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martes, 15 de febrero de 2011

Hambre, revueltas y malas perspectivas para las comunidades más vulnerables. Albert Sales y Campos





Haití, Egipto, Indonesia, la India, Vietnam o Bolivia vivieron oleadas de disturbios durante el 2008 causados por el rápido aumento de los precios de alimentos básicos. El incremento de los precios de los cereales que estamos viviendo desde hace unos meses también está relacionado con las revueltas de septiembre a Mozambique o los recientes levantamientos populares contra las dictaduras de Argelia, Túnez y Egipto. La falta de acceso a los alimentos básicos puede dar alas al pueblo más oprimido para rebelarse contra las élites que permiten estas situaciones y que se lucran de ellas. No es de extrañar que las tensiones sociales crezcan viendo la evolución del Índice del Precio Mundial de los Alimentos de la FAO en los últimos meses. Este indicador, creado en 1990 registró en enero de 2011 el valor más alto de su historia, tanto a nivel real como nominal. Globalmente, a mediados de octubre de 2010 ya se habían superado los precios de la anterior crisis alimentaria.

A grandes rasgos, y siempre considerando medias mundiales, hoy la carne es un 75% más cara que en el año 2000, los productos lácteos un 130%, los cereales un 190% y el azúcar un 270%. En contraste, los salarios de las capas más empobrecidas de la población mundial han permanecido estancados durante toda la década. Las frías cifras tienen repercusiones dramáticas sobre la vida de las familias con menos recursos, que son las que destinan una proporción más alta de la renta disponible a la alimentación. Mientras en la Unión Europea se considera normal gastar entre el 12 y el 20% de la renta semanal en comida, hay sectores del proletariado industrial asiático que llegan a gastar el 70% de sus ingresos en alimentar a sus familias.

El aumento del precio del petróleo, que no parece tener que remitir a corto ni a medio plazo, hace prever una ola inflacionaria en productos de primera necesidad resultado del aumento del coste de los transportes. Asimismo, un petróleo más caro hace más atractivas las inversiones en el cultivo de vegetales destinados a la elaboración de agrocombustibles. Esto sucede en un contexto de bajas reservas de cereales. El fenómeno climático conocido como "La Niña" golpeó duramente las plantaciones del hemisferio sur mermando las cosechas del Cono Sur americano, de Australia o de Indonesia, mientras en el hemisferio norte, los incendios de Rusia reducían la producción del mayor exportador de trigo del planeta. Todo ello reduce la producción y las reservas que se destinarán a la alimentación humana durante el 2011 haciendo prever un incremento de los precios. Y si alguien es conocedor de las dinámicas de los mercados globales son los especuladores financieros que, ante estas perspectivas, no dudan en invertir en los mercados de futuros, adquiriendo derechos sobre el que aún no se ha cultivado y generando una burbuja especulativa sobre productos totalmente imprescindibles para la supervivencia. En este sentido, la especulación exagera los incrementos de precios condenando al hambre a más de mil millones de personas.

Los datos del mes de enero reflejan, sobre todo, el encarecimiento del trigo y del maíz, básicos en la dieta de gran parte del planeta. El hecho de que el arroz asiático esté en pleno proceso de recolección ha contenido el precio de este cereal, pero el sudeste asiático y la India se observan las tendencias mundiales con preocupación, previendo que el arroz no escape a las tendencias alcistas mucho tiempo más. El impacto de la última crisis alimentaria en algunos grandes países de la zona llevó a millones de familias con pocos recursos a desprenderse de activos como ahorros, tierras o pequeñas propiedades, para hacer frente a la emergencia. Sin la oportunidad de recuperarse del embate de 2007, estas familias se verán abocadas a una situación crítica.

Mientras el hambre sea tratada como un problema de seguridad alimentaria continuará sujeta a las fluctuaciones de los mercados. No se aborda la gran paradoja de que la inmensa mayoría de los mil millones de personas que pasan hambre extrema en el mundo viven o provienen del entorno rural y de la actividad agrícola. Fruto de tres décadas de imposición de modelos productivos y comerciales orientados a la exportación y al beneficio de las grandes empresas, millones de familias de todo el mundo han perdido el acceso a su modo de vida tradicional. Las políticas de modernización agrícola que se han implementado de manera clónica en todo el planeta han privatizado las tierras comunales que permitían el sustento a millones de campesinos y campesinas, y han permitido prácticas de expulsión de población rural hacia los núcleos urbanos en busca de trabajos asalariados a la industria ya los servicios. Las tres décadas de imposición del libre mercado han consolidado un régimen de explotación internacional en el que las personas trabajadoras viven pendientes de las fluctuaciones de los precios de los productos básicos e intentan satisfacer sus necesidades vitales a través de salarios de miseria.

La única salida al empobrecimiento extremo y al hambre intolerable que afecta a más de mil millones de seres humanos pasa por la recuperación de la soberanía alimentaria que, en pocas palabras y asumiendo el riesgo de simplificar en exceso, consiste en garantizar que los pueblos puedan decidir sobre sus políticas de producción agrícolas y ganaderas, la recuperación de la dimensión local de los mercados y la exclusión de los alimentos de los mecanismos de especulación internacional. La idea de soberanía alimentaria no es ninguna construcción académica o teórica y no se materializa en un modelo económico de pizarra de facultad. Surge de las vivencias de las propias comunidades de campesinas y campesinos organizados en el movimiento social más numeroso del planeta. La Vía Campesina, que articula la cooperación de grupos de productores agrícolas desde Argentina hasta Sri Lanka representando a más de 300 millones de famílias, parte de la evidencia que las políticas comerciales y alimentarias mundiales están en manos de las empresas transnacionales y responden a sus intereses, y reclaman para las comunidades la recuperación de la opción democrática de mantenerse al margen de los designios del capital.


* El autor es profesor de Sociología de la UPF. Miembro de SETEM Catalunya

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