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lunes, 9 de mayo de 2011

Caso Pérez Becerra: Ojo con los principios cuando las papas queman. Por: Jorge Capelán

”Revolución es … no mentir jamás ni violar principios éticos..."
                                                                                                     Fidel Castro Ruz

La decisión del gobierno venezolano de entregar al régimen colombiano al ciudadano sueco Joaquín Pérez Becerra ha generado un álgido debate entre los que apoyamos al proceso revolucionario dentro y fuera del país bolivariano.
Con mayor o menor honestidad, agudeza, grandeza de miras, etcétera, las dos grandes posiciones esgrimidas son, a saber, que el gobierno bolivariano ha cometido un grave error y una violación a principios éticos de la lucha, y la que sostiene que el gobierno de Venezuela se vio obligado a sacrificar a un comunicador social ante la amenaza inminente de gravísimas consecuencias a causa de una trampa tendida por el enemigo.

Damos por sentado que la crítica se realiza desde la perspectiva de las y los que estamos interesados en y comprometidos con el éxito de la revolución bolivariana y continental – un proyecto en el cual creemos y que vemos como la única alternativa actualmente existente para salvar a la humanidad de su autodestrucción y construir una sociedad socialista, radicalmente distinta del capitalismo.

Como estamos comprometidos con el éxito o fracaso de este proyecto, rechazamos de plano todas las variaciones del debate que repiten el viejo y gastado eje burgués de que ”la Revolución se come a sus propios hijos” - una concepción fatalista del mundo y deformadora de la realidad, útil para aquellos interesados en que no se cambie nada.

Por ese mismo compromiso, suscribimos aquellas palabras de la presidenta Cristina Fernández, de que “la historia no se escribe muchas veces con letra pareja y sobre el renglón. Muchas veces la letra es despareja y sale por abajo del renglón, y tenemos victorias y tragedias. Lo bueno es no ocultar nada bajo la alfombra y mostrar todo tal cual pasó”.

En efecto, “la historia no se escribe muchas veces con letra pareja y sobre el renglón”. Pero, cuidado, porque nos podemos entusiasmar tanto en garabatear sin mirar el papel que podemos terminar escribiendo una historia imposible de distinguir de los viejos cuentos del pasado. No es el lápiz el que guía la mano del revolucionario sino al revés, es su mano, alimentada de ideas, la que lo hace.

Para eso están los principios, para que al final la historia no termine siendo escrita por esa aborrecible ”mano invisible del mercado”, por las sombras de esa larga noche de 500 años de neoliberalismo que queremos dejar atrás para siempre.

No se hace la revolución torturando, desapareciendo, robándole al que no tiene nada, mintiéndole al pueblo, etcétera. Una cosa es sentarse a negociar con el mismísimo diablo; otra es negociar los principios – y olvidar quién es el diablo. Para los revolucionarios, la política no es el arte de lo posible, sino el arte de hacer posible lo que parece imposible – por todos los medios, pero no a cualquier precio.

Los revolucionarios negocian. Los revolucionarios también corren riesgos. No hay ningún revolucionario que sólo negocie. A menudo hay riesgos que hay que correr, y que se presentan en condiciones verdaderamente incómodas – pero hay que correrlos.

De acuerdo a las informaciones que han circulado hasta el momento, el presidente colombiano Santos le tendió una trampa al comandante Chávez. Le preparó al compañero Becerra con una alerta roja de la viciada Interpol, listo para que, nada más llegar a Maiquetía, fuese deportado a Colombia según los tratados de extradición firmados por ambos países.

El sentido de la trampa estaría en poner a Venezuela entre la espada y la pared, exponiéndola, en caso de que no entregase inmediatamente al ciudadano sueco, a una feroz campaña internacional con la prueba fresca de que se trata de un gobierno promotor del terrorismo en una coyuntura signada por la guerra criminal contra Libia y las urgencias progresistas de llevar a buen puerto del proyecto de la CELAC.

Joaquín Pérez Becerra, que además de ser sueco nació en Colombia, es redactor de la agencia de noticias alternativa ANNCOL – uno de los medios más influyentes en un país que, por lo demás, es un latifundio mediático controlado por unas pocas familias – entre ellas las del propio presidente Santos.

El pecado de ANNCOL es no considerar terroristas a las FARC y, al contrario, considerar terrorista al estado colombiano y a su oligarquía – a la que pertenece el presidente Santos. De hecho, ANNCOL considera, con sólidos fundamentos, al propio presidente Santos como terrorista. Por razones obvias, Pérez Becerra renunció a la ciudadanía colombiana.

El pecado cometido por Joaquín Pérez Becerra es el de no haber aceptado callarse la boca una vez que logró salvar su pellejo y el de su familia del genocidio político cometido por la oligarquía del señor Santos contra el partido Unión Patriótica. En vez de callarse la boca, desde su exilio en Suecia, Joaquín y otros compañeros exiliados en su misma situación fundaron ANNCOL, un grupo que a lo largo de los años ha revelado incontables crímenes cometidos por el estado colombiano, y no sólo eso, sino que, a diferencia de muchos de los grupos de solidaridad con la Venezuela bolivariana que existen en el mundo rico, jamás titubeó en defender el proyecto bolivariano en todas las situaciones en las que éste ha sido objeto de las campañas de extorsión del imperio. El pecado de Joaquín tiene un nombre, y se llama principios.

A lo largo de los años, y sin contar con donaciones de las grandes fundaciones bienhechoras del capitalismo europeo, robándole horas al descanso y a la vida familiar, recibiendo incontables amenazas te todo tipo, conscientes de ser espiados continuamente por el estado colombiano, Joaquín y sus compañeros se dedicaron a la tarea de contar lo que pocos se atreven a contar.

La respuesta de la oligarquía colombiana fue la de llamar a Joaquín ”miembro de las FARC”, y no sólo eso, sino hasta de darle el cargo de ”embajador de las FARC en Europa” - una acusación que desde hace ya muchos años viene siendo emitida desde columnas de periódicos bogotanos como El Tiempo – propiedad de la familia Santos.

Una vez llegado en el avión Joaquín Pérez Becerra, que ni siquiera sabía que estaba siendo requerido por Interpol, fue detenido y prácticamente a la velocidad del rayo, entregado a las autoridades colombianas.

La defensa que hace el Comandante Chávez de este hecho es inconsistente:
“Cada quien que asuma su responsabilidad: la primera responsabilidad es de ese caballero que venía desde Suecia para Venezuela, identificado con código rojo por Interpol. A mí nadie me va a estar chantajeando, ni de la extrema derecha ni de la extrema izquierda”, dijo en un acto en Caracas.

Acto seguido afirma ”Hay que preguntar quién lo invitó para acá, quién lo montó en la trampa, al señor. Porque lo montaron en una trampa”.
O sea que el propio comandante, primero le echa la culpa al ”señor” López Becerra, pero luego admite que cayó en una trampa. ¿Tendida por quién? El comandante habla explícitamente de gobierno de Suecia, de la CIA y de la propia Interpol. Si ese es el caso, ¿por qué tanta prisa por hacer efectiva la entrega del comunicador sueco a la seguridad colombiana? Evidentemente, entre los que tendieron la trampa está el propio Santos.

¿Por qué no nombra el comandante Chávez al presidente colombiano al hacer sus acusaciones? Evidentemente, porque Venezuela persigue una política de distensión con Bogotá – lo que no es en sí cuestionable, siempre y cuando se tenga conciencia de qué es lo que se está negociando y con quién y para qué. No es creíble pretender que el señor Santos haya cambiado sus más intimas convicciones y ambiciones desde los días, no hace mucho, que alegremente dirigía bombardeos en países vecinos y miembros del ALBA, por mencionar sólo un detalle.

”O sea que a ese señor lo sembraron aquí para ponernos una papa caliente. Si lo capturo soy malo, si no lo capturo, también soy malo. Cumplí mi responsabilidad y lo capturamos, y está allá: Que él asuma su responsabilidad”, concluye Chávez. Por cierto, se le reconoce el hecho de que haya asumido su responsabilidad por la decisión.

Por respeto a la cualidad de revolucionario del presidente Chávez asumimos que esa responsabilidad no consistía en hacer de empleado eficiente de la Interpol, sino de evitar la ”papa caliente” que le habían dejado en Maiquetía.
El problema es hay papas calientes que los revolucionarios no pueden dejar de recoger, aunque quemen. ¿Qué se hizo de aquel comandante que decía ”aquí huele a azufre”? Es cierto que estamos ante un período muy delicado y peligroso de la historia. La papas calientes llueven todas las semanas, pero hay que saber qué papas calientes aguantar.

Venezuela debió, una vez llegado López Becerra al país, haber controlado si la información sobre su identidad era correcta. Debió haberse cerciorado sobre su verdadero estátus migratorio. Debió haber contactado a la embajada sueca, y también debió haber pedido garantías de Colombia sobre el respeto de sus derechos humanos – tal y como colombia lo hace, demorándose incontables días, con un narcotraficante venezolano que tiene en su poder y que Venezuela solicita sea extraditado. Debió, también, estudiar más detenidamente qué es lo que establecen la constitución y las leyes bolivarianas en ese tipo de casos – seguro que no dicen que se debe extraditar así por así a comunicadores sociales. Seguro, además, que todas esas cosas habrían tomado algo más de tiempo que las escasas horas que mediaron entre la captura de López Becerra en Maiquetía y su extradición a Bogotá.

”Yo espero que el gobierno de Colombia le respete sus derechos humanos, su derecho a la defensa”, dice Chávez este primero de mayo. No se trata de ”yo espero”, se trata de que Venezuela tenía el deber de exigir esas condiciones de Colombia – por lo menos.

Evidentemente, entre los que critican al comandante estos días hay muchos que lo hacen con agendas propias. Es evidente que hay mucha gente pescando en río revuelto. Pero no es honesta la defensa que hace el Comandante de su medida, acusando a todos los que protestan, y al propio López Becerra, de estar infiltrados por el enemigo – como si este fenómeno no estuviese también presente entre los que dicen apoyar todas y cada una de sus decisiones. No es muy honesto el señalar que entre las filas de los que hoy lo critican por la entrega de López Becerra, el Comandante señale elementos con trayectorias políticas cuestionables, cuando este fenómeno está presente en todos lados en la Venezuela actual. No es muy honesto confundir al grupo de los que critican con las bases sobre las que se asienta la crítica.

Y volvemos a las palabras de la presidenta Cristina Fernández: ”Muchas veces la letra es despareja y sale por abajo del renglón, y tenemos victorias y tragedias. Lo bueno es no ocultar nada bajo la alfombra y mostrar todo tal cual pasó.” No es la crítica de lo que pasó lo que menoscaba la autoridad revolucionaria del comandante Chávez, sino el no reconocer que esta papa caliente se manejó mal, muy mal.

Se quebrantó la confianza de los medios alternativos de comunicación, se dió un pasito más hacia la criminalización de las ideas a nivel global, se cerró un poquito más la puerta para una solución política a la guerra en Colombia, y se envalentonó un poquito más a los sectores de la oligarquía colombiana con sus planes antibolivarianos y sus ambiciones hegemónicas en el norte de Sudamérica y en América Central. Mala papa.

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