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miércoles, 25 de junio de 2014

Líderes, comunas y capitales: en respuesta a un pragmatista. Por Tamer Sarkis


Lo que sigue es una respuesta breve y directa al artículo de Temir Porras ¿Qué hacer en esta etapa de la revolución?, donde el autor practica una separación metafísica entre la vía de la intensificación del capitalismo y el carácter social total (político e ideológico) de semejante hipótesis de iniciativa en relación al proceso revolucionario bolivariano. Furibundo anti-comunista, el señor Temir Porras fue Viceministro para Europa de Cancillería. No parece casual que a este autor y a su línea liquidacionista se les dé cancha mediática precisamente desde una página como Rebelión. Dirigida por Santiago Alba Rico, quien contactara en Túnez con la Hermandad Musulmana convirtiéndose a partir de entonces en propagandista a sueldo de los mismos servicios secretos “occidentales” manejadores de la Hermandad, la web Rebelión difunde todo tipo de calumnias sobre el Estado sirio, su ejército y su Gobierno popular. Al mismo tiempo, dicha web y su Director les lavan las manos ensangrentadas a demás agresores internacionales a sueldo tal como ellos, idealizándolos con las etiquetas de “rebeldes del Pueblo” o de “revolucionarios sirios”. El lector puede acceder al texto del señor Porras a través del enlace:
      

        Tamer Sarkis, Líderes, comunas y capitales. Respuesta a un pragmatista en Venezuela
        Reproduciendo un "territorio común trillado", el texto sitúa en el ámbito de las estructuras sociales los logros primordiales de la revolución. En realidad, eso no es lo principal: porque el capitalismo también necesita y es capaz de desarrollar unas estructuras sociales (por ejemplo en Eskandinavia o Canadá o Alemania), y eso no significa ser revolucionario. El logro principal de todo proceso revolucionario se juega y jugará siempre en el terreno de la Racionalidad ideológica -del Horizonte- en que quedan insertas las construcciones sociales.

       Paralelamente, el autor profesa una concepción antinómica entre Liderazgo y democracia colectiva participativa. Tal antinomia solamente existe en la cabeza del ideólogo democratista, pero lo peor es que, si esa ideología asume el mando, acaba por materializarse: de ideología de la separación pasa a objetivarse como separación de la ideología entre pueblo y dirección, creando una contraposición falsa, artificial, pero real en el pensamiento y por tanto en sus consecuencias de planteamiento, de acción colectiva y de estructuración política. A partir de tal hipotético momento, se inicia el reinado de lo efímero, porque el rumbo pasa a depender no ya de los Principios, sino del caprichoso juego de hegemonías coyunturales en las filas de unos y otros protagonistas más o menos corporatizados en calidad de lobbies, organismos intermedios, grupos políticos o cuerpos consultivos. Esto significa, a un nivel más profundo de estructuración de lo real, que la lucha de clases ha dejado de ser dirigida, como un solo puño, hacia el campo enemigo, y en cambio se nos ha enquistado en nuestro propio campo a modo de lucha de ideas, donde las ideas del enemigo emergen con voz y poder entre nosotros mismos. Con su aparente “emergencia libre del pueblo a escena”, lo que irrumpe en realidad es la indeterminación, reemplazando al reconocimiento popular compartido de la Ontología revolucionaria, inmanente, independiente y no sujeta a principio de causación contextual, pues es ella la que debe sustanciar cada contexto y determinarlo. No en vano, la libertad es la conciencia verdadera respecto de lo conveniente y de cuanto es necesario en pos de consumar lo conveniente (Federico Engels, Anti-Dühring). 
        En realidad, principio de jefatura y construcción nacional colectiva y autogestionaria no son antagónicas; son lo mismo. Verlo al revés es el reflejo mecánico en el pensamiento, de la realidad de siglos aún "normal" en el viejo Mundo y concretamente en Occidente, donde los Jefes no han acostumbrado a ser del Pueblo, sino adversos a éste. Precisamente esos moldes de enfoque liberales-ilustrados son los que hay que desterrar de Venezuela, porque son residuos mentales que no dan cuenta de la originalidad del proceso. Ya no se trata de definir si el Gobierno sirve a la persona o la persona al Gobierno (contradicción ilustrada, idealmente resuelta, por ejemplo, en la primera Constitución estadounidense revolucionaria del 4 de julio de 1776). Se trata ahora de reconocer que el líder (quien ha sido, es y será Chávez) ya ha definido el Horizonte y los instrumentos de andadura, mientras el pueblo define qué pasos hay que dar en cada tramo con esos instrumentos y hacia ese Horizonte. El líder político, a diferencia de lo que el autor dice, jamás puede ser Maduro (al margen de sus valiosísimas cualidades) ni ningún otro cargo político que pueda venir en el futuro. Los cargos políticos hacen el análisis concreto de la realidad concreta para aplicar la idea a cada contexto y fase del proceso. En tal grado estricto, como chavistas, sí son líderes. Pero el pueblo ya definió el liderazgo con un acto deAutorización: el pueblo produjo y reconoció la autoridad. Contra ello, el cargo político carece de libertad. Para asegurar la relación entre cargo e idea, entre lo concreto y lo general, está el pueblo, y en tal medida tiene que ser pueblo organizado (y armado).

       En lo económico, el autor hace de la necesidad Virtud, creyendo hallar una fórmula de fortalecimiento de la Revolución venezolana, en aquello que no es más que una determinación universal que rige en el curso del tránsito entre capitalismo y comunismo. Formularé tal determinación como sigue: Las relaciones productivas socialistas no existen, pues o son relaciones capitalistas o son comunistas, así que en la práctica los revolucionarios no tenemos otra que partir del Capital en lo que se refiere a procurar la reproducción social de la propia sociedad en transformación. Esto es así exactamente igual a que no se puede separar la órbita lunar alrededor de la Tierra respecto del principio gravitatorio ni de las leyes de Newton.
       Pero lo cierto es que la capitalización de determinados procesos, aunque necesaria, jamás puede pasar de ser nada más que un instrumento al servicio del Horizonte de la propia superación comunal de las relaciones de producción fundamentadas en el Valor. Mao lo vio muy claro: capitalizar y concentrar procesos de re-inversión es necesario para el desarrollo de Fuerzas Productivas y de Fuerza de Trabajo que luego transferir hacia el terreno de las nuevas Relaciones de Producción. Porque, de lo contrario, en el propio entusiasmo ideológico reside el principio de auto-destrucción ideológica, al darse cuenta el entusiasta de que carece de medios materiales que aplicar a la producción de una vida material sana que de paso le permita, dialécticamente, seguir materializando la Ideología. Pero lo contrario, el pragmatismo, es el reverso de la misma moneda: las relaciones capitalistas, en sí mismas, aunque transitoriamente puedan servir para desarrollar fuerzas productivas y por tanto para liberar grados de trabajo y revolucionar la división del trabajo, NO generan más ideología que la capitalista entre las masas, de modo que rápidamente el medio se vuelve referencial.
       El autor cae en ese pragmatismo, presupuesto que es el enemigo más peligroso de la revolución. El enemigo principal del Pueblo durante la construcción del socialismo es, en el plano de las ideas, el pragmatismo, porque los pragmáticos son los restauradores tendenciales de la vía capitalista, que jamás generará más que capitalismo (contra la presunción hecha por el evolucionismo mecanicista profesado por el espontaneismo socialdemócrata, trotskista y demás). El autor no tiene razón en lo que se refiere al método para fortalecer la revolución, porque el método pragmático solamente fortalece el capitalismo. Pero sí tiene razón en la medida en que la fragmentariedad productiva tiene que ser re-concentrada en determinados periodos, a fin de dar saltos adelante que permitan volver a descentralizar a un nivel más avanzado. Mao decía que "hay que caminar con los dos pies".

     La eficiencia, la racionalidad..., lejos de como las presenta el autor (instrumentos neutros al servicio de la estabilización económica) siempre tienen un color, o el color rojo o el color blanco de la reacción. El descontrol de la inflación no se arregla con pragmatismo, sino que, a la inversa, muestra que no se puede construir una revolución dejando intransgredida toda una esfera económica "paralela" a esa otra que la revolución construye. Pues el Capital es totalitario (tiende a expandirse y a colonizar lógicas de funcionamiento, y ello por su propia naturaleza acumulativa). El descontrol de la inflación, al contrario, expresa en la economía el déficit de lucha que se da en el terreno de la infraestructura ideológica y política. Contra la inflación no sirve ninguna política macro-económica, porque no hablamos de luchar contra la inflación en el capitalismo, sino contra la inflación como síntoma del capitalismo contra el que se combate a un nivel más englobante. Contra la inflación solamente sirve la lucha de clases y su intensificación: ley del maximum, expropiación, centralización, militarización de la distribución, conversión del mercado en distribución de valores de uso y no de valores de cambio. La lucha es dura, pero el Pueblo entenderá si tiene ideología (es decir, presente el Líder vivo, Chávez, pero no a un nivel de ceremoniosidad o simbolismo, sino a un nivel de Horizonte compartido).
       Tomado en su justa medida, el autor diagnostica un proceso cierto: sin generación de infraestructura productiva, las superestructuras social-reproductivas con el tiempo se disecan, porque carecen del Valor, es decir, de su sustrato de riqueza que las garantiza. Eso significa criticar el reverso simétrico del autor, es decir, las tesis posmodernas de la "economía de la austeridad", "de la maldad intrínseca a la concentración, a la acumulación, a la re-inversión...", del “lechuguismo” o el “tomatismo” de parcelita, de la “economía de escala”, de “lo micro” como ámbito normativo de relación económica y en general del proudhonianismo. El Capital es necesario bajo el socialismo, pero siempre siendo estructurado con arreglo al Horizonte de acabar con ese mismo Capital: el Capital dinerario se objetiva como Capital Constante (Fuerzas Productivas) que, al ser comunizadas, dejan de ser Capital, y pasan a integrarse sencillamente como riqueza productiva de valores de uso (productos). Para que esa capitalización vaya liquidando el capitalismo, tiene que ser sometida a la batuta política socialista, cuyo aplicador es un Estado cuya vida burocrática gestiona a su vez la propia acumulación capitalista (por eso dicho arma de doble filo, el Estado, debe quedar siempre controlado por el pueblo y por las comunas, armadas de ideología y de polvorín a discreción). Dejado a manos privadas, el Capital es convertido en fin y pasa a generar más y más Capital, en lugar de auto-destruirse, de la mano del Estado, como valores de uso productivo recuperados por las comunas.

       Así mismo, y simétricamente, una lógica productiva desentendida de la acumulación acaba generando decepción, pues no hay inversión hacia el desarrollo del potencial comunal, y, en tal medida, paradójicamente acaba generando ideología capitalista: sectores desabastecidos de las masas se van desmarcando de una Idealidad con la que no se satisfacen las necesidades materiales (la ideología materializada produce dignidad de vida colectiva, pero, por sí y en sí, la ideología no se come ni se viste). En este sentido, el posmoderno apologeta del "improductivismo" o bien de “trascender de inmediato la economía” oponiendo a esta Categoría una “vida comunal alternativa al prisma económico” como "sumumdel anticapitalismo", genera, si su criterio se impone en la comuna, criterios capitalistas, pues ese funcionamiento desencanta a las masas respecto de una ineficacia que ellas llegan a identificar erróneamente como consustancial a "la revolución" per se. El idealismo resulta ser, así, una fábrica de pragmatismo social.

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