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lunes, 18 de abril de 2011

"Ser o no ser Revolucionarios".Por Carlos Fonseca Terán

Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado (…); es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio (…); es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños…

Fidel Castro (1º de mayo de 2000).

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El revolucionario no nace: se hace, aunque ciertas cualidades innatas ayudan; y se puede dejar de serlo, porque es una actitud ante la vida y una conducta ante la realidad social. No se puede ser revolucionario con solamente haberlo sido en el pasado; sólo se puede ser revolucionario en el presente, asumiendo una actitud y conducta que se correspondan con el momento histórico y con el significado de serlo, partiendo de que revolucionario es quien cree en la posibilidad de que toda la humanidad alcance la felicidad si se crean las condiciones adecuadas para ello; es quien busca y/o crea el conocimiento necesario para llegar a esa meta; y quien hace de la lucha organizada en aras del objetivo planteado, el sentido que tiene su vida o lo que es igual, su razón de ser.
Quienes acusan al FSLN de no estar haciendo una revolución en este momento, en el fondo piensan y sobre todo sienten que ya no es posible la revolución, porque ellos ya dejaron de soñar y por tanto, de luchar; y su soberbia no les permite aceptar que otros continúen haciéndolo, porque sería aceptar que ellos claudicaron.
La disidencia sandinista acusa al FSLN de no estar haciendo una verdadera revolución en este momento, basándose en cosas que se están haciendo en la actualidad de forma similar a como se hicieron en los años ochenta, cuando según ellos sí hubo una revolución precisamente por haberse hecho esas cosas. Ejemplo de esto es la lucha por las calles, que ahora quieren deslegitimar presentándolo como una práctica somocista, después de que ellos aprobaron y promovieron estos métodos de lucha en los años ochenta, y que tan justos y necesarios fueron entonces y siguen siendo en la actualidad. Las ideas se combaten con ideas, cierto; pero las calles se ganan tomándolas y enfrentando a quienes las quieren para sí, usándolas en función de una estrategia militarmente concebida a nivel mundial por la Fundación Nacional para la Democracia (NED por sus siglas en inglés) en base a un formato estándar llamado golpes de Estado light y aplicado a cuanto gobierno o fuerza política con posibilidades de obtenerlo sean considerados hostiles a los intereses norteamericanos. Ni siquiera cambian las consignas (dónde está mi voto), siempre actúan en nombre de la sociedad civil y los medios de comunicación son su principal instrumento; no importa si es en Nicaragua o en Irán, en Venezuela o en Ucrania.
Al gobierno sandinista de los años ochenta se le acusaba de ser subordinado a Cuba y de convertir a Nicaragua en un satélite de la Unión Soviética; ahora los que en ese tiempo ostentaban los más altos cargos en el gobierno y el FSLN, se unen al coro de la derecha acusando al nuevo gobierno sandinista de ser subordinado a Cuba y esta vez, hacer de Nicaragua un satélite de Venezuela, nuevo fantasma del imperialismo cuando ya no existe la Unión Soviética, igual que el narcotráfico y el terrorismo han sustituido al comunismo como enemigos públicos creados ahora precisamente por sus principales promotores para tener contra quién usar los productos de su industria armamentística, indispensable para el equilibrio de la cíclicamente crítica economía capitalista: Estados Unidos, principal supuesto enemigo del narcotráfico es el principal país consumidor mundial de droga, y su principal aliado en América Latina, Colombia es el principal productor; ambos por igual, practican sistemáticamente el terrorismo de Estado (Estados Unidos – supuesto principal enemigo del terrorismo – bombardeando a la población civil de Irak y Afganistán, practicando la tortura en las cárceles donde se recluye a supuestos prisioneros de guerra que sufren todo tipo de humillaciones, protegiendo a terroristas confesos como Luis Posada Carriles y encarcelando a quienes trabajan para neutralizarlos como los cinco héroes cubanos, y con un expediente que incluye el apoyo a las dictaduras militares de América Latina e incluso creando muchas de ellas – como la de Somoza en Nicaragua – y el uso de la bomba atómica en una guerra ya ganada contra Japón; los gobiernos de derecha de Colombia asesinando sistemáticamente a luchadores sociales y líderes sindicales; al igual que el principal aliado mundial de Estados Unidos, Israel planifica metódicamente y practica el asesinato de líderes opuestos al sionismo, y practica el genocidio contra el pueblo palestino al que ha condenado a ser una nación sin territorio).
Pero volviendo al tema, sus detractores no sólo acusan al FSLN de no estar haciendo una revolución por hacer lo mismo que se hacía cuando quienes hacen esta acusación ejercían el poder en nombre de la revolución, sino que se oponen de forma tan visceral como la derecha tradicional a todo aquello que ahora se está haciendo y en aquella época no se hizo, debido a lo cual fue derrotado estratégicamente el sandinismo en 1990; aunque como ya se sabe, no para siempre.
Por ejemplo, en los años ochenta no se instauró en Nicaragua un nuevo sistema político que se manifestara mediante un nuevo modelo con su correspondiente institucionalidad y fuera expresión político-jurídica del nuevo orden establecido, determinado por el nuevo poder de clase instaurado en aquel momento. Esto fue decisivo, si no para la derrota electoral del FSLN por la que éste fue desplazado del poder político en 1990, al menos sí para que esa derrota constituyera un retroceso estratégico en la correlación clasista de fuerzas en la sociedad nicaragüense.
Lo anterior ocurrió porque en los años ochenta prevaleció en el FSLN la idea de que la democracia representativa era suficiente para institucionalizar el nuevo poder revolucionario y defender en el ámbito político los intereses populares y las conquistas sociales de la Revolución, lo cual en la práctica quedó demostrado que no era correcto. Ahora, para enmendar ese error y como iniciativa que contribuye decisivamente a la irreversibilidad del proceso revolucionario, se está instalando el Poder Ciudadano como expresión organizada de lo que será un nuevo sistema político basado en el modelo de la democracia directa, en la que los ciudadanos no solamente elijan gobernantes y representantes, sino que también decidan las políticas de Estado y sean protagonistas de la gestión pública, de modo que quienes estén al frente de las instituciones gubernamentales y los representantes del pueblo, jueguen determinado papel en el cumplimiento de las decisiones tomadas por éste y no como ocurre en la democracia representativa, en la que los gobernantes y representantes electos son quienes deciden en nombre y sustitución de sus electores, sin tomarlos en cuenta ni estar sujetos a rendición de cuenta ante ellos ni a su sustitución en el cargo en caso de que no respondan a las expectativas de quienes los eligieron.
No es coincidencia que quienes en los años ochenta se opusieron al cambio de sistema político (es decir, a hacer la revolución en el ámbito político o a asegurar su irreversibilidad mediante la transformación del contexto político-jurídico del país – y por tanto, impidieron que la obra revolucionaria fuese completada –) sean los mismos que ahora se opongan a ese mismo cambio de sistema, sólo que esta vez desde fuera (y en contra) del FSLN. Es decir, entre quienes desde un sandinismo demagógicamente puro acusan al FSLN de no ser revolucionario, no solamente están los que dejaron de serlo, sino quienes nunca lo fueron.
El FSLN sigue siendo revolucionario precisamente – entre otras cosas – por las razones que alegan sus detractores para acusarlo de no serlo: por estar entre sus metas estratégicas el cambio de sistema político, cuyo primer paso es la organización del Poder Ciudadano, que con todos sus indudables defectos es el único camino posible para hacer la revolución en Nicaragua. No se puede hacer una revolución sin cambiar el sistema, y no se puede hacer esto último sin cambiar primero lo que siendo expresión del sistema, resulta ser más susceptible de transformación, que es el sistema político, debido a su mayor dependencia de la correlación coyuntural de fuerzas.
Pero los que acusan al FSLN de no estar haciendo una revolución no levantan ninguna reivindicación vinculada con la transformación revolucionaria de la sociedad ni dicen cómo hacer la revolución que según ellos no está haciendo el FSLN; por el contrario, se proclaman defensores del Estado de derecho burgués y de la institucionalidad democrático-burguesa (es decir, de la democracia representativa), y sus acusaciones al FSLN las basan en supuestas transgresiones cometidas por el gobierno sandinista contra el sacrosanto orden democrático burgués y por tanto, capitalista. No es extraño que lo hagan, pues desde que estaban en los más altos cargos del gobierno sandinista en los años ochenta ya se habían convertido (algunos siempre lo fueron) en paladines de la democracia burguesa y proclamaban alegremente su vigencia como la esencia de la originalidad de la Revolución; lo extraño es que ahora, luego de haber renunciado expresamente en los años noventa al socialismo, al antimperialismo, al carácter de vanguardia del partido, a la lucha popular y a la defensa de la propiedad de los trabajadores; y a la par de atacar al ALBA y descalificar la solidaridad venezolana (como antes hacía la derecha con la solidaridad cubana), pretendan proclamarse portadores de la pureza del sandinismo y de la Revolución, y tengan la osadía de hablar en nombre de quienes murieron, no por la democracia burguesa ni por un capitalismo moderado como pretende la socialdemocracia con la que estos detractores del FSLN se identifican, algunos desde el derrumbe de la Unión Soviética y la derrota electoral del FSLN en 1990 y otros desde siempre: los sandinistas caídos en combate dieron su vida no solamente por derrotar a la dictadura somocista, sino por la derrota del imperialismo, por el derrumbe del capitalismo y por la construcción del socialismo.
El sandinismo no se dividió en puros y contaminados, en buenos y malos: del sandinismo desertaron los que renunciaron a los sueños que en algunos casos, alguna vez fueron su razón de ser; los que renunciaron a los principios históricos del FSLN; los que abandonaron su identidad revolucionaria (que por cierto, no todos ellos tuvieron alguna vez); los que proclamaron el fin de la lucha revolucionaria y de las ideologías, bien a tono con los ideólogos más caracterizados del neoliberalismo y la globalización cuando sintieron de pronto que ya no podían respirar porque el único oxígeno que conocían era ya el del poder que habían perdido y con el que pretendían congraciarse sumándose a la moda de entonces: el arrepentimiento; los que habiendo renunciado a la bandera roja y negra, se han atrevido luego a acusar demagógicamente al FSLN de haberlo hecho por el color chicha de su campaña, de su propaganda y de la alianza que preside, a sabiendas de que sólo el FSLN ha mantenido en alto la bandera bicolor de Sandino.
Es precisamente en nombre del prematuramente envejecido discurso del fin de las ideologías que ciertos voceros de la disidencia del sandinismo afirman que aquí el problema no es entre revolución y reacción ni entre emancipación y explotación, sino entre democracia y dictadura, entre honestidad y corrupción, entre virtud y vicio, con lo cual pretenden justificar su causa común con la derecha tradicional y la oligarquía que se manifiesta en marchas y campañas electorales luego de que condenaban al FSLN por haber hecho negociaciones con una fuerza de derecha. En otras palabras, los que quieren dar lecciones de principios al FSLN lo hacen nada menos que negando la lucha de clases como esencia de las contradicciones sociales, y los que descalifican el carácter revolucionario actual del FSLN son los mismos que a la par de ello plantean que la contradicción entre revolución y contrarrevolución ha pasado a un segundo plano o simplemente, ha dejado de existir; con lo cual pretenden justificar el hecho de que luego de condenar al FSLN por su alianza con un sector de la antigua contrarrevolución armada que ha adquirido conciencia de clase, ellos se hayan aliado con otro sector de esa misma contrarrevolución pero que a diferencia del primero, lo continúa siendo y lo proclama.
¿Por qué los detractores del FSLN son precisamente las figuras más connotadas del sandinismo en los años ochenta? ¿Por qué al MRS se sumaron solamente y casi todos los que habían tenido altos cargos en la primera década revolucionaria, incluyendo casi todos los diputados postulados en la campaña de 1989? ¿Por qué casi solamente las bases, los líderes sociales, los cuadros políticos de más bajo nivel jerárquico y los militares en retiro fueron quienes permanecieron leales a los principios y fieles al FSLN?
Porque la esencia reaccionaria del poder (que está en su origen mismo, producto de la necesidad de defender la dominación de una pequeña parte de la sociedad sobre la gran mayoría, luego de que la primera se ha apropiado de lo que todos producen) pervierte a los revolucionarios, pero sin el poder no se puede hacer la revolución, que debe hacerse precisamente para que en algún momento avanzado en el proceso de la transformación revolucionaria de la sociedad, el poder deje de ser necesario como instrumento de dominación.
Precisamente, la mejor manera de evitar que el poder, lejos de ser un medio transitorio de transformación revolucionaria de la sociedad, sea asumido por los revolucionarios como un fin en sí mismo y esto deforme la idea que se tiene de la revolución, es evitando que el poder sea ejercido directamente por el partido de los revolucionarios: éste debe conducir políticamente el proceso mediante la influencia y autoridad moral de sus cuadros y militantes dentro de los espacios institucionales de poder, y dando la batalla ideológica en todos los ámbitos posibles, todo ello sin sustituir a las clases populares en el ejercicio del poder político y también evitando (por la misma razón) que dentro del partido, la dirigencia sustituya a sus estructuras en la dinámica de la toma de decisiones y que un dirigente sustituya a los organismos de dirección. Esto es así, porque mientras más alejada se encuentra una persona del poder, menos expuesta está a su influencia negativa y por tanto, mientras menos poder individual se concentre en personas específicas mejores condiciones habrá para que el poder no deforme a los revolucionarios ni pervierta el proceso de transformaciones sociales por ellos promovido, como tantas veces ha ocurrido.
Incluso, el reducidísimo sector de la disidencia sandinista que se declara a la izquierda del FSLN sin ningún planteamiento concreto que sustente semejante pretensión – y aunque ciertamente, no siempre comparte el punto de vista que es más propio de la disidencia de derecha o reformista –, a falta de mejor causa se tiene que alinear con la defensa de la institucionalidad democrático-burguesa y de esta manera termina a pesar suyo, haciendo coro a un discurso que solamente es congruente con la oligarquía; y como ellos no son oligarcas, no queda más que considerarlos – igual que a sus aliados reformistas – como lo que casi ostentosamente son: los hijos de casa de la aristocracia criolla y eventualmente, carne de cañón del imperialismo contra el movimiento revolucionario del que han desertado y del que por añadidura, ahora reniegan. Por lo demás, no puede obviarse lo peor: que al igual que la disidencia reformista del sandinismo, no solamente están aliados con la derecha, sino principalmente con la oligarquía, que es la parte de la derecha ideológicamente más reaccionaria y la que está jugando el papel de instrumento principal de la política del imperialismo en Nicaragua.
Es precisamente de este sector de la disidencia sandinista, de donde provienen las principales pretenciones de descalificación ideológica contra el FSLN, pero como se ve, en todo caso más razones tiene éste para descalificarlos a ellos en este sentido. Pero el camino de los revolucionarios no es ese, sino el de identificarse mutuamente y unirse donde quiera que se encuentren e independientemente de qué errores pueda haber cometido cualquiera, mientras el objetivo estratégico común siga siendo la transformación revolucionaria de la sociedad mediante la socialización de la propiedad, el poder en manos de las clases populares y la contrucción de un nuevo proyecto revolucionario que incluya por encima de todo, la creación de una nueva conciencia y la transformación constante de la propia en base a la consolidación de los valores que hacen posible gracias a ella, que siempre la lucha revolucionaria sea razón de ser para una cantidad suficiente de seres humanos como para que la humanidad realice la mayor proeza de su historia, que para decirlo con palabras de Fidel Castro (quien así no solamente inicia, sino que también concluye este artículo para la más plena satisfacción de su autor), consiste en edificar un mundo a la altura de su propia inteligencia. Pero aún si eso no fuera posible valdría la pena esta lucha, aunque sólo fuera por ser la única manera de vivir con dignidad en un mundo tan injusto y por tanto, inaceptable para quienes son portadores de los valores que los hacen ser revolucionarios.

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