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domingo, 5 de enero de 2014

A 20 años de la rebelión de los mayas zapatistas. Por Gilberto López y Rivas

El primero de enero, hace 20 años, un ejército insurgente que reivindica a Emiliano Zapata como su inspirador histórico-simbólico, mostró ese otro México de profundas contradicciones y polarizaciones sociales que se encontraba muy lejos del “primer mundo” al que prometía arribar Carlos Salinas de Gortari a través de reformas estructurales como la que abrió camino a la privatización de tierras ejidales y comunales con la contrarreforma al artículo 27 constitucional, una de las causas de la insurrección.
Organización armada, formada por campesinos indígenas de las distintas etnias mayas, los zapatistas lograron dar a conocer una nación distinta a la imaginada por las trasnacionales, diferente a la concebida por las oligarquías bancarias y financieras, muy lejana de las elites políticas vendepatrias de todos los signos partidarios. El EZLN emerge del México de los de abajo, el que entró a la modernidad con la dignidad que otorga la lucha en defensa de sus derechos, tierras, territorios, recursos y soberanías, esto es, la vida misma. El zapatismo se constituye, asimismo, en un hito de trascendencia universal al encauzar un horizonte de resistencias emancipatorias en un momento en que los paradigmas del socialismo real desaparecían, junto con la Unión Soviética y los regímenes afines de Europa del Este.
Pese a que el agrupamiento político que da origen al EZLN, las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN), poseía las características políticas, ideológicas y organizativas de los movimientos de liberación nacional que optaron por la vía armada en los años posteriores a la revolución cubana, el contexto indígena en Chiapas, en el que se establece el grupo mestizo y urbano inicial, modifica radicalmente formas y contenidos de la revolución en ciernes, llegando a votarse en las comunidades bajo su hegemonía, la pertinencia de la declaración de guerra contra el gobierno, y la fecha para el inicio de hostilidades, precisamente el día en que entraba en vigor el inconsulto Tratado de Libre Comercio (TLC) entre México, Estados Unidos y Canadá.
Las propias operaciones militares del EZLN, que duraron 12 días, no siguieron los patrones clásicos de las guerrillas latinoamericanas, y se asemejaron a los levantamientos indígenas que tuvieron lugar en la Colonia y en la época independiente, en los que predominaron tomas masivas y súbitas de ciudades, centros del poder despótico y racista, por ejércitos de indios insurrectos. Estos desplazamientos de miles de hombres y mujeres hacia los centros del poderío mestizo dieron al EZLN una impronta que no tenían otros movimientos de liberación nacional. Rompió también con las distorsiones militaristas que en la segunda mitad del siglo XX imperaron en muchas organizaciones, y que tanto daño hicieron al desarrollo de movimientos revolucionarios. Siendo una organización armada y clandestina tuvo la madurez para no hacer de ello un fetiche. En este proceso, las armas juegan un papel meramente instrumental de la política. Por ello, pudo acatar el mandato de paz que la sociedad civil expresó el 12 de enero de 1994.
El EZLN ha sido durante estas dos décadas, el referente moral, la conciencia crítica insobornable del país. Mientras las organizaciones partidistas de diverso signo han perdido toda legitimidad y credibilidad, el zapatismo conserva una reserva moral incuestionable. Al no ser reproductores del sistema en ningún terreno, sus críticas y diagnósticos sobre la situación política nacional e internacional no contienen un ápice de retórica ni de argumentos tendenciosos que busquen quedar bien con un electorado, una clientela cautiva, o con los poderes fácticos e imperiales que se constituyen los grandes electores.
El zapatismo impone la problemática indígena en el debate nacional y obliga al Estado mexicano a negociar los acuerdos de San Andrés en materia de derechos y cultura indígenas, los cuales, independientemente de la traición de la clase política y de los tres poderes de la Unión, constituyen una plataforma programática para los procesos autonómicos de los pueblos indios que se han desarrollado durante estos años y un referente necesario para las luchas de resistencia actuales contra las corporaciones del capital depredador neoliberal.
En San Andrés se pusieron a prueba la validez de los planteamientos en torno a la cuestión étnico-nacional y las autonomías, que ni la antropología ni el marxismo esquemático habían resuelto satisfactoriamente en teoría y práctica. Se consolidó otra ciencia social de acompañamiento de luchas y de intercambio de saberes, a contracorriente del academicismo y el puntillismo neoliberal.
Si tomamos como criterio actual para definir a la izquierda como la fuerza política que construye poder popular contra el capitalismo, sin monopolizar ni suplantar la representación ni restar protagonismo a los distintos sectores socio-étnicos que intervienen en el proceso, el EZLN ha sido a lo largo de estos años una organización congruente con uno de sus más caros principios: “Para todos, todo, para nosotros, nada”, que hace realidad cuando retira a todos sus cuadros político-militares de los distintos gobiernos autónomos bajo su hegemonía.
Pese a la contrainsurgencia, el paramilitarismo, el desgaste y las mutaciones propias de cualquier movimiento, el zapatismo goza de cabal salud, fortalecido con la generación de quienes eran niños y niñas en el momento de la insurrección, plenamente incorporados ahora a las múltiples tareas que los autogobiernos demandan, con la presencia masiva de mujeres socializadas con una ley que garantiza su participación, con los cambios de mando que aseguran la continuidad de un proyecto emancipatorio que, sin proponérselo, ha dado un vuelco al universo de las utopías realizables, manteniéndose como una opción política ética y congruente con los principios revolucionarios y anticapitalistas. ¡Felicidades, camaradas!

LaJornada

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