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Por Fernanda Siles y otras - ALAI
Eran ya un poco más de las diez de la noche y me había quedado sin saldo para llamar al taxista que suelo llamar cuando salgo sola, pero como una amiga se animó a salir conmigo, entonces me relajé y pensé: “bueno, acompañada da menos miedo”.
Salimos las dos a la calle principal a buscar taxi y, desde que cruzamos del portón de la casa, empezamos a escuchar: “adiós bárbaras”, “qué buenas que están” y demás “piropos” (acoso) que sólo me causan rabia.
Sin embargo, me hice la sorda porque no quería amargarme la noche. Seguimos ahí y no llegaba ningún taxi.
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