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viernes, 3 de febrero de 2012

Medios de programación masiva: propaganda y control mental

Una breve historia de cómo opera el mass media --ligado al poder político y financiero-- en la psique humana, propagando un estilo de vida (aspiracional, consumista, alienante) indispensable para mantener la estratificación actual de la sociedad.

La humanidad despertó al poder de los medios masivos de comunicación con la Alemania nazi, cuando Hitler y Goebbels recrearon y explotaron la conciencia tribal a través de la radio –revelando que los programas de medios podrían programar a las masas. Todos sabemos lo que sucedió con la propaganda de ese lado del Atlántico. Así lo que estaba sucediendo en Estados Unidos, en comparación con el manejo mediático de la máquina nacionalsocialista, podría parecer algo menor: sólo se estaba fraguando el star-system, la cultura aspiracional, el american-dream, el corporativismo. Sin embargo, los efectos de la máquina mediática estadounidense –la más engranada- tal vez no sean menos devastadores, si consideramos su papel fundamental en establecer las condiciones que legitimaron la explotación de los recursos naturales del planeta y la expansión, glamorizada, de la ideología de “la libertad” y de la “democracia”, que en la práctica se traducen en la expansion del consumo y del capitalismo plutocrático. Además, los medios estadounidenses crearon un modelo del uso y control de medios que fue replicado en todo el mundo. Tal que, aunque quizás podrían haber sido otra cosa, los medios de comunicación se convirtieron fundamentalmente en sofisticados brazos politicos para mantener el status quo –administrando dosis radiantes del opio detectado en la religión antes por Marx—y proteger el poder de la élite que se beneficia del orden mundial desde la cima de la pirámide electrónica.

El actual orden mundial no podría haber sido construido sin la participación de los medios masivos de comunicación como mecanismos de difusión y propaganda de una forma de vida y un sistema económico. Más allá de las fronteras, los medios de comunicación transmiten un paradigma global de programación memética que se convierte en un habitat. El peligro de esta transmisión de “medios-ambientes”, usando la terminología de Marshall Mcluhan, es que los paisajes que reproducen –más que el paraíso exótico de la diversidad–son los sets uniformes de una misma ideología que se camuflea en el estupor del espectáculo.

El “troyano” que emiten los medios masivos es que son promotores de la diversidad y que, dentro de la sociedad de consumo que embandera la alternativa de productos, ofrecen un amplio espectro de programas y contenidos que enaltecen la diferencia, un crisol de multiculturalidad polifónica. Hacen llegar, nos dicen, lo local al ámbito global, el pulso del planeta en su microcosmos se sirve en tu pantalla; son albaceas de la aldea y eléctricamente nos informan de lo distante, nos hacen televidentes de lo íntimo, fraguando una fraternidad trasnacional a través de la imagen. Pero quien haya zappeado por los canales de un televisor o escaneado las diarios nacionales se habrá dado cuenta que no sólo recircula la misma información, lo hace bajo la misma agenda.

Los medios masivos de comunicación ejercen una batalla simulada por la audiencia, fingiendo una competencia acérrima que no hace concesiones, argumentando diferencias ideológicas irreconciliables. Pero este combate en el ring mediático por la atención (y la programación) del espectador es una gran ilusión. Las grandes compañías mediáticas que en prácticamente todos los países del mundo ejercen un sistema oligopólico rara vez son enemigos –sirven a un único y absoluto interés: el capital (y la perpetuación del mismo). (Todo el show, toda la manipulación, todo el falso maniqueismo politico mediático es solamente el montaje que permite mantener las condiciones sociales en las cuales el paradigma de consumo se reproduce aumentando el flujo del capital hacias las arcas en la cima de la pirámide electrónica)

Pese a algunos inventores con sueños megalomaniacos de iluminar a la humanidad, como Nikola Tesla, la tecnología siempre ha sido controlada estratégicamente por el Estado o los poderes financieros supraestatales. El cine, por ejemplo, que tiene una raíz en el arte y en el uso documental educativo, rápidamente es canalizado y convertido en industria. Haciendo de este “arte total”, una “ fábrica de sueños” y de Holly-wood un tecnobosque druida de encantamiento e ilusionismo –una máquina de vapor de imágenes– que propulsaría el “american dream”, el modelo de vida por todos deseado que viene con una serie de aditamentos necesarios para su consecución. Así veremos que las grandes casas productoras formaran alianzas subrepticias con las tabacaleras o con las refresqueras, por citar los ejemplos más conspicuos, para promover sus productos a través de una serie de actitudes (y recibirán el apoyo de la industria militar en sus filmaciones a cambio de implantar en la psique de las masas un gen cultural: lo malos son los comunistas, los terroristas, Estados Unidos debe salvar al mundo, ergo, es necesario invadir a ese país, etcétera). Lo que revela es que el product placement no es algo nuevo, el cine hollywoodense y la televisión son gigantescas estructuras de product placement, pero el metaproducto que colocan, al colocar tantos otros productos, es la vida como un producto de consumo (el medio es el mensaje en un loop de circuito cerrado).

La sofisticación de la propaganda

Cuando la capacidad de producción industrial llega a un punto en el que supera las necesidades básicas de la población, se enfrenta con el problema de cómo hacer que las personas compren y consuman un excedente de productos que no necesitan. Este es el eje que dinamiza el crecimiento económico, y para un consumo masivo se necesita una comunicación masiva. Este es el origen –en una version simplificada– de la publicidad, sinónimo la mayoría de las veces de propaganda.

El llamado “padre de las relaciones públicas”, Ed Bernays (sobrino de Sigmund Freud), en su libro de 1929, Propaganda, desarrolla dos conceptos vitales: “la ingeniería del consenso” y el “empoderamiento a través del consumo”. El éxito del sistema capitalista en establecer una sociedad de consumo se da principalmente bajo el montaje de la democracia y la libertad: es el ciudadano el que escoge, ejerciendo su libre albedrío, dentro de un amplio espectro, consumir tal producto –y así aspirar a conseguir el sueño o paradigma de la cultura dominante. Los medios de comunicación masiva son los agentes que ingenian el consenso y el empoderamiento del consumo tautológicamente exaltando el modus operandi de una sociedad que premia a las personas que compran sus valores, e iterando sus casos de éxito, reproduciendo literalmente modelos (actualmente los actores, presentadores de noticias y hasta deportistas son sobre todo modelos).

Quizás no sea exagerado decir en la actualidad los medios masivos de comunicación se han fundido con la publicidad, tal que los programas de contenido son, indistintamente, pautas publicitarias (patrones de conducta). Y lo que los medios masivos de comunicación publicitan es el producto que permite la venta de todos los demás productos: una forma de vida donde el consmo incesante de productos es aceptado porque, consciente o inconscientemente, está asociado con la satisfacción de nuestros deseos.

En su brillante ensayo, Escritores del Cielo en Hades, Aeolus Kephas dice:

Este programa de deseo sexual incluye todas las cosas que se requieren para tener sexo: dinero, estatus, éxito, imagen, belleza, estar en forma, confianza, carisma social y otros. Todas estas cosas son deseables para nosotros de acuerdo con un fin especifico: tener sexo. La publicidad es un recordatorio constante de lo anterior, lo mismo que el porno. Actualmente los dos se han fundido: la publicidad es frecuentemente pornográfica y los sitios de pornografía (al igual que los de encontrar pareja) y sus anunciantes han inundado, literalmente, el Internet.

El mass media (con su masaje masivo de la psique), en su fusión con la publicidad, nos recuerda constantemente todas las cosas que necesitamos para tener sexo, para obtener la felicidad o para lograr nuestros sueños. Es decir, todo lo que necesitamos para producirnos en imagen y semejanza de lo que se está transmitiendo de los medios a la mente global –uno de los secretos del éxito de seguir esta guía de éxito es que está siendo transmitida en la pantalla de cada uno de nosotros, y en esa mismidad, asegura, con gran probabilidad, que ajustarnos al paradigma será bien recibido: tener un BMW, vestir a la moda, tener un cuerpo (y un cerebro) moldeado conforme a los estandares de belleza y de lo convencionalemente deseable, eso seguramente te hará atractivo.

No es casualidad que el mensaje que están comunicando los medios masivos –que son el medio de la publicidad—sea un estilo y una forma de vida. Porque es precisamente esa forma de vida la que sostiene y mantiene a la estructura política y financiera que impera en el mundo. Condición sine qua non de la expansion del sistema económico dominante. Sólo en el estupor del espectáculo, en la sofisticación de la hipnosis pan-circense, es posible mantener un poder tan desequilbrado y no generar una vehemente oposición masiva –tener todos los juguetes y que nadie te los quiera arrebatar. Sólo con el uso estratégico de los medios para programar a las masas es posible mantener este sistema.

El control de la atención

La modelación del imaginario colectivo, el diseño de paradigmas psicoculturales, la estimulación estratégica de conductas y patrones de pensamiento, todo esto es parte de lo que las grandes corporaciones mediáticas eventualmente canjean por el capital del que se alimentan: dinero, tiempo, y energía. En este sentido es importante enfatizar en que la misión que los grandes medios se han autoimpuesto no responde simplemente a un fenómeno de sombría abstracción, sino que, los beneficios que su manipulación les reditúa, corresponden directa y eficazmente con una serie de intereses concretos que, en suma, dan vida a una sofisticada agenda.

El fin es más o menos claro (aunque nunca se sabe si su aparente fin es solo un medio más hacia destinos aún más oscuros que los imaginables): el control efectivo de la atención humana. Y si reflexionamos un poco sobre la dinámica del observador como creador de realidad, y tomamos en cuenta que hasta cierto punto el observador no puede “observarse observando”, entonces podemos dimensionar la determinante influencia que ejerce sobre una “realidad” colectiva el hecho de controlar la atención de sus miembros. Considerando a la atención como el resultado de una fusión del tiempo y la energía, un proceso que por cierto nos remite a la naturaleza alquímica, orgánicamente transmutadora, del ser humano, entonces habríamos de considerar la posibilidad de que los grandes medios se alimentan, también, de nuestra porción de divinidad: el poder oculto de la conciencia.

Hegemonía estructurada y “uniformediatización”

Con la llegada de la televisión al mundo del periodismo, esta nueva tecnología se percibió, ingenuamente, como una herramienta ensoñada que favorecería la distribución ágil y genuina de la información. Sin embargo, al poco tiempo de instaurado este medio en la vida cotidiana de la sociedad se confirmó lo que pocos habían previsto: comenzó una imparable carrera hacia la comercialización de la verdad mediatizada.

De hecho para algunos el periodismo real murió en el momento en que la icónica corporación estadounidense, General Electric (una compañía con participación en la manufactura de armas nulceares), adquirió en 1986 uno de los mayores consorcios mediáticos en el mundo: NBC. Y es que este suceso fue percibido como la consolidación de una tendencia que venía gestándose décadas atrás: los medios serían controlados por intereses completamente ajenos al propósito periodístico y, en cambio, exclusivamente orientados a mercados que nada tenían que ver con el manejo de información, pero que se alimentarían vorazmente de su administración estratégica.

Apenas a mediados del siglo pasado, el repertorio de medios de comunicación estaba distribuido entre un grupo de corporaciones relativamente extenso: existían aproximadamente un centenar de consorcios mediáticos de dimensiones considerables. Sin embargo, durante las últimas décadas el mercado fue estrechándose a favor de unos cuantos y las corporaciones más hábiles y fuertes fueron absorbiendo a aquellos grupos que no soportaron la agresiva dinámica de negocios que domina este mercado. “El peligro de este tipo de concentración en los medios es que roba democracia de diversidad, le quita a los espectadores la posibilidad de exponerse a una mayor variedad de puntos de vista” afirma el analista de medios Danny Schechter.

El banquete financiero

Si bien resulta evidente que el verdadero poder que conlleva la administración de los contenidos mediáticos reside principalmente en que ofrece la posibilidad de programar la realidad sociocultural de una población, lo cierto es que también el dinero juega un papel protagónico en esta dinámica. Tan solo en 2008, los seis grandes consorcios mediáticos acumularon ingresos conjuntos superiores a los 320 mil millones de dólares, y si tuviéramos el dato correspondiente al año fiscal más reciente, seguramente confirmaríamos que esta suma ha crecido de manera considerable. Pero aquí lo más importante no son en sí las faraónicas ganancias que obtiene el Big Media, sino el entender que una parte significativa de ese dinero es utilizado para lubricar, a través de cabildeos legislativos y otras cuestionables prácticas, el propio sistema político y económico que requieren para continuar con el abusivo diseño de una realidad comprometida.

El riesgo de tener un grupo reducido de dueños (los cuales, además, son aliados más que adversarios, jugando al maniqueismo ilusorio de la polaridad política), es, por supuesto la mínima variedad noticiosa que se produce y el rígido control de la agenda informativa, la cual se ve constreñida cuando una noticia afecta de alguna manera a la empresa que debe reportar sobre la misma, lo cual es algo bastante frecuente si se tiene en cuenta las dimensiones gargantuescas que tienen las empresas que controlan los medios tradicionales en Estados Unidos y el mundo. Empresas casi ubicuas, con trincheras autorreflejantes cuyo fin de lucro se funde con el paradigma dominante para diseñar modelos psicosociales que permitan la perpetuación de su Gran Medusa Eléctrica…preponderancia blindada –que petrifica con la mirada- de un sistema que controla al mismo tiempo la maquinaria patológica y el jardín medi-cinal.

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