratización económica inclusiva del Gobierno
Sandinista, con más diversificación del comercio exterior y un ritmo
sostenido de inversión en infraestructura de todo tipo. Los argumentos
de Cruz, esencialmente son una pobre disculpa por las políticas que
destruyeron la economía de Nicaragua durante 17 años hasta que Daniel
Ortega llegó al gobierno por segunda vez en enero de 2007 y le dio
vuelta al país. Ahora, junto con la de su socio del ALBA, Bolivia,
Nicaragua consistentemente se ubica entre las economías con mejor
desempeño en América Latina.
(1) “La tempestad política de la izquierda latinoamericana”, Orlando Núñez Soto, Revista Correo #44, March-April, 2016.
Tortilla con Sal, 22 de agosto 2016
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